Zubiri en París

Por Olegario González de Cardedal (ABC, 28/06/06):

A mediados de 1936 Zubiri llega a París. Aquí encuentra una pléyade de intelectuales españoles que, viendo su vida en peligro, han abandonado Madrid, ante la depuración del profesorado que pretendía llevar a cabo el ministro de Educación Jesús Hernández. En el Colegio de España (Ciudad Universitaria) se encuentra con Severo Ochoa, Américo Castro, Pío Baroja, el físico Blas Cabrera, el neurohistólogo Pío del Río Ortega. Poco después llegarán Gregorio Marañón, García Morente, el embajador Luis de Zulueta, que abandona la embajada española ante la Santa Sede acompañado por F. Javier Conde, y otros muchos.

¿Qué hará Zubiri en París hasta el 2 de septiembre de 1939 que vuelva a España? Ante todo sobrevivir, ayudado por amigos como el gran hispanista M. Bataillon y Maritain, a quien había encontrado en los cursos de La Magdalena (Santander). Luego conocerá nuevos nombres de ciencia: asistirá a clases en la Sorbona y en L´ École de Hautes Études; enseñará en instituciones universitarias. Aquí descubre otros horizontes de realidad y nuevas formas de pensamiento, que serán decisivas para su orientación teológica. De ellos nacerá un capítulo fundamental de su obra, clave para entender su personalidad y al que hasta ahora apenas se ha prestado atención. Me refiero a las páginas de su obra «Naturaleza, Historia, Dios» que llevan por título «El ser sobrenatural: Dios y la deificación en la teología paulina». Ellas significan un quiebro en el pensamiento anterior de Zubiri, sin conexión con lo que había oído en Madrid, Lovaina, Friburgo y Berlín. ¿Cuáles son las raíces de esa nueva orientación teológica, decisiva a su vez para su propia metafísica?

Dos son las categorías clave que ha descubierto. Una, la de «deificación», proveniente de la teología griega, introducida por la emigración rusa en Occidente y elaborada por los teólogos agrupados en torno al Instituto ortodoxo de San Sergio. La segunda es la «teología de los misterios», propuesta por O. Casel, de la abadía alemana de María Laach y asumida por la mayoría de los teólogos benedictinos. La revolución rusa desencadenó oleadas sucesivas de cristianos e intelectuales rusos que, pasando por Viena y Praga, desembocaban casi siempre en París. Ellos hicieron presente a la cultura occidental un universo espiritual aquí desconocido. Fue un proceso mucho más largo en el tiempo y profundo de contenido, pero similar a lo que años después significó en literatura e historia de las religiones la emigración rumana con nombres como Ionesco y Mircea Eliade.

El nombre representativo de esa nueva teología griega es el de una mujer rusa, casada con el historiador francés Fernando Lot, de nombre Myrrha Lot-Borodine, con el estudio publicado en 1932-1933: «La doctrina de la deificación en la Iglesia griega hasta el siglo XX». Su doble formación, rusa primero y luego francesa en París, donde siguió entre otros cursos los de H.Ch.Puech en la Sorbona y de J. Lebreton en el Instituto Católico, le permitió comparar el legado teológico cristiano y acercar a la mentalidad latino-occidental el tesoro de experiencias y expresiones cristianas propias de las iglesias orientales, aquí olvidadas o desconocidas. Hasta ahora habían prevalecido Descartes y Kant en filosofía, Santo Tomás y la neoescolástica en teología, la actitud moralista, jurídica o psicológica ante la liturgia y la mística. Con ellos, una lectura racionalista, psicológica y moral del cristianismo. El universo simbólico y sacramental, la celebración litúrgica como actualización presencializadora de la salvación, la acción permanente del Espíritu Santo en la Iglesia como perenne fuerza constituyente frente a la mera memoria histórica del Cristo fundador, la significación escatológica del monaquismo, la validez perenne de las grandes figuras teológicas de la patrística griega frente a la absolutización de lo occidental y la concentración en lo latino: tal era el legado de la teología griega que ahora aparecía ante los ojos.

