Zombis

os suicidios duplican desde hace años a las víctimas del tráfico. Y eso que las cifras en España son aún inferiores a la media europea. El crecimiento exponencial que están experimentando los ha convertido en la principal causa de muerte no natural y en la primera absoluta de los jóvenes. Las estadísticas de los problemas psíquicos en Occidente son sencillamente sobrecogedoras, apuntando en muchos casos a los modos de vida de nuestro tiempo, coadyuvantes también de otros males con repercusión en la salud, como los cardíacos.

«¿Hay más enfermos mentales que antes?», le pregunté un buen día a una prestigiosa psiquiatra barcelonesa. «Los que han proliferado son los trastornos del comportamiento, debido a la ausencia de normatividad en las familias, en la educación y en la sociedad en su conjunto», me respondió. Desde aquella sugerente conversación hasta hoy, la realidad no ha dejado de confirmar su inquietante diagnóstico, multiplicando el número de depresivos, ansiosos, angustiados o estresados que precisan para vivir del correspondiente dopaje farmacológico o tratamiento terapéutico.

Parte del germen de estos padecimientos ya lo advirtió Byung Chul Han en su obra La sociedad del cansancio, cuya nueva edición en castellano acaba de publicarse. Han pone el acento en la obsesión por el rendimiento que preside en la actualidad las actuaciones humanas. Hemos pasado, dice, de una civilización donde regía la idea disciplinaria de lo que no debía hacerse, a otra basada en lo que puede hacerse. Del sensato «no, we shouldn't», hemos llegado al tontorrón «yes, we can». De un mundo de cárceles, cuarteles, templos, bibliotecas o fábricas, estamos en otro de gimnasios, centros comerciales, empantallamiento sin límites y torres de oficinas decoradas como salas de estar de cualquier hogar, sometidas a las exigencias más extremas de la productividad. En ese escenario de absoluta presión, o incluso de autoexplotación voluntaria, que se produzca el agotamiento o el desgaste personal cae por su propio peso, desencadenando indefectiblemente las llamadas enfermedades del alma que pueblan las calles de nuestras ciudades de legiones de seres empastillados para poder sobrevivir.

Añádase a ese negro panorama la progresiva ausencia de contemplación serena de las cosas, complicada en grado sumo por los acelerados momentos actuales y esa dichosa manía de la hiperactividad. Como los animales, distribuimos ahora nuestra atención hacia mil tareas a la vez, estando en permanente alerta ante innumerables amenazas que se ciernen sobre uno, lo que se traduce en una generalizada superficialidad rayana al salvajismo, como sostiene con pleno acierto el pensador germano de origen surcoreano. Nos hemos convertido, en suma, en hombres orquesta incapaces de encontrar espacios para la reflexión sobre lo más profundo, sea de orden cultural, filosófico o metafísico. Escribe al respecto Han: «La moderna pérdida de creencias afecta no solo a Dios, sino también a la realidad misma, y hace que la vida humana se convierta en algo totalmente efímero. Pero no solo ésta es efímera, sino también lo es el mundo en cuanto tal. Nada es constante y duradero», lo que suele desembocar en gentes descentradas para las que solo levantarse por la mañana es todo un reto.

Despojada de trascendencia, la vida se reduce entonces a la lucha histérica por la mera supervivencia física, a prolongar al precio que sea. De ahí que la salud se considere hoy lo único cuasisagrado que existe. Pero esa vida, como señala con toda la razón Han, se parece bastante a la de los muertos vivientes. «Son demasiado vitales como para morir, y están demasiado muertos como para vivir», indica refiriéndose a esos zombis del culto al cuerpo y el fitness, del rendimiento infinito y del botox.

Desconozco la eficacia que puedan tener las estrategias orientadas a combatir estas perturbaciones, pero debieran incluir un manual de instrucciones para procurar una existencia al humano modo. Ni nos sienta bien la celeridad que imprime de forma artificial la sociedad moderna ni la ausencia de instantes para observar con detenimiento lo más trascendental y fascinante de nuestro breve periplo vital. Y es también evidente que los humanos necesitamos como el comer de normas razonables y que se cumplan. Fuera de ese marco, no cabe esperar más que vacío existencial. Y muerte prematura, como se está viendo a diario en especial entre niños y adolescentes.

Javier Junceda es jurista y escritor.

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