Zapatero y la línea roja alemana

Las tensiones en los mercados han provocado una doble respuesta gubernamental. Por un lado, José Luis Rodríguez Zapatero ha avanzado nuevas medidas de ajuste, desde reducciones fiscales a las pymes, regulación de agencias privadas de colocación o supresión de los 426 euros de ayuda a parados sin prestación, hasta la privatización del 49% de AENA, de la gestión de los aeropuertos de Barajas y El Prat y del 30% de Loterías del Estado. Por otro, la vicepresidenta Elena Salgado, con el apoyo del expresidente Felipe González, se ha sumado a las críticas a la cancillera Angela Merkel por su responsabilidad en desatar la crisis actual.

¿Cómo hay que interpretar esos movimientos? Vaya por delante que la posición de Merkel no es un error en su política comunicativa. Por el contrario, es otra vuelta de tuerca en el difícil proceso de redefinición del euro. Y ahí Alemania tiene una visión radicalmente nueva de lo que debe ser su futuro, que choca con la de mantener las antiguas tradiciones de buena parte de sus socios. Frente a las resistencias europeas, en Alemania comienza a especularse sobre las tres posibles salidas a la crisis. La primera, un euro fuerte, integrado por ella misma, Austria y Holanda, entre otros países, mientras el sur abandonaría la zona monetaria. La segunda, la recuperación del marco, aunque ahora parezca ciencia ficción, con una corriente de opinión muy favorable, cercana al 50% de la población. La tercera, un rediseño del euro, en línea con las propuestas germanas de mayor control macroeconómico, rigor presupuestario, multas a los países transgresores, posibles suspensiones de pagos de alguno de ellos y extensión al sector privado de los costes de los ajustes potenciales.

La posición alemana es clara y viene definiéndose desde hace tiempo, así que ahora no caben excusas. Primero, en el 2009, cuando tanto el FMI como la Comisión Europea estimulaban los déficits, el Gobierno alemán se sacó de la manga una reforma constitucional para impedirlos a partir del 2016. Esta fue la primera señal de divergencia entre lo que Alemania creía que debía hacerse (planes de rigor fiscal y estabilidad en las finanzas públicas), y lo que estaban practicando sus socios europeos, incluida Francia. La segunda en la frente la dio el país centroeuropeo cuando Merkel alargó penosamente la decisión de salvamento de Grecia. Ya entonces fue objeto de feroz crítica, pero la verdad es que el consenso político en Alemania y la opinión pública y la publicada estaban muy en contra del rescate de Grecia. Finalmente, en los últimos días de octubre, de nuevo Merkel emerge con una posición clara, exigiendo la reforma de los tratados de la Unión, para hacer posible el salvamento de un país y, al mismo tiempo, obligar a los prestamistas privados a correr con parte del coste. Esta posición se ha interpretado como antieuropea, ya que ha precipitado la crisis irlandesa y todo lo demás. Pero su propuesta, aunque un tanto edulcorada, se ha aprobado y, en los próximos meses, deberíamos asistir al proceso de reforma de la Unión que posibilite aquellas medidas a partir del 2013.

Alemania ha trazado una línea roja que no piensa cruzar. Y nos está diciendo a todos que, aunque ahora haya que tomar medidas con las que quizá no está muy de acuerdo, a partir de aquella fecha el antiguo funcionamiento del euro, se habrá terminado. El 2013 significará el nacimiento de una nueva área monetaria, en la que los países infractores serán severamente sancionados, pueden ser obligados a declararse en suspensión de pagos y, en ese caso, el sector privado también correrá con parte del coste.

Alemania nos está señalando que debemos seguir un severo camino de crecimiento con elevadas tasas de ahorro e inversión, moderación en el consumo, mejoras en la productividad y competitividad y saldos exteriores positivos. Otra alternativa basada en la deuda y la construcción, con enormes agujeros en la balanza de pagos, como la que ha presidido el crecimiento español en los años del boom, simplemente no la van a tolerar. El envite es claro. Y haríamos mal en no entenderlo. No se trata solo de reconducir el déficit público al 3% en el 2013. Lo que nos exigen es mucho más duro. Y lo peor que en estas circunstancias podríamos hacer es engañarnos a nosotros mismos.

Espero que las turbulencias actuales dejen paso a una mayor tranquilidad. Y que aprovechemos la ventana de oportunidad que nos han dado, hasta la primavera del 2013. Parece que el presidente Zapatero también lo ha entendido así y su doble manifiesto (las reformas prometidas tras la reunión del pasado sábado con las grandes empresas y el anuncio de ayer de nuevas medidas) sugiere que, pese a las críticas a Merkel, se ha abierto camino la tesis de que hay que poner orden en casa.

Pero la línea roja que Alemania ha trazado ahí está, y no parece que la vayan a mover. Y, entre las posibilidades que se contemplan, la de abandonar una zona monetaria demasiado atiborrada de países poco serios, no puede excluirse. Entonces, Alemania siempre nos podrá decir que ya nos había avisado.

Josep Oliver Alonso, catedrático de Economía Aplicada de la UAB