Yo recuso

Carta al Excmo. Sr. D. Cándido Conde-Pumpido Tourón, presidente del Tribunal Constitucional de España

Excmo. Sr.: Permítame que, movido por la relación cordial que hace años nos une, le exprese públicamente la preocupación que me ha producido la decisión adoptada por el tribunal que preside en relación a los incidentes de recusación de las magistradas doña Concepción Espejel y doña Inmaculada Montalbán, así como la del magistrado don Juan Carlos Campo y la suya propia, planteados por dirigentes y exdirigentes del Partido Popular en representación, con poder especial para hacerlo, de los setenta diputados que en su día interpusieron el recurso de inconstitucionalidad contra algunos preceptos de la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo.

Aparte del injustificable retraso de trece años en resolver el recurso y sin entrar en el fondo del asunto, sobre el que, en este trance, sólo puedo decir que para mí los límites del derecho y, en particular, del derecho penal, están en la conciencia moral y en la responsabilidad consciente de cada cual, créame que me resulta imposible guardar silencio ante lo que considero un acontecimiento jurídico que, junto a otros, quizá explique, una vez más, por qué España, en materia de justicia, también es incomparable.

Y es que para quien le escribe, con experiencia sobrada en la lucha con la imparcialidad y en las escaramuzas con recusadores de profesión, sucesos que hace años viví y que no voy a referir aquí, la forma en que han despachado las recusaciones formuladas le convierte en el máximo responsable de una de las maniobras más enrevesadas que he visto en el siempre delicado asunto de la imparcialidad judicial, a no ser que los argumentos que ofrezcan en la resolución judicial pendiente de redacción me hagan cambiar de opinión, cosa que de ser procedente, haría con gusto.

Digo lo anterior porque a la vista de los datos que se conocen, creo que usted y sus tres compañeros recusados, incluida la señora magistrada que se abstuvo, tendrían que haberse apartado de conocer y resolver ese recurso de inconstitucionalidad. Si el centro de la controversia era que los cuatro intervinieron en los preámbulos de la ley recurrida, y cada uno a su manera, ¿cómo negar que eran jueces prevenidos? La participación en un recurso en el que tuvieron contacto previo con la ley impugnada significa que sobre todos concurrían apariencias de ausencia de neutralidad o, parafraseando a Beccaria, que «era conforme con la justicia que los recurrentes pudieran excluirles al resultar sospechosos».

Hace ahora dos años, exactamente el 7 de abril de 2021, decidió usted aceptar la recusación formulada en su contra por los líderes independentistas catalanes condenados por sedición y malversación. Personalmente e incluso públicamente, me felicité y le felicité por ello. Lo hizo y reproduzco fielmente sus palabras, «para reforzar la apariencia y confianza en la imparcialidad del Tribunal Constitucional en el ejercicio de las funciones que tiene atribuidas en defensa de la Constitución y de los valores que proclama», lo que suponía asumir al dictado lo que tantas veces ha dicho el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (Sentencias de 22 de junio de 1989, caso Langborger; de 25 de noviembre de 1993, caso Holm, de 20 de mayo de 1998, caso Gautrin y otros; de 22 de julio de 2008, caso Gómez de Liaño) e incluso el propio tribunal que ahora preside cuando y hago cita expresa, en la sentencia 69/2001, de 17 de marzo, declaró que en el ámbito de la imparcialidad «las apariencias son muy importantes porque lo que está en juego es la confianza que, en una sociedad democrática, los tribunales deben inspirar a quien somete a juicio sus pretensiones y al resto de los ciudadanos».

En la conciencia del juez, y usted lo sabe bien, señor presidente, late una norma de derecho natural de la que jamás hay que abdicar. Le hablo de que la razón no existe para quebrar lindes morales. Se lo digo de otra manera: no es admisible que la sinrazón conduzca a la razón. Más claro, aún. Las ideas se discuten, los principios no. Oponerse a la abstención de una compañera de tribunal y, por tanto, despreciar sus razones para defender sus sinrazones, me ha parecido un subterfugio demasiado ingenuo que le ha dejado en evidencia, lo mismo que a los compañeros que se han sumado a su tesis. Lamento expresarme en estos términos, pero en la resolución sólo hay una apariencia de juridicidad. Tengo para mí que el rechazo de la abstención y de las recusaciones responde a un fin demasiado evidente, absurdo y legalmente proscrito, que ha sembrado el desconcierto entre la clase jurídica y, lo que es peor, ha incrementado la desconfianza de la gente en la justicia. Qué gran razón tenía Balzac cuando escribió aquello de que recelar de la justicia era un principio de convulsión social. Sin embargo, estoy seguro de que si viviera, hoy habría actualizado aquel pensamiento para sostener que creer a ciegas en la imparcialidad de los jueces es renunciar a la democracia.

Señor presidente, la carta se alarga y va siendo hora de concluir. Verá. Usted que, como yo, pertenece a una estirpe de magistrados y fiscales, sabe que los jueces de la España democrática son tan buenos o tan malos como los habidos en la España de la dictadura, y que únicamente caen, como otros cayeron, en la indignidad cuando aplican la ley al dictado del capricho, del favor, la cobardía o el temor. Resulta estremecedor contemplar como en la historia de los jueces, que no en la historia de la Justicia, ha habido personajes que se han achantado por esperanza o por miedo, frente a otros que han resistido e incluso han perdido casi todo por defender la verdad y la Justicia. La justicia es una idea en sí misma, algo que no puede supeditarse ni a la conveniencia, ni a nada.

En fin. No sabe lo que lamento que hallamos comenzado el año con esta trifulca judicial protagonizada por usted y los suyos. Admito que la justificación para rechazar, prácticamente de plano, las recusaciones propuestas puede constituir un ejercicio jurídico de circo y, tal vez, hasta el espectáculo resulte entretenido a cierta concurrencia, pero no olvidemos que los acróbatas del Derecho siempre corren el peligro de caerse al vacío de la vergüenza y el deshonor, que es una situación que cabalga a la grupa del engaño y de la caricatura.

Señor presidente, yo no soy nadie para juzgar a nadie, pero le recuso. Y lo siento de corazón. Nietzche sostenía, más o menos, que si Dios existiese, a sus amigos no los nombraría jueces. Yo, muy al contrario, y motivos suficientes para hacerlo no me faltan, diría que a mis enemigos sí les haría magistrados, pues si los asuntos de la justicia los abordan como me temo que lo harían, para ellos juzgar sería morirse poco a poco.

Sólo anhelo una cosa. Que no vea en mis palabras sino una súplica que me surge del alma. Y un ruego. Acepte, señor presidente, mis sinceros respetos.

Javier Gómez de Liaño es abogado.

1 comentario


  1. Estoy de acuerdo pero se lo pasarán por el forro.
    Esta guerra está perdida desde hace años.

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