Yo acuso

Y que tenga que ser un venerable nonagenario francés prologado por otro no menos venerable nonagenario español quien tenga que animar a esta anestesiada sociedad a rebelarse con un pequeño panfleto que dice lo que todos sabemos, sin aportar mucho más que lo obvio, lo elemental, verdades manidas y consabidas que no se han renovado desde hace siglos porque las verdades son sin duda lo que mejor soporta el peso del tiempo... Eso sí debería darnos qué pensar. ¿Dónde están los grandes intelectuales de este país? ¿Dónde están sus voces y sus reclamos? ¿Por qué los autores mediáticos no aprovechan su capacidad de llegar al público en vez de escribir lo que, según sus editores, «el público demanda»?

Hay quien me tilda de autor de minorías. Otros, simplemente de cáustico. Lo acepto, sí. Pero los cáusticos, aunque para muchos seamos sinónimo de «pesados, incómodos y gruñones», no somos idiotas, solo cautos porque se nos dice que no es nuestro momento, que si nos quejamos no gustamos, que en tiempos de crisis hay que fomentar el optimismo y no el drama porque eso es lo que la gente quiere (fascinante la libertad con la que tantos utilizan el término gente a placer, como si las personas fueran un compacto informe que piensa, actúa, respira y reacciona en masa -cuando interesa que lo sean, claro-). No es verdad. El optimismo en tiempos de engaño no es una solución, sino un arma dirigida desde la ponzoña. Es anestesia perfectamente articulada. Es letal.

Antes de que la anestesia del falso optimismo nos adormezca del todo, alguien tiene que empezar a formular algún tipo de mensaje que cale de verdad. Alguien tiene que empezar a movilizar, sacar la primera barricada a la calle y hacerlo desde lo orgánico. Y aunque no hay héroes entre nosotros porque no sabemos cómo serlo ni desde dónde, es obligación de los que tenemos voz para hacerlo exigir que nos den a conocer a los culpables de lo que vivimos y obligarles a confesar los porqués, los para qué y los ahora qué. Hay que obligar a quien nos gobierna a que nos dé sus nombres para saber contra quién luchamos. Vivimos como cobardes, nos hemos convertido en la sociedad de la comodidad que espera a tener hambre para reaccionar, y los que nos gobiernan lo saben. Por eso se limitan a recortar. Recortan derechos, recortan partidas, recortan bienestar¿ y nos pasan la mano por el lomo al tiempo que nos dicen: «Tranquilos, no pasaréis hambre. Aquí estamos nosotros, velando por vuestra comida». Ese es el perfil del perfecto maltratador, y ese, su discurso: «Te corto las alas porque cuido de ti. Confía en que el daño que recibes de mí es mucho más dulce que el que puedas recibir de otros. Mira a tu alrededor y compara. Mira todo ese horror. Toda esa hambre».

Basta ya.

No, señores. No, señoras. La comida nos la ganamos a diario trabajando, nadie nos regala nada porque ustedes ya no cuidan de nosotros. Velan por otras cosas. Velan por el secretismo, velan por el no compromiso, velan por la anestesia de una sociedad que lleva demasiado tiempo atontada entre botellones de mensajes basura. Yo acuso a quienes gobiernan de maltrato. Os acuso de engaño, de indecencia y de falta de humanidad. Y acuso también a quienes codician el gobierno (físico, intelectual y moral de esta sociedad) de tener en tan poca estima a este pueblo como aquellos a los que anhelan sustituir. Acuso a los intelectuales de este país de vivir al amparo de la comodidad, de desunión, de haber abandonado sus puestos en la vanguardia para refugiarse en la burguesía de la formalidad más servil. Acuso a los medios de haber dado la mano a la mediocridad y de haber perdido la voz, cómplices también ellos en esta pobreza que se nos está comiendo a plazos. Acuso a la Iglesia de recibir dinero del mismo Estado al que boicotea, de desatender al necesitado, de pobre de espíritu, de machista, de insolidaria, de desintegradora y de farsante. Acuso a los casi cinco millones de parados de insolidarios por no haber salido ya a la calle y haber sacudido las bases de sindicatos cuyo lenguaje no se entiende porque no dice nada, de partidos políticos, de medios de comunicación, empresarios mangantes y falsos ERE.

¿Dónde está el frente común? ¿Dónde está la fuerza de un pueblo que tantos cambios ha provocado con su lucha, con su valor, con los pies sobre el asfalto, el pueblo que se planta cuando le pisotean el orgullo pretendiendo pagarle el silencio mes a mes con una pequeña limosna? ¿Dónde estamos los intelectuales en esta hora? ¿Debatiendo en prime-time en televisión? ¿Alimentando la basura y divulgando obviedades seudocientíficas que nos acomodan en este falso Estado del seudobienestar?

Vergüenza. Eso es lo que sentirá la historia cuando nos mire porque eso es lo que dice de nosotros el presente continuo. Y nuestros menores nos verán pequeños y mezquinos: no asustados, sino cobardes; no vacilantes, sino sumisos. No dormidos, sino inconscientes.

Yo acuso. Hoy. Ahora.

Es hora de salir y batallar. Pronto no habrá nada que perder. Entonces será demasiado tarde.

Por Alejandro Palomas, escritor.

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