Zapatero el embuste

Por Luis María Anson, miembro de la Real Academia Española (EL MUNDO, 31/07/06):

Zapatero, el presidente por accidente, según le calificó con regocijada crueldad el Wall Street Journal, ascendió a los cielos monclovitas gracias, en parte considerable, a la atrocidad del 11-M. Un sector cualificado de la opinión pública, a pesar de las máscaras y las humaredas, está hoy convencido de que ETA participó en la logística y la información de aquella operación llevada a cabo, con acuerdo e intervención de Al Qaeda, por islamistas que actuaron como mercenarios.

Aún más: dirigentes muy cualificados y seriamente informados creen, ante el pertinaz intento de borrar las huellas fugitivas de la matanza, que hubo una tenebrosa maniobra y que algunos supieron y callaron, algunos supieron y atizaron. Sólo la transparencia informativa evitará especulaciones maliciosas.

Desde entonces, dos posiciones han cristalizado con relación a ETA: la del PP, que considera único camino para combatir el terror la acción de la Policía, la Guardia Civil y los jueces, el acoso económico y la cooperación internacional, tal y como se hizo en la última legislatura de Aznar; y los que creen, como el sector dominante del PSOE, que lo inteligente es negociar con la banda terrorista, hacerle concesiones e integrarla en la legalidad constitucional.

Ambas posiciones son aceptables. La primera, porque se demostró eficaz después de las treguas trampa y los engaños de las negociaciones que, más o menos veladamente, se llevaron a cabo durante los Gobiernos de Adolfo Suárez, Felipe González y de Aznar durante los primeros años. La segunda, porque partiendo de la base de que ETA no va a entregar las armas ni abdicar ninguna de sus posiciones de fondo, algunos de sus miembros destacados creen que la situación electoral les es ya propicia y que pueden encaramarse al Gobierno vasco desde las urnas. ETA desea la autodeterminación y la independencia. Pero antes que nada quiere el poder.

Carod-Rovira abrió la negociación con ETA en la entrevista que mantuvo como conseller en cap de Cataluña con Josu Ternera en Perpiñán, ese Walhall etarra con Hagen escondido, hijo de Elfo y de los poderes del anillo robado, ante los ojos atónitos de Ibarretxe, que ha pasado de extasiarse en la contemplación del fuego a la preocupación hoy de que el Walhall en llamas, con ETA robustececida y encendida, termine por carbonizar al PNV, porque los que agitaban el árbol para que los nacionalistas recogieran las nueces pretenden descender de las ramas zarandeadas y beneficiarse directamente del festín.

Tras la pirueta de Carod-Rovira que negoció, conforme a un artículo publicado en Avui, que ETA matara en España, pero no en Cataluña «porque Cataluña no es España», tras esta lindeza democrática, en fin, Eguiguren, en el otoño de 2004, abrió conversaciones francas, si bien enmascaradas, con Batasuna, es decir, con ETA. Con una agenda calculada y un calendario preciso, Zapatero, que quiere llegar a las elecciones como el pacificador y conseguir así mayoría absoluta para hacer de España lo que le venga en gana, ha dado todos los pasos necesarios con el fin de abrir oficialmente negociación con los terroristas, sin pestañear cuando la banda le ha obligado a arriar los pantalones y la dignidad del Estado de Derecho. Las tragaderas zapateriles son ilimitadas. Incluso si se produjera un asesinato, el presidente declarará que lo perpetró un comando incontrolado y que continúa la negociación; que ya advirtió desde su olímpica sabiduría que sería dura y difícil.

El problema, sin embargo, no está ahí. Resulta aceptable defender que el camino para dominar a ETA es el de la Policía y los jueces pero también creer que se puede conseguir el cese de la violencia mediante la negociación. El problema es que Zapatero ha mentido. Afirmó solemnemente que no había contactos ni negociaciones con la banda, con el fin de arrastrar a sus posiciones al Partido Popular y neutralizarlo, cosa que consiguió durante un tiempo. Pero se ha demostrado hasta la saciedad que el presidente por accidente no dijo la verdad. Zapatero o el embuste. El embuste que es, según el diccionario de la Real Academia Española, la «mentira disfrazada con artificio». No sabemos, por cierto, hasta dónde habrán llegado sus concesiones a los terroristas, pero algunos dirigentes cualificados creen que hasta la autodeterminación y Navarra. Las declaraciones zapateriles negando todo eso nada significan ya, porque el presidente ha perdido la credibilidad. Con ese instinto certero del pueblo, la multitud clama en las manifestaciones populares: «Zapatero, embustero. Zapatero, embustero».

En sólo dos años, y reconociendo sus aciertos en cuestiones como el carné por puntos y, sobre todo, en acciones culturales como el centenario del Quijote, este político indocumentado, este «ignorante abisal», según la calificación de David Torres, este hombrín sin experiencia alguna de mando, ha quebrado el espíritu de la Transición, ha agitado el fantasma de la Guerra Civil, ha colisionado frontalmente con la Iglesia, ha encendido los nacionalismos separatistas, se ha manifestado antisemita, ha devuelto a España a la penumbra internacional y ha resucitado a ETA. Las manos tartamudas de Zapatero descuartizaron la obra de Suárez, González, el Rey y el pueblo. La balcanización de España se mueve ya en un horizonte preciso. ¿No rondará por la mente zapatética conceder la autodeterminación a Cataluña, el País Vasco, Galicia, Baleares y Canarias y dejar a España reducida a las otras autonomías?

Quién sabe lo que ese prodigioso estadista de la Alianza de las Civilizaciones puede estar germinando para asombro del mundo y de los españoles. Cualquier extravagancia, cualquier provocación paleta, cualquier boutade de panfleto preuniversitario, no sólo es posible sino probable. Y aquí, ciertamente, no pasa nada. No pasa nada. El hedonismo de la sociedad española lo traga todo. Zapatero, como la marquesa Eulalia de Rubén Darío, sonríe, sonríe, sonríe, mientras se recrea estúpidamente en el esplendor de La Moncloa. Ni siquiera Rubalcaba le ha explicado que puede ser el esplendor del incendio.