Yo sí, señor Presidente

Parece haberse puesto de moda la crítica irritada contra aquellos que, en el ejercicio de las responsabilidades para las que les hemos elegido, dirigen los destinos de nuestro partido y, afortunadamente en estos tiempos, también los de nuestro país.

Como bien recordará, señor Presidente, yo he sido muy crítico con algunas cosas de su gestión, pero creo haber conducido siempre mi crítica desde la lealtad y abrazado a las respetuosas razones que he creído me asistían en cada momento. El tiempo de las dificultades debe ser también el tiempo de la lealtad bien entendida. Soy apasionado defensor del debate dialéctico y la discrepancia, pero nunca de la altanería o el desprecio. A muchos de los que hoy le tratan con una falta de respeto inaceptable -pues vetar a alguien democráticamente elegido lo es, como también lo es pontificar altivamente desde la ausencia de responsabilidades-, se les llena la boca con el nombre de mi padre y el espíritu de la Transición. Pues a todos ellos les digo que jamás escuché a mi padre no ya insultar a un contrincante político, sino despreciarle o intentar humillarle gratuitamente, como alguno está tratando de hacer con usted.

Yo sí, señor PresidenteNo deja de asombrarme cómo algunos de los más ofendidos lanzan críticas inmisericordes contra su gestión del problema creado por el presidente de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas. Le tachan de pusilánime, los más suaves, olvidando asuntos de fondo que un Presidente del Gobierno de España no puede olvidar. Hay gente que, en su derecho, alberga un deseo noble de independencia para Cataluña; y ese no es el problema. El problema es el causado por quien, usando torticeramente ese sentimiento y los poderes del Estado, lo exacerba para chantajear al Gobierno de todos con el fin de obtener una financiación que tape las desvergüenzas cometidas, no para mejorar la vida de los ciudadanos. Pues ante una situación de división social como la presente en Cataluña, no es momento de enfrentamientos sino de calma, de suavidad en las formas y de firmeza en el fondo. No hay, ni va a haber soluciones mágicas. Va a tardar mucho tiempo en cerrarse la herida abierta y va a generarse mucha frustración. Sólo cabe la firmeza en el respeto a la ley acompañada de diálogo y comprensión hacia las personas.

También sorprende cómo algunos pretenden arreglar todos los males de la Tierra con una reforma constitucional que no explican y lanzan al contrario como arma arrojadiza electoral, olvidando que aquel contra quien la lanzan tiene que participar y apoyar esa reforma constitucional.

Es necesario repetir que achacar a la Constitución de la concordia todos los problemas que hoy afrontamos es como culpar al inventor de la rueda por las muertes en accidente de carretera. La Constitución es un instrumento y depende del uso que le demos a ese instrumento, el que acabemos por obtener resultados buenos o malos. ¿No será más cierto que ha sido la incapacidad para consensuar los asuntos trascendentales para el conjunto de España lo que ha llevado realizar a partidos independentistas cesiones indebidas? Si es así, la solución pasa por cerrar un acuerdo marco que garantice la alternancia en el poder sin que cada cambio suponga un trauma o un giro radical en las políticas estructurales de España. No deja de ser curioso que se critique más a quien no ha cedido.

Creo que para llevar a buen fin una reforma constitucional -a la que en ningún caso me niego de entrada- es más sensato sentarse pausadamente con el adversario y conversar, como decía Marías, recibiendo con respeto y pensando con prudencia todas sus ideas. Así se escribió la Transición que tanto invocan de palabra algunos y es la única forma de escribir un futuro que, indefectiblemente, debe estar fundamentado en la concordia.

