Zapatero, más allá del talante

Por Vicenç Villatoro, ex director general de la CCRTV (EL PERIÓDICO, 20/04/04):

Hace unos años, se puso de moda distinguir en la socialdemocracia europea entre dos caminos diversos, aunque ambos, en su momento, victoriosos: Blair o Jospin. ¿Blair y, más tarde, Schröder representaban el valor del talante? Llegaban al poder con programas más bien centristas, pero con una propuesta de cambio de cultura política, con un talante amable y participativo. Venían a decir que en unos momentos en los que, en la política europea, no existen grandes márgenes, no se distinguen mucho las políticas de centro-derecha de las de centro-izquierda, lo que importa es la cultura política, las maneras, los gestos. Por el contrario, Jospin, profesoral, poco simpático, representaba la vuelta a los valores tradicionales de la izquierda, un reforzamiento de su componente ideológico y del discurso más férreamente izquierdista.

Zapatero ¿es Blair o es Jospin? Aparentemente, hasta el domingo, Blair. El Jospin español hubiera sido Borrell, línea ideológica dura, jacobinismo. Zapatero, desde el primer momento, ha convertido --como Blair-- el talante en el máximo activo. Y en unos países donde se venía de Margaret Thatcher --aún pasando por el intermedio átono de Major-- y José María Aznar, los talantes sonrientes y de buen rollo ayudan a respirar. Los discursos de Zapatero en su investidura han provocado más emoción y entusiasmo por su talante que por su contenido. Y precisamente esta palabra --talante-- ha batido el récord de uso a lo largo de la semana pasada.

Hasta la investidura, Zapatero podía ser Blair. Zapatero ha llegado al Gobierno con una oferta económica centrista --Solbes ya se ha declarado más liberal que Rato-- y con una oferta de cambio de formas. Pero el resultado de la votación de investidura no era el que correspondería a un Gobierno centrista, sino a un Gobierno anclado en la izquierda: las izquierdas le sostienen, los nacionalistas optan por una abstención esperanzada y la derecha lo rechaza. Y los dos grandes temas con los que se enfrenta Zapatero en la legislatura --política exterior y, digamos, política autonómica--no se solucionan con sonrisas y buen rollo, sino que precisan actitudes políticas de fondo, que comportan siempre un grado de confrontación. En uno de los dos grandes temas, Zapatero rápidamente se ha salido de la fórmula Blair y se ha acercado a la fórmula Jospin, de la línea ideológica dura. Zapatero sabe que está en la Moncloa por la guerra de Irak y por los atentados de marzo. Ha movido ficha seguramente por convicción y por contentar al electorado que le dio la victoria sorpresa. Pero tras la retirada inmediata de tropas, la partida no se acaba, sino que empieza. Y en la partida de la política exterior hay tres grandes temas más abiertos que nunca: las relaciones con Estados Unidos, la posición dentro de la Unión Europea y la evolución del terrorismo islamista radical, que no es una consecuencia estricta de la guerra de Irak. De momento, la opción Zapatero no ha sido la de un simple cambio de talante, sino la de un cambio de política. El futuro está cargado de incógnitas.

La otra gran cuestión cuestión, como siempre, es la nacional. Los tripartitos socialistas que gobiernan en todos los frentes han optado por la confianza en el buen rollo y la ambigüedad. El PSOE puede ser más autonomista que el PP. Sobre todo un PSOE que lo necesita, respecto de un PP que no lo necesitaba. Ahora bien, esto tiene un límite ideológico: puede serlo para todas las autonomías. Es consustancial al PSOE la idea de la igualdad autonómica. Se avanzará, como máximo, en aquello en lo que puedan avanzar todos. ¿Agencia Tributaria? Sí, pero 17. ¿Selecciones deportivas? Ya veremos. ¿Catalán en la UE? Vale, pero a ver qué pasa con el euskera y con el gallego. Y a ver qué les dicen los suyos desde Valencia. ¿Cambios en la Constitución? Bueno, cambios en el Senado.

También aquí, las opciones de Zapatero son continuar con esta política, pero cambiando el talante --y decir que no, pero sonriendo-- o cambiar de política. Lo ha hecho en la política internacional, y muy deprisa. ¿Aplicará la misma energía de cambio en la política autonómica? ¿Aguantará el cliché de la España plural tirones en direcciones contrarias?

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