Zapatero en su piscina

Por Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB (LA VANGUARDIA, 08/06/06):

José Luis Rodríguez Zapatero fue acogido por muchos con ilusión y esperanza. Aznar, sobre todo en sus últimos tiempos de presidente, se había mostrado excesivamente envanecido en su papel de gobernante: una ambición desproporcionada y una excesiva seguridad en sí mismo hicieron que su imagen resultara antipática a los ojos de demasiados españoles. En contraste, la imagen de Zapatero era precisamente la contraria: un chico sencillo, sonriente, educado, moderado y sensato. En fin, un tipo legal, un tipo de fiar. "No os fallaré", dijo la noche electoral, y muchos confiamos en su promesa. En los meses siguientes, el Gobierno Zapatero empezó a cumplir: retirada de Iraq, medidas de igualdad de género, promesas de innovación en política social, prudencia en política económica. Durante más de un año, Zapatero conservó, entre muchos de sus votantes, un crédito suficiente.

Pero llegó septiembre, septiembre pasado, y las cosas comenzaron a torcerse. Aceptar la tramitación en el Congreso de un proyecto de Estatut tan inconstitucional y tan disfuncional para el conjunto de las comunidades autónomas a cambio de permutar el apoyo parlamentario de ERC por el de CiU y, de paso, dejar en la cuneta a Maragall y realzar la imagen de Artur Mas como futuro presidente de la Generalitat puede parecer una jugada genial en el cortísimo plazo pero, pasados unos meses, la sensación que se tiene es la contraria. En efecto, el resultado ha sido el rechazo del Estatut por parte de ERC, el distanciamiento entre el PSC y el PSOE y la exportación de los problemas catalanes al resto de España. Probablemente ahí comenzó Zapatero a suscitar desconfianza en muchas de aquellas personas que un año y medio antes le habían acogido con ilusión y esperanza.

Al paso de los meses, la desconfianza no ha hecho más que aumentar. Mírese como se mire, el asunto del Estatut de Catalunya se ha resuelto mal, muy mal. Si el Estatut es aprobado en el referéndum del próximo día 18, este texto que en privado nadie defiende no solucionará lo que Zapatero pretendía resolver y lo complicará todo mucho más. No sólo será un texto malo para Catalunya sino que será copiado por el resto de comunidades autónomas. De nuevo, estaremos en la actual situación del café para todos, con lo cual los nacionalistas catalanes seguirán reclamando su singularidad: CiU y el PSC pedirán una interpretación del Estatut jurídicamente extensiva -generosa, en términos políticos- y los de ERC harán bandera del proyecto ¿ES DE LOS QUE se lanzan a la piscina sin saber nadar para ver si aprenden una vez se han dado el chapuzón? aprobado en septiembre por el Parlament. Volverá a estar sobre la mesa la eterna exigencia de más autogobierno y mejor financiación. Para este viaje no hacían falta tantas alforjas.

Sólo si en el referéndum gana el no las cosas pueden entrar en una vía razonable: por un lado, esta innecesaria, partidista y electoralista carrera autonómica quedará frenada en Catalunya y en el resto de comunidades; por otro, la clase política catalana, responsable de la elaboración de este Estatut, deberá reflexionar sobre lo que le separa de la sociedad y sólo en ese caso hay posibilidades de que cambie de personal y de orientación. En este sentido, la abstención como muestra de rechazo al Estatut será, paradójicamente, un voto que dará oxígeno a esta clase política y servirá únicamente para que si los votos afirmativos son más que los negativos se considere por la Catalunya oficial que en este tipo de consultas es normal un gran porcentaje de abstención.

Naturalmente, uno de los principales responsables de esta situación es Zapatero. Quizás el problema del presidente del Gobierno es que confunde táctica con estrategia. Tácticamente, es comprensible que busque aliados en los partidos nacionalistas porque no tiene donde escoger para sobrevivir parlamentariamente. Pero en cuestiones de Estado debería Zapatero saber que es imposible ponerse de acuerdo con estos partidos para reformar, precisamente, el Estado de las autonomías o para que esta reforma sirva para poner fin al terrorismo.

¿Tiene Zapatero previsto el camino que recorrer o bien es de los que se lanzan a la piscina sin saber nadar para ver si aprenden una vez se han dado el chapuzón? A los dos años de mandato, tras su gestión del Estatut y tal como van las cosas en el País Vasco, más bien parece ser de estos últimos: se tira a la piscina sin pensárselo dos veces y, todavía sin saber nadar, trata de aprender chapoteando en el agua.

"On s´engage et puis on voit". Me parece que la frase es de Napoleón, no estoy seguro. Uno emprende el camino y ya verá después adónde llega. En nuestra vida personal, algunos practicamos con frecuencia este dicho aceptando sus riesgos. En política democrática, sobre todo cuando se ocupan posiciones de Gobierno, uno debe ser consciente de que no se trata de su riesgo personal, sino de que se pone en juego el bienestar de todos. Más que confiar en su fortuna, en su suerte, en su buena estrella, el buen gobernante debe ser, ante todo, racional y prudente en las apuestas que hace.

Zapatero está arriesgando mucho, a mi modo de ver demasiado. Si las cosas le salen bien, pasará a la historia como un genio. Pero si le salen mal, es decir, si no le salen, si resulta que en la piscina no había agua, no sólo será un gobernante efímero, sino, dado el coste social al que se expone, sus aventuradas apuestas recaerán sobre la espalda de los ciudadanos.

En Catalunya las cosas no le han salido bien. Aguardamos impacientes, e inquietos, cómo acabarán las cosas en el País Vasco.