Zonas libres

En los últimos años se está desarrollando en numerosos lugares de Europa un movimiento plural que persigue la creación de espacios en donde no puedan ser cultivadas plantas transgénicas. Esta creciente geografía de zonas libres de transgénicos la componen actualmente 230 regiones y alrededor de 4.000 municipios, creando así un escenario en el que países como Austria, Grecia, Italia o Polonia devienen casi en su totalidad, como consecuencia de decisiones tomadas a nivel local, zonas libres de transgénicos. En este contexto, el 26 de noviembre del pasado año se debatió en el Parlamento español una proposición no de ley presentada por Esquerra Republicana e Izquierda Unida-Iniciativa per Catalunya Verds que tenía por objeto declarar España como zona libre de transgénicos; recordemos que España es el único país europeo en el que se ha venido produciendo maíz transgénico de forma continuada y cuya extensión ronda las 80.000 hectáreas. La proposición fue rechazada con los votos de PSOE y PP alegando la pertinencia de los organismos transgénicos y la necesidad de proseguir su desarrollo bajo un control científico que habría de prevenir la posible aparición de problemas medioambientales. Días más tarde, el 4 de diciembre, se celebró una reunión de ministros de Medio Ambiente de la Unión Europea en donde se abordaron los criterios que rigen la comercialización de plantas transgénicas. Nuevamente salió a relucir el discurso que enfatiza la necesidad de proseguir con investigaciones que diluyan cualquier riesgo medioambiental o sanitario que las plantas transgénicas pudieran comportar, apuntando, asimismo, la pertinencia de investigar sus implicaciones socioeconómicas e incluso la idoneidad de establecer zonas libres de transgénicos en espacios que posean una biodiversidad que merezca ser preservada.

Sin embargo, más allá de un cierto sosiego que acaso podría desprenderse de esta llamada a la precaución científica, cabe afirmar que la retórica tecnocientífica que impregna el desarrollo de los cultivos transgénicos tan sólo constituye el envés de un discurso que, al promover una tecnologización de los problemas, descontextualiza social y medioambientalmente el propio modelo agrícola intensivo que irrumpe con la agrobiotecnología. Los discursos de la innovación tecnológica y del control científico vienen a conformar, en su interrelación, un escenario que se presenta desde una necesariedad que confiere a toda crítica de dicho modelo un sesgo antidesarrollista y una imperdonable falta de confianza en la innovación científica y en la seguridad que ésta habría de comportar. No obstante, las cuestiones que aquí se dilucidan tienen la suficiente trascendencia como para seguir reproduciendo discursos difícilmente sostenibles en un plano analítico (la descontextualización y despolitización de lo tecnocientífico, la posibilidad de que la incertidumbre pueda ser erradicada) y ajenos tanto a lo que la propia realidad de los cultivos transgénicos ha comportado desde su liberación comercial como a las controversias tecnocientíficas suscitadas sobre la seguridad de la transgenia.

La palabra clave es la coexistencia. La retórica tecnocientífica que atraviesa a la agrobiotecnología nos viene a decir que los cultivos transgénicos tan sólo son un modelo agrario que podría coexistir con los cultivos convencionales y ecológicos ya existentes. Sin embargo, los transgénicos por razones agronómicas, por el sistema de producción agrícola y por su posterior entrada en la cadena alimenticia (no olvidemos que los principales cultivos transgénicos, soja y maíz, atraviesan en forma de piensos y derivados gran parte de la producción de alimentos) parecen asemejarse a un fluido que atraviesa barreras, que se precipita sobre los otros modelos agrícolas; a modo de ejemplo, hay que decir que la producción de maíz ecológico en Cataluña y Aragón, debido a su contaminación con maíz transgénico, está prácticamente al borde de su desaparición. Ante esta presencia de fluidos transgénicos, difícilmente rebatible, se nos dice que habrán de fijarse umbrales que posibiliten legalmente la presencia de transgénicos en esos otros modelos. Pero la presencia de un umbral legitima ya de facto el modelo agrobiotecnológico, un modelo que no se caracteriza por coexistir sino por un progresivo precipitarse más allá de sí mismo descuidando o ignorando las consecuencias que esto ocasiona. Cabe afirmar, por ello, que quizás la cuestión no sea tanto negociar umbrales cuanto reivindicar la posibilidad misma de negar este modelo y, en consecuencia, de poder construir zonas libres de transgénicos, zonas ajenas a un modelo agrícola que ha emprendido una inquietante mercantilización de la naturaleza.

La continua remisión a un futuro transido de seguridad en donde la tecnociencia dictaminará una supuesta inocuidad de los transgénicos conlleva, por una parte, la preocupante asunción de que los actuales cultivos transgénicos no se han desarrollado una vez que el principio de precaución ha sido establecido; primero fueron los transgénicos y después un sistema de control que debe reconstruirse a medida que los problemas afloran: la agrobiotecnología no espera (el primer maíz transgénico cultivado en España está hoy prohibido) y la coexistencia deberá regularse en un contexto marcado ya por la contaminación transgénica. Por otra parte, la experiencia de los cultivos transgénicos ha sido ya lo suficientemente amplia como para que se continúe pidiendo informes sobre seguridad obviando la problemática ambiental y social que la transgenia ha comportado: pérdida de biodiversidad, contaminaciones por transgénicos, aparición de malas hierbas y de resistencias a los insumos agroquímicos que lleva incorporado el uso de transgénicos, creciente deforestación de tierras en países como Argentina y Brasil para plantar la soja transgénica que alimenta el ganado occidental, mercantilización del comercio de semillas que impide la reutilización de las mismas socavando así conocimientos y prácticas agrícolas de carácter local que poseen una historia dilatada y sobre la que habría de fundamentarse la soberanía alimentaria, etcétera.

La ignominia del discurso que justifica la agrobiotecnología sobre la base de una mayor productividad que vendría a ayudar a paliar el problema del hambre y la falacia de la promesa de una reducción de insumos agroquímicos vienen a enmascarar lo que subyace a la agrobiotecnología, que no es sino una reactualización del viejo sueño moderno de convertirnos en dueños y señores de la naturaleza. La reducción del debate a la búsqueda de una irrefutable seguridad tecnocientífica contribuye a ocultar el debate en torno al modelo de naturaleza y sociedad que reproduce la agrobiotecnología. La iniciativa de las zonas libres de transgénicos se aviene, por el contrario, a visibilizar dicho modelo mediante su negación misma y mostrar así la mercantilización de la existencia que comporta, la incertidumbre social y medioambiental que produce.

Ignacio Mendiola, profesor de Sociología en la UPV-EHU.