Estas perspectivas resultaron innovadoras y decisivas, suscitando y alimentando los movimientos litúrgico, patrístico, bíblico y ecuménico, de los que nació la eclesiología del Concilio Vaticano II. Congar, Chenu, Daniélou, Bouyer y otros muchos teólogos han confesado su deuda con estas perspectivas. Lot-Borodine era sólo el eco de las grandes voces recogidas en los círculos en los que se movía: N. Berdiaev, Lev Chestov, Nikita Struve, Florovsky, Vladimir Soloviev, P. Boulgakov, Vladimir Lossky... En su biografía, la hija de Lot-Borodine recuerda: «El rostro atormentado y las afirmaciones metafísicas de Berdiaev marcan todavía la memoria de la niña que yo era entonces». Este es el mundo que descubre Zubiri, que supone una revolución para su horizonte teológico. Él, que hasta entonces había crecido teológicamente entre una escolástica de cortos vuelos y un modernismo que le fascinó durante más de un decenio, podrá respirar un aire nuevo, pensar con mayor rigor y creer con una fe mejor fundada.

Hay un segundo horizonte que determina su pensamiento: la teología alemana que le han descubierto los benedictinos de San Anselmo en Roma. A. Stolz, que estaba renovando a la vez el pensamiento teológico y espiritual, le pone en contacto con otros teólogos, como Schmaus. Stolz publica en 1936 su obra clásica «Teología de la mística», que significa un corte en la comprensión subjetivista, experiencial y referida a los fenómenos extraordinarios que había prevalecido hasta ahora en Occidente, para arrancarla al individualismo y resituarla en el horizonte histórico, objetivo y bíblico del «misterio» o designio salvífico de Dios accesible en los sacramentos y en la vida comunitaria de la Iglesia. De esta forma unía Biblia, Liturgia y Mística.

Esta formación la profundiza Zubiri en los años de París en contacto con la Abadía de la Fuente, en la que siguió los cursos necesarios para ser recibido como oblato benedictino desde el 25 de febrero de 1937 hasta el 28 de diciembre de 1938, en que tiene lugar el acto de la oblación, recibiendo el nombre de Anselmo. Su esposa, Carmen Castro, hace lo mismo en las mismas fechas y recibe el nombre de Francisca. En este contexto Zubiri, en opinión de Dom Gozier, actual monje de Santa María de la Fuente, entraría en contacto con Dom Jutglar, y a través de él conocería más a fondo la teología de Casel y quizá la incipiente de su discípulo Dom Warnach.

Escribo estas líneas en el distrito 16, en la encrucijada de tres calles, en las que vivieron las tres grandes figuras de la filosofía española por aquellos años. Ortega había logrado llegar a París y se había instalado en la calle Gras, nº 43; Zubiri se había trasladado a la calle Félicien David, nº 24, y a verse con ellos venía García Morente, que años antes había vivido en este barrio.

En estos encuentros al lado del Sena, ¿cuáles fueron las conversaciones sostenidas entre Ortega, herido de muerte por una República y un Levantamiento que no eran los suyos; Zubiri, que siendo sacerdote ya sehabía secularizado, y García Morente, quien, antes no creyente, ya guardaba el secreto de su encuentro con Cristo en la rendida y amorosa adhesión que es la fe y que años más tarde consumaría ordenándose sacerdote? Los caminos y pensares de los hombres son sorprendentes: algo conocemos cada uno, los nuestros poniendo el oído al propio corazón, y casi nada los otros. Nuestra fe y nuestro pensar sólo se desvelan trasparentes a los ojos de Dios. Los demás sólo podemos rastrear huellas y adivinar trayectorias. Eso hago yo hoy rememorando agradecido este cruce de caminos donde convergieron la desolada situación de Ortega, la reflexión teológica de Zubiri y la experiencia religiosa de Morente.