Yihadismo y medios de comunicación

El sitio de Alepo o el atentado de Berlín son dos expresiones de terrorismo que acaban teniendo consecuencias complementarias. En el primer caso, se trata de terrorismo de Estado, el más destructivo. El segundo representa la modalidad que en estos momentos amenaza de forma directa a las sociedades europeas. Toda forma de terrorismo actúa con crueldad programada basada en una concepción que relativiza del valor de la vida humana ante causas de supuesto valor absoluto. En el cálculo estratégico del terrorista, la dimensión comunicativa y psicológica es central. Y ahora mismo da toda la impresión de que el terrorismo yihadista está consiguiendo sus objetivos comunicativos.

El yihadismo es una expresión política radicalmente conservadora, machista, autoritaria, violenta y teocrática. Es decir, una expresión política y cultural de extrema derecha. El principal enemigo del yihadismo no son los países de tradición democrática. Su principal enemigo son los movimientos sociales democráticos y modernizadores impulsados por mujeres, jóvenes y los sectores más ilustrados de las sociedades de tradición musulmana. En los territorios controlados por yihadistas, como es el caso de Estado Islámico, el terrorismo de Estado contra estos colectivos es implacable, pero para conseguir sus objetivos necesita mantener un frente terrorista en Europa. Necesita provocar lo que algunos sociólogos y teóricos de la comunicación han denominado "pánico moral".

Este concepto fue acuñado por Stanley Cohen en su libro 'Folk Devils and Moral Panic' en 1972, y consiste en la creación mediática del estereotipo de una persona o grupo de personas que han sido definidos como una amenaza para los valores e intereses de la sociedad. La presentación informativa dramatizada y deficientemente enmarcada acaba provocando un pánico desproporcionado que facilita la creación de una espiral en la opinión pública que puede llegar a provocar lo que Erich Fromm conceptuaba como "miedo a la libertad", favoreciendo cambios legislativos regresivos.

Todo este proceso puede reforzar el populismo autoritario y la extrema derecha, que es el que persigue la lógica comunicativa y propagandística del terrorismo yihadista en Europa. La identificación burda entre islamismo y yihadismo que hacen los movimientos xenófobos y neofascistas acaba criminalizando a toda la población de religión musulmana. Esto tiene dos efectos de máxima perversidad: hace mucho más difícil la convivencia entre los inmigrantes y la población autóctona y convierte en sospechosos a los mismos refugiados que han huido del terrorismo de Estado practicado en sus países. Los refugiados acaban siendo víctimas por partida doble. Por otra parte, el sentimiento de marginación social y de fuerte rechazo que pueden sentir algunos jóvenes inmigrantes de tradición musulmana puede ser aprovechado por la hábil propaganda yihadista que circula por Internet y las redes sociales para captar combatientes que serán adiestrados para cometer actos terroristas.

Es evidente que el terrorismo yihadista no se le puede ganar solo con buenas intenciones. Se debe combatir con igual determinación y convicción que a cualquier otra forma de fascismo. Son necesarias políticas de seguridad muy sofisticadas, discretas y poco vistosas. Pero no solo eso. También hay una política exterior inteligente que refuerce los movimientos democráticos y modernizadores de los países de tradición cultural musulmana. Y, en el frente interno, hay que evitar el peligroso concepto de 'choque de civilizaciones', rompiendo la perversa identificación entre islamismo y terrorismo.

La clave está en la comunicación y la cultura. Aquí, los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad. Una información rigurosa, equilibrada, contrastada y adecuadamente enmarcada es la mejor vacuna contra el populismo xenófobo. La calidad de los debates públicos está directamente relacionada con la calidad del sistema mediático y periodístico. Por eso mismo, cuando el periodismo opta por dejarse arrastrar por el camino fácil de la espectacularización y el sensacionalismo simplificador, el efecto sobre la opinión pública es previsible: un pánico que buscará refugio en las soluciones simples, irreales y demagógicas que ofrecen los movimientos políticos que combinan nacionalismo proteccionista, autoritarismo y xenofobia. La amenaza que hoy representan estos movimientos en Occidente es grave y real. Por eso deberíamos ser conscientes de que las estrategias comunicativas del terrorismo yihadista y del nuevo autoritarismo europeo y americano se retroalimentan.

Enric Marín, profesor de Comunicación y exsecretario general de la UAB.

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