Zapatero no está en condiciones de agotar la legislatura

El discurso de la unidad de los demócratas que jalea el Partido Socialista no pretende lo que dice, ni recuperar la unidad política y territorial de España frente la fractura creciente de la convivencia ciudadana. La unidad de los demócratas es una excusa que a ETA ni le impresiona ni le importa: es la unidad de España lo que excita su apetito criminal, como lo prueba el alto el fuego que la banda anunció durante el enfrentamiento entre el PSOE y el PP, en plena revisión del modelo del Estado, de las relaciones internacionales y de la Guerra Civil. El discurso de la unidad de los demócratas que agitan desde el PSOE lo único que pretende es mantener el poder y salvar lo que queda de legislatura, a pesar de que Zapatero no está en condiciones de gestionarla tras lo ocurrido el 30-D, por pérdida de credibilidad y evidente incapacidad para gobernar la nación, que considera —como dijo en el Senado al inicio de la legislatura— «discutida y discutible».

Viajamos en un barco sin timonel, como ha dicho Mariano Rajoy, y no sólo desde que ETA decidió romper la tregua con el coche-bomba de Barajas, sino desde mucho antes, porque este sonriente capitán que nos mete en aventuras sin calcular los riesgos y pone en peligro el viejo galeón español actúa como un autócrata visionario que, de fracaso en fracaso, ha encallado la nave del Estado en el Cabo de Hornos del diálogo con ETA, tras anunciar la mejor de las travesías para que, sólo muy pocas horas después, le estallara la sentina del buque.

Y, con el barco desvencijado en la Terminal 4 de Barajas, aún quería Zapatero seguir la negociación con la banda ante el estupor de los suyos, que tres días después —Blanco y Rubalcaba— rectificaron por él. Pero el presidente, ofuscado, siguió hablando de «alcanzar la paz» hasta que, cabizbajo en la Pascua Militar, se avino a reconocer que el proceso había llegado a su fin.

Tenemos un problema en la Presidencia del Gobierno desde el inicio de la legislatura. ¿Acaso hemos olvidado la crisis del Estatuto catalán? Una tormenta, sorteada con ayuda de CiU tras lanzar por la borda a Maragall y engañar a Mas en los comicios catalanes, que todavía está pendiente del Tribunal Constitucional. ¿Se acuerdan de la opa de Gas Natural, para la que Zapatero predijo ante Merkel un final feliz, que sigue dando tumbos en los Tribunales de Justicia? ¿O de la promesa de Zapatero de nombrar un candidato espectacular a la alcaldía de Madrid? Y ¿qué decir del plan de paz para Oriente Próximo que Zapatero sacó de la chistera ante Chirac, o de la Alianza de Civilizaciones que se presentó en Irán en vísperas del congreso contra el Holocausto?

Todo en Zapatero es así. Lo de ETA, además de su gravedad, es sólo el colofón de una larga secuencia de despropósitos temerarios, propios de quien carece de las convicciones democráticas y de las cualidades políticas y personales mínimas para gobernar un país, lo que, sumado a su actual y deteriorado estado de ánimo —que le hace decir que tiene mucha energía— nos conduce a una situación de incertidumbre inquietante, porque nos resulta difícil imaginar que el presidente, al que los etarras engañaron, dejando en el peor de los ridículos al Estado español y al Parlamento europeo, esté en condiciones de gobernar en vez de convocar la elecciones anticipadas.

Para curar las heridas abiertas en el cuerpo social y territorial español y hacer frente a ETA haría falta mucho más que el regreso al Pacto Antiterrorista. Necesitamos la gran coalición, al estilo de Alemania, que permita arreglar los asuntos internos y la política exterior. Necesitamos nuevas caras con credibilidad y experiencia en el PSOE, como la de Javier Solana, cuyo nombre empieza a circular en Madrid. A igual que en el PP, donde ahora se deberían reconocer los errores de la guerra de Irak, enterrar la conspiración del 11-M y cambiar los portavoces ligados a la etapa anterior.

Va a ser muy difícil recuperar no sólo la unidad de los demócratas, sino el diálogo entre el PSOE y el PP, y menos cuando sabemos que Zapatero sueña con otra negociación, con una crisis de ETA y un comunicado de la banda que le ofrezca otra oportunidad. O cuando el PSE de López se pone a las órdenes de Ibarretxe pidiendo más diálogo, como el PSC está a las órdenes de la Esquerra de Carod-Rovira, y todo ello en periodo preelectoral.

Más bien, Zapatero intentará culpar al Partido Popular de hacer electoralismo con la política antiterrorista —práctica que estrenó el PSOE en los comicios inmediatos al atentado del 11-M— y nunca reconocerá que fue él quien vetó la presencia del PP en la negociación con ETA. En primer lugar, porque lo prohibía el Pacto del Tinell y se jugaba la estabilidad del Gobierno; y luego, porque el PP habría impedido la sentada del PSE con Batasuna y la estrategia de las «dos mesas» de negociación, que a ETA le sabían a bien poco si no se incluían Navarra y la autodeterminación. Porque a ETA no le interesan la paz, ni sus presos, ni Batasuna, sino justificar con un precio político sus mil crímenes y cuarenta años de terror (quieren un certificado de penales limpio). Zapatero todavía no lo sabe e insiste en que no se equivocó. Pero el error es él y los ciudadanos lo empiezan a saber.

Pablo Sebastián