Zelenski sabe mejor que Abascal y Urkullu lo que es un español

Pablo Picasso durante la creación del Guernica, retratado por Dora Maar.
Pablo Picasso durante la creación del Guernica, retratado por Dora Maar.

Un año más, cuando se aproxima la efeméride del horrendo bombardeo de Guernica un 26 de abril de 1937, se van acumulando los debates, las declaraciones políticas y nuevas investigaciones que corroboran la potencia descomunal del símbolo.

Esta vez ha abierto la panoplia de referencias un estudio que quiere demostrar que Picasso no se basó en el bombardeo de Guernica para pintar su cuadro, sino en el anterior que hubo en Durango, a pocos kilómetros de allí.

Santiago Abascal, presidente de Vox, en el Congreso de los Diputados. Europa Press

Pero lo más productivo ha sido que en la prensa nacionalista que ha publicado dicho estudio se reconoce de una manera explícita a las víctimas de ambos bombardeos frente a las usuales declaraciones de ese sector ideológico que habla sólo de miles de víctimas en el caso de Guernica, 2.000 como mínimo.

En la noticia, el experto conocedor del caso José Ángel Etxaniz vuelve a ratificar lo que ya sabíamos: 337 víctimas identificadas en Durango y 164 en Guernica. Saldo aterrador en cualquier caso, pero muy lejos de las 2.000 víctimas que habitualmente se mencionan desde el nacionalismo sólo para Guernica.

Pero lo más cansino de todo, desde el punto de vista de las ideas, no de la crueldad indiscutible del caso, es que desde el ámbito nacionalista se siga pensando que la repercusión internacional del bombardeo se debió a que unos aviones, bajo mando alemán y de parte del bando franquista en la Guerra Civil, masacraron las libertades vascas simbolizadas por la villa.

En este contexto se enmarca la recurrente petición del PNV (obviamente secundado en esto por EH Bildu), por boca del mismísimo lehendakari Iñigo Urkullu, de que el Gobierno español pida perdón a Guernica por el bombardeo.

La ocurrencia entra de lleno en la lógica de la memoria histórica. Ahora, además, lo hace utilizando una carta de un superviviente del bombardeo. El superviviente es un nonagenario que se dirige al presidente del Gobierno democrático de España, salido de la Constitución de 1978 y de una ley de amnistía de 1977, para que pida perdón por el bombardeo de Guernica.

El PNV, en su línea, utiliza esta carta como argumento demagógico para su provecho. Del mismo modo que compara el bombardeo de Guernica con el de Dresde o incluso con el de Hiroshima y Nagasaki. Las ínfulas del nacionalismo vasco no tienen límite.

Eso sí. Que nadie le pida explicaciones a ellos por los escritos de su fundador en los que este denigra, humilla, desprecia y se ríe a la cara de los españoles que acudieron por miles, con su maleta atada con cuerdas, a trabajar en las minas y las industrias del País Vasco desde finales del siglo XIX y hasta mediados del XX. Ese comportamiento vergonzoso hay que contextualizarlo en su tiempo histórico. El bombardeo de Guernica, no.

Primero está la interpretación misma de un bombardeo cuyo resultado, desde el punto de vista militar, fue un verdadero despropósito. Si se supone que tenía que derribarse un puente clave, dicho puente quedó intacto. Y si se suponía que el bombardeo se dirigía contra los símbolos de las libertades vascas (que existen desde mucho antes que apareciera el nacionalismo), ni el árbol ni la Casa de Juntas sufrieron el más mínimo daño.

De nuevo lo absurdo e incomprensible de las guerras, y que los nacionalistas se empeñan en interpretar en un único sentido.

Segundo, el hecho de que el nacionalismo, por boca del lehendakari del primer Gobierno vasco de la Guerra Civil, José Antonio Aguirre, no quiso ver el cuadro Guernica de Picasso ni en pintura (valga el sarcasmo) porque no representaba nada de lo vasco, sino las obsesiones tauromáquicas del genio malagueño.

Tercero, que fue a resultas del ascendiente insólito y desmesurado que adquirió el cuadro tras recorrer los principales museos del mundo como símbolo de la paz universal y del repudio a la guerra y la violencia, ya entrados en la Segunda Guerra Mundial, que el nacionalismo no tuvo más remedio que sumarse a su estela, aprovechando que la pintura se titulaba Guernica, para intentar convencernos de que esa denuncia no era universal, sino referida sólo a su propia interpretación del bombardeo. Uno de los muchos, y no el más mortífero, de los que asolaron España en la Guerra Civil.

Y en estas llega en carne catódica Volodymyr Zelenski, presidente de la martirizada Ucrania, ungido con esa autoridad moral que da el estar al frente de un pueblo invadido, para decirnos, a través de las pantallas instaladas en el Salón de Plenos de la carrera de San Jerónimo, con el Congreso y el Senado reunidos para escucharle: "Estamos en abril de 2022, pero parece que estemos en abril de 1937, cuando todo el mundo conoció el nombre de una ciudad española, Guernica".

Lo que no podemos perder de vista en ningún caso, como ocurre en toda comunicación política, es que el receptor de ese mensaje no era otro que la nación española en su conjunto reunida en las Cortes, por medio de sus representantes del Congreso y del Senado.

El mensaje era meridianamente claro para quien lo quisiera entender en clave emocional y también política. Las víctimas del bombardeo de Guernica fueron los españoles. Todos los españoles, sin distinción de territorio o de ideología.

Porque, aunque Aitor Esteban y sus conmilitones nacionalistas, y también los bildutarras, aplaudieran a rabiar la mención de Guernica por parte del héroe Zelenski, nadie puede obviar, ni siquiera estando muy mediatizado ideológicamente, que allí el receptor del mensaje no era un particular pueblo vasco, sino el pueblo español en su conjunto.

Es muy doloroso (moral e intelectualmente hablando) que haya tenido que ser un presidente ucraniano, ungido por un pueblo martirizado por el invasor, el que nos haga saber que las víctimas de Guernica, del bombardeo convertido en símbolo universal de la paz por Picasso, no son sólo los vascos, ni mucho menos los nacionalistas vascos, sino todos los españoles. Esos españoles a quienes el mandatario ucraniano apelaba para buscar su empatía con lo que está ocurriendo en su país.

Esta lección era la verdaderamente aprovechable, y no otras que han surgido de diferentes rincones de la opinión pública en general, pero sobre todo de ciertos partidos de la cámara allí presentes. Y, en particular, de Santiago Abascal, que ha tenido que recordar los fusilamientos de Paracuellos como modo de compensar la masacre de Guernica. ¡Pero qué tremendo error de apreciación! ¡Qué manera tan burda de desaprovechar un argumento como el que Zelenski nos ha ofrecido de una manera tan natural y convincente!

Porque Zelenski, a ver si nos enteramos de una vez, no ha hecho nada más que demostrarnos lo que todo el mundo tiene perfectamente claro allende nuestras fronteras y que aquí nos empeñamos en ignorar o tergiversar.

Que el Guernica es el cuadro más importante de la pintura contemporánea y que representa el anhelo universal de la paz por obra del genio español de Picasso.

Que Guernica, la localidad arrasada por el bombardeo, es un municipio español de donde toma su nombre el cuadro.

Y, sobre todo, que las víctimas de Guernica son todas ellas nuestras víctimas, exactamente igual que las de Paracuellos. Porque todas son españolas, víctimas españolas que nos apelan, sin distinción, a todos nosotros. A todos los españoles.

Pedro Chacón es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.

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