En otro orden de cosas, es muy fácil olvidar, cuando se está enfilando ya la recta de salida de la severísima crisis padecida, los enormes sacrificios que hemos tenido que afrontar los españoles y las amargas decisiones que se han debido tomar a lo largo de este tiempo. Es lugar común afirmar que nadie fue capaz de anticipar la crisis; tan común como falso, pues muchos fueron los que advirtieron de su llegada. Tan es así, que hubo quien sí se preparó para ello. No fue el caso de nuestro Gobierno, presidido entonces por el señor Zapatero, como bien sabe usted, que, no solo no se preparó, sino que se metió en una espiral de gasto no productivo que agravó más sus consecuencias. Pero también es cierto que, por mucho que esto sea verdad, a usted nadie le puso una pistola en el pecho para aceptar la candidatura y que la herencia recibida, por tanto, no le puede servir de excusa. En cualquier caso, lo importante hoy es no olvidar que, gracias al trabajo de su Gobierno, España afronta un futuro muy distinto al que parecíamos condenados hace cuatro años. Esto me hace recordar las palabras de Machado: "¡Qué importa un día! Está el ayer alerto/ al mañana, mañana al infinito;/ hombres de España, ni el pasado ha muerto,/ ni está el mañana -ni el ayer- escrito". No hay mejor forma de llamar a no caer en la desmemoria de los males que nos acechaban hace muy poco, ni a caer en la trampa de que todo está ya superado. El futuro está siempre abierto y depende tan sólo de nuestra lucidez y esfuerzo. Nada está definitivamente ganado; nada está definitivamente perdido. Creo convendrá conmigo si le digo que, si hay un momento delicado, es precisamente este, en el que, atisbando ya el inicio de la recuperación, todo está pendiente de nuestra persistencia en la moderación del camino emprendido para que esa recuperación alcance a todos los españoles; una total recuperación que no va a ser rápida, ni fácil. Pero hoy se empieza a hablar de subir los salarios con arreglo a la productividad, cosa impensable hace muy poco tiempo.

No quiero abusar de las citas, pero no puedo dejar de pensar en aquello de "en tiempo de tribulación, no hagas mudanza". Esto, que parece haberlo tenido siempre en cuenta el pueblo español, es bueno recordarlo. Si hacemos un breve repaso de las votaciones realizadas en momentos delicados de nuestra historia económica, veremos que es así, pues no hizo mudanza ni en el 79, ni en el 93, ni en el 2000, ni en el 2008; momentos, todos ellos, de profunda crisis económica. Aunque, dicho sea con todo el respeto y la contundencia del mundo, ojalá lo hubiera hecho en el 2008.

Sinceramente, no creo que sea momento de hacer mudanza de Gobierno, por mucho que sí debamos ser conscientes de que España está solicitando, a gritos, cambios en la formas de hacer política. No creo que nadie razonablemente pueda poner en duda la bondad y necesidad de las medidas que se han tomado durante esta legislatura para superar la crisis, como nadie puede poner en duda que es necesario cambiar muchas cosas en los grandes partidos nacionales. Sin caer en una condena generalizada tan falsa como interesada.

Señor Presidente, en estos momentos en los que se ha puesto de moda reprocharle todo y a la misma hora, quiero yo darle las gracias por el esfuerzo realizado. Conozco bien lo ingrato de ese cargo, pero también sé que quien bien lo ejerce, bien reconocido será... sin prisa. Creo que el balance de su gestión es altísimamente positivo y que su labor ha sido determinante para salvar la grave situación en la que nos encontrábamos los españoles hace cuatro años. Desgraciadamente, queda mucho camino por recorrer y se requieren para ello manos firmes y experimentadas; manos alejadas de la tentación populista de la izquierda radical o del adanismo ciudadano.

Bien sabe usted que soy un convencido defensor del espíritu de la Transición y la Constitución de la concordia en la que quedó plasmado. Pero lo importante de todo aquel periodo no es la letra que se escribió, sino la forma en que se escribió tal letra: lo esencial es el acuerdo general en los temas esenciales y el respeto -que no sometimiento- a las minorías. Digo sin rubor que no es más fiel a tal espíritu quien habla de él, sino aquel que con sus actos posibilita la concordia entre los españoles en paz, progreso y libertad. Con independencia de los matices ideológicos que cada uno quiera introducir, pienso que quien mejor puede garantizar eso hoy es un Gobierno del Partido Popular presidido por usted. Por eso mismo y con el respeto debido a quienes opinen lo contrario, le anuncio mi voto a su candidatura en las próximas elecciones generales. Un abrazo.

Adolfo Suárez Illana es abogado y miembro del despacho Ontier.

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