Yo, ya. La biodiversidad, ella allá

La satisfacción tangible, inmediata y puntual parece haberse instalado como elemento de motivación esencial. Un estudio en escolares en los años sesenta, tras haber comprobado su posterior trayectoria profesional, evidenció que aquellos niños y niñas capaces de resistirse a la tentación de comerse el caramelo y esperar una recompensa desconocida posterior, triunfaron en la vida. La sociedad de hoy se evidencia como infantil e impulsiva. Lo que me importa soy yo y el ahora. Ignorando, eludiendo, olvidando cualquier responsabilidad posterior.

Estamos perdiendo el sentido de lo común. Me importa lo que suceda dentro de mi casa, en mi habitación, en mi cajón. De lo otro, de lo colectivo, ya se encargará otro. O no. Cada vez más individualistas y cada vez más urbanos. Un medio, el urbano que no produce energía, agua, aire puro, alimentos, los elementos esenciales para la subsistencia diaria. Todo ello procede del medio natural, ese, cada día más huérfano. Y al que no se le reconoce socialmente lo que diariamente aporta. Sin él, no sería posible la vida en las ciudades, recordemos.

Porque la conducta individualista y urbana arrastra a las prioridades de lo colectivo. No puede entenderse de otra manera que estén ausentes, como perdidas, las políticas vertebradoras del territorio, que no valoremos la labor encomiable de las mujeres y hombres del medio rural, que la conservación medioambiental sea la hermana más pobre.

Existe evidencia empírica de que la actividad del hombre ha causado impacto geológico en la Tierra, cuestión que supone un cambio estratégico en la manera de entender la vida. Los geólogos apuestan por abrir una nueva era geológica llamada Antropoceno. Un cambio del conjunto del planeta provocado por una especie, el hombre y sus emisiones de gases, sus desechos, sus plásticos, la alteración de los ecosistemas, la acidificación de los mares. La sexta extinción mundial, el cambio climático son claros efectos de esta espiral perniciosa.

Estamos perdiendo la sintonía con los relojes biológicos. Alteramos, deforestamos, extraemos, quemamos, contaminamos, aniquilamos la biodiversidad (de seguir así, habrán desaparecido antes de final del siglo el 75% de las especies vivas actuales). Y, además, renunciamos a relacionarnos con el medio que nos ha visto crecer. Inexplicablemente, asumimos una falsa deidad y nos consideramos capaces de manejar la situación.

La ausencia de política vertebradora del territorio, la nefasta gestión del agua, la irresponsabilidad del crecimiento, de la máxima de cuanto más, mejor; la paupérrima política forestal, el abuso de agroquímicos, el monopolio de las multinacionales de fertilizantes y semillas, se está convirtiendo en una mancha de chapapote cada vez mayor en la carta de derechos humanos.

Estamos olvidando, dejando a su suerte a las futuras generaciones. A los que disfrutarán o penarán con lo que les dejemos. El modelo neoliberal está causando estragos en nuestra madre Tierra. Podríamos pasar a la historia de la humanidad como la primera generación que pudo tomar conciencia planetaria y no tuvo el talento, la astucia, la audacia, la generosidad, el altruismo, la valentía, o simplemente el suficiente egoísmo inteligente para cambiar el rumbo de esta gran nave que ya gobernamos.

Somos tan estúpidos que hundimos una isla tan maravillosa como Nauru y creamos Trash Island. Sustituimos una isla creada durante miles de años gracias a la labor de incontables generaciones de moluscos, peces, corales y aves por una amalgama de plásticos y basuras que son la manifestación de la vergüenza colectiva. Todos la hemos creado, nadie se hace responsable. Yo, ya.

Nunca como hasta ahora tanto poder a nuestro alcance. Nunca como hasta ahora tan pobres en principios y valores que agarren la responsabilidad colectiva. Esa que nos permita espabilar nuestra conciencia colectiva, por ellos, por nosotros, por los que llegarán. Que esa isla de plástico no esté frente a nuestro portal no puede hacernos olvidar que es nuestra responsabilidad. Es necesario apelar a los pequeños gestos diarios, comenzando hoy, Día Mundial del Medio Ambiente, y adquiriendo buenos hábitos. Defender lo común es ser inteligentes, porque lo disfrutaremos, porque creceremos, porque nos lo merecemos. Somos parte del medio y del ambiente, sin él, nada.

Antonio Aguilera Nieves es economista, naturalista, secretario general de la fundación mediomabiental Savia y autor de Antropoceno, la era de la Tierra acosada por el hombre.

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