Zapatero y el mantra de la paz

Por Jorge Moragas, diplomático y diputado del PP por Barcelona (ABC, 02/09/06):

EL mantra es una suerte de canción budista que repetida de forma indefinida invoca determinadas energías latentes. También se define como encantación o frase corta cuyo contenido en sí es altamente energético y poderoso. Según los expertos, sólo un maestro iluminado posee autoridad espiritual para asignar un mantra. Pues bien, en esta España de pillos y avisados, el maestro iluminado se llama Zapatero y su mantra para lo que queda de legislatura es el de la paz.

Por lo tanto, es conveniente preparar a los ciudadanos para lo que les espera que no es otra cosa que un bombardeo insufrible de vibraciones sentimentaloides y ñoñas por parte del maestro postizo y de todo su potente aparato político y mediático. La agenda política del curso que ahora iniciamos viene muy cargada pero tiene dos puntos ideales para que Zapatero despliegue toda su potencia vibradora: el Líbano y ETA.

Son dos cuestiones tan importantes como distantes aunque esa realidad dispar no será obstáculo para que el maestro Zapatero las aborde con el mismo mantra de la paz. Su estrategia es retorcida pero coherente con su trayectoria. Rodríguez Zapatero busca un lema (o mantra) superior, en este caso la paz en abstracto, que envuelve con falsedad su proyecto de poder del que excluye a todo aquel que no comulgue con el contenido concreto y real del mismo. Es decir, el disidente se convierte ipso facto en un hereje del valor invocado. Veamos algunos ejemplos. Paz con ETA y el que no trague con la rendición preventiva del Estado de Derecho ante los terroristas se convierte en un enemigo de la paz. Paz en el Líbano y quien sostenga el derecho a defenderse antes que morir de nuestros soldados es un novio de la muerte. Este maniqueísmo de los sentimientos es la gran trampa que Zapatero utiliza siempre. Pero el maestro no es infalible y su estrategia presenta fisuras por las que se licua con extrema facilidad la hipocresía y falsedad de su proyecto. A nosotros nos corresponde detectarlas y a ustedes el valorarlas. Cuando el portavoz de exteriores de mi partido en el Congreso es objeto de una fatwa internauta por publicar un libro que describe la cruda realidad, nuestro querido ministro de Exteriores es incapaz de balbucear la más mínima expresión de solidaridad con quién es además su compañero de carrera. A Arístegui lo han amenazado de muerte en una web encriptada de islamistas radicales y la equidistancia militante a la que le obliga al ministro la Alianza de Civilizaciones de su jefe, le ha impedido comportarse como una persona decente. No digo que no lo sea, lo que sostengo es que no se ha comportado como tal. Esta perversión permanente de la realidad forma parte de una estrategia contrastada tras dos años largos de gobierno y que pasa por desarmar primero los conceptos, y una vez debidamente tuneados, lanzar el mensaje político con balas de cabeza hueca. La paz, ¿pero qué significa la paz? Entre tanta empanada de memoria histórica a ninguno de los maestros yogui del PSOE se le ha ocurrido recordar que la paz es también la de los veinticinco años de Franco, la del Gulag o la de los cementerios. No me digan que tanta frivolidad no aconseja ponerse en posición de loto y meditar un poco acerca del significado de las palabras.

Si esta es la estrategia del Gobierno, ¿qué debe hacer la oposición para desenmascarar al espurio maestro de yoga? Siendo realistas, debemos reconocer que no resulta tarea fácil ganar esta batalla de comunicación cuando la información que reciben los españoles en un 80 por ciento proviene de la televisión. Mi impresión, quizás equivocada por el rebufo del verano, es que el Ejecutivo pretende una cierta despolitización de los informativos televisivos. Entiéndanme bien, no quiero decir que el Gobierno renuncie a pasar su mensaje político sino que le interesa que no se hable demasiado de política por la cuenta que le trae y menos aún que la oposición tenga la oportunidad de explicar desde su propio ángulo el verdadero registro que esconde la acción del gobierno. Si bien denunciar la incompetencia, ineficacia y demagogia es tarea obligada del único partido de la oposición, más importante aún es denunciar con imaginación y autenticidad la estrategia de la mentira, el engaño y el artificio permanente de este Gobierno.

Zapatero no es el primer político falso de occidente. Recordemos a un triunfante Mitterrand que para suavizar su personaje no dudó en limarse los colmillos. Sí, lo sé, parece mentira pero la realidad siempre supera a la ficción. En ocasiones el poder seduce y secuestra el alma de los hombres y de entre ellos, los inútiles encuentran en la mentira y el engaño el camino más corto para perpetuarse en el Olimpo a donde nunca debían haber llegado. Las palabras nos han sido robadas y nuestro deber es recuperarlas a través de la política. La cultura española en sentido amplio corre el riesgo de vaciarse si permitimos que las palabras pierdan su significado. Desenmascarar al falso y describir la realidad auténtica son obligaciones democráticas que no podemos eludir. Sigamos el consejo de Ortega: oponerse y seducir es el único camino.