Zuckerberg y los pezones

El hombre con mayor capacidad de influencia del mundo (y el quinto más rico, según la última lista de Forbes),está triste y no sabe cómo dejar de estarlo. La capacidad de influencia del imperio de Mark Zuckerberg no puede hacer nada para ayudarle a cambiar su destino. Cuando un hombre conquista todos los éxitos posibles, solo desea una cosa: la gloria. Pero eso, Zuckerberg lo ha perdido para siempre. Ya no será recordado como el niño prodigio que supo usar Internet para cambiar el mundo, sino como el niñato que creó y alimentó un monstruo capaz de destruir nuestras democracias.

El escándalo de Cambridge Analytics sobre filtración masiva y uso no autorizado de datos personales de Facebook puso de manifiesto que se envió información sesgada a 87 millones de norteamericanos para influir en su voto en las últimas elecciones a la presidencia. El asunto fue tan grave que vimos al dueño de las cuatro redes sociales más grandes del mundo (la propia Facebook, Facebook Messenger, WhatsApp e Instagram, todas ellas con más de 1.000 millones de usuarios mensuales activos) hacer lo nunca visto: ponerse traje y corbata y abandonar sus deportivas para comparecer en Washington. Era tal la vergüenza, que tuvo que disfrazarse. Habló más de diez horas en el Congreso y fue ridiculizado en varias ocasiones, todas viralizadas después en su propio imperio.

Desde entonces intenta arreglar las cosas entonando el mea culpa allá donde se presenta la ocasión. El tour del perdón de Zuckerberg lo llevó hasta Bruselas donde volvió a decir: “En los últimos años no hemos hecho lo suficiente para evitar que las herramientas que hemos creado se utilicen también para causar daño”. Pero como el mejor canal del mundo para comunicar es suyo, el pasado viernes ha hablado desde su trono: su perfil social de Facebook, donde ha explicado cómo afrontará los problemas a los que se enfrenta su compañía. Poca cosa: Facebook no es capaz de defenderse contra la interferencia electoral, de proteger a su comunidad de abusos y daños ni de garantizar que las personas tengan control de su información. Pero tranquilos, porque Mark está trabajando personalmente en ello.

Y no solo. También va a esmerarse seriamente en censurar los discursos del odio y los llamamientos a la violencia, algo que su tecnología aún no puede hacer. Pero tranquilos de nuevo, porque según los cálculos del último mensaje de Zuckerberg, nada de esto se podrá garantizar al 100% hasta 2019 más o menos. La razón es que distinguir unos mensajes de otros es muy difícil. Y encima, algunos de los objetivos son prácticamente incompatibles porque, según ha explicado, “el cifrado aumenta la privacidad y la seguridad de las personas, pero hace que sea más difícil luchar contra el odio a gran escala”. Vamos, que estamos salvados.

Y digo yo, usuaria entusiasta de estas redes, qué raro que Facebook (tampoco Instagram) no sea capaz de distinguir un mensaje que incita a la violencia de uno que no lo hace, pero sí consiga distinguir entre los publicables pezones de un varón y las pecaminosas berzas de una mujer. Porque, como todo el mundo sabe y muchas padecemos, en las redes de Zuckerberg cualquiera puede publicar un mensaje de odio o una mentira sin sufrir censura alguna, pero ninguna mujer del mundo puede publicar los pezones de sus tetas. En eso ha debido centrar la compañía sus esfuerzos de los últimos años, en solucionar la crisis de los pezones que azotaba a la humanidad.

Me imagino que soy una de las personas más poderosas del mundo y que dedico mis mejores esfuerzos a borrar pezones de la faz de la tierra mientras permito tranquilamente que se publiquen mensajes de odio y se corrompa la democracia. Ya pediré perdón si algo se tuerce. De momento, voy a centrarme en lo importante: las tetas de mujer. En este aspecto, el trabajo de Zuckerberg ha sido sobresaliente. Y gracias a la tecnología fina, el big data y su propio esfuerzo, su compañía ha cumplido durante años con una tarea prioritaria: extirpar quirúrgicamente de sus redes los pezones de las mujeres.

El asunto tiene su gracia, porque para superar la crisis de los pezones la tecnología ha tenido que desarrollarse hasta el punto de ser capaz de distinguir no solo el pezón de un hombre del de una mujer, sino también entre los dos tipos de privilegiadas tetas que pueden publicarse sin necesidad de difuminar sus areolas: las que han sufrