¡Ya!

«Al final, esta situación –haya o no elecciones– se resolverá muy positivamente. Los partidos clásicos habrán aprendido la lección de que tienen que renovar y modernizar sus mensajes, sus estructuras y también su «dramatis personae». Por su parte, los nuevos partidos (cada vez más viejos y más mimetizados con los clásicos) son ya conscientes, y lo serán cada vez más, de que el tránsito de una idea a su vertebración política es muy duro y peligroso y sobre todo que el ejercicio del poder modera y educa en cantidad. Y la ciudadanía votará, a partir de ahora, con especial cuidado y con más intención y claridad. ¿Qué más se puede pedir?».

Así concluía la Tercera de ABC que publiqué el pasado 2 de abril. No era un ejercicio irresponsable de optimismo. Era una llamada a la cordura y a la responsabilidad. Tienen que cambiar los comportamientos y van a cambiar los comportamientos. Entre las cosas que pueden suceder en las próximas semanas destacarán probablemente las siguientes:

—PP y PSOE empezarán a dialogar a través inicialmente de sus equipos respectivos y después habrá un encuentro entre sus líderes. Fue un error absoluto que no se produjera este diálogo y hay que rectificarlo, aunque el resultado final sea un desacuerdo civilizado.

Ya—El pacto entre Podemos e IU está generando una dinámica electoral que obliga a los demás partidos a buscar nuevas estrategias. Se pondrá en marcha otra vez alguna forma de coalición entre PSOE y Ciudadanos y se negociará, sin éxito, la abstención del PP. Se propondrá también, y también sin éxito, la coalición entre PP y Ciudadanos para buscar ventajas electorales similares a la de Podemos e IU. La gran coalición del PSOE, PP y Ciudadanos dará todas las vueltas imaginables y acabará dependiendo de la capacidad de relación de unos líderes irreconciliables más por vanidades e intereses personales que por ideología, tanto a la izquierda como a la derecha.

—Lo importante es que los líderes acaben descubriendo los efectos positivos del ejercicio del diálogo –una asignatura demasiado pendiente– y en especial su capacidad para descubrir nuevas posibilidades y oportunidades de acuerdos e incluso para transformar realidades aparentemente inamovibles. Vamos por ello a asistir a negociaciones duras y difíciles con finales sorprendentes y consecuencias políticas significativas para el futuro. Va a ser un auténtico espectáculo de «sálvese quien pueda», en el que se alcanzarán cotas nunca vistas de hipocresía y de falsedad, que se irán luego suavizando y moderando para eliminar el riesgo de un nuevo fracaso.

Lo que no va a suceder es lo que ha sucedido. No se repetirán las elecciones. Aunque parezca exactamente lo contrario, el estamento político ya es consciente de que está en grave riesgo de perder por completo el respeto de la ciudadanía y quedar marginado de la vida del país. Si los partidos reiteran su comportamiento anterior acabarán inevitablemente operando desde un «ghetto», aislados de la realidad social, como sucedió durante algún tiempo en la vida política italiana. Tienen que reaccionar y van a ponerse a ello. Los medios de comunicación, que están permanentemente recreándose en desacuerdos y enfrentamientos, tendrán también que cambiar de actitud y entrar en el terreno de la objetividad y positividad. No pueden seguir alborotando un cotarro que ya está alborotadísimo.

Habrá que aceptar en todo caso que el desencanto democrático es ya un fenómeno mundial al que no se está prestando la preocupación ni la inquietud que merece. Parker Palmer escribió en 2011 un magnífico libro («Healing the heart of democracy», «Curando el corazón de la democracia») que lleva por subtítulo «El coraje de crear el mundo político que se merece el espíritu humano». En el libro se exige a la clase política que respete la dignidad del pueblo americano, y a sus conciudadanos, que defiendan sin cesar la calidad y los valores esenciales de la democracia y que renueven el gozo por el sistema. En esta misma línea, en el último número de «Newsweek» se pide en la portada que no se acuse a Trump de nada porque «la democracia americana estaba rota antes de que él entrara en el sistema».

Algo profundamente nuevo está sucediendo a nivel mundial, y no solo a nivel político. Hay sin duda un rechazo a lo establecido promovido básicamente por el voto joven en general y también por gente que, aunque no crea que las ofertas alternativas ofrezcan soluciones eficaces, no están dispuestas a votar lo «antiguo», es decir, a un sistema que está empeñado en duplicar esfuerzos aunque ya no conoce el objetivo. El sistema financiero, que siempre ha sabido adaptarse y prevenir las nuevas «ondas gravitacionales», empieza al fin a reconocer que para «Salvar el Capitalismo» –así titula el Time su número de este mes– habrá que aceptar cambios sustanciales en su papel y su función y también en la economía de mercado, que tiene que mejorar decisivamente su pobre y deficiente capacidad de distribución de la riqueza. Se habla incluso de una nueva enfermedad: «La financialización», que describe los métodos de Wall Street para dominar sin límite no solo la industria financiera, sino también el mundo económico y empresarial. Una actriz, Jodie Foster, en declaraciones a este periódico, se ha decidido a afirmar que «el capitalismo se ha desviado, ya no ayuda a la gente». Y el director emérito del Max Planck Institute, Wolfgang Streeck, advierte que «el capitalismo puede colapsar».

Los cambios sociológicos son aún más importantes que los antes citados, y es realmente sorprendente que se siga operando como si no existieran. El suicidio demográfico es un hecho de consecuencias nefastas que altera la relación intergeneracional, los valores clásicos y la propia sostenibilidad del sistema. Por su parte, la nueva mujer reclama sin más esperas ni trampas un trato igualatorio con un hombre que sigue resistiéndose a perder sus privilegios y a ceder el poder que ya tiene perdido definitivamente. La revolución tecnológica y la científica (inteligencia artificial, robótica, nanotecnología, «big data», computación cuántica, biomedicina y otros avances) van a cambiar la forma de actuar, de pensar y de entender la vida y pueden afectar, y de hecho ya están afectando, a derechos básicos del ser humano y a una reducción dramática de empleos.

En medio de este tránsito a esta nueva era, con una deuda pública letal y la seguridad de nuevos recortes, va a ser muy difícil soportar la pequeñez de miras, los ridículos sarcasmos, las descalificaciones y las mentiras absolutas, las amenazas y en general los despropósitos del estamento político. No somos utópicos. Sabemos cuán difícil es vencer las inercias perversas arraigadas. Solo se les pide, y con mucho respeto, un mínimo de prudencia, de sensatez y de grandeza que nos conduzca a un gobierno serio, comprometido y estable capaz de afrontar unos retos en estos momentos realmente difíciles, realmente peligrosos. Hay muchos políticos dispuestos a ello. El único problema es la urgencia. ¡Hay que empezar ya! El 26 de junio es mañana, y no habrá mayorías absolutas.

Antonio Garrigues Walker, jurista.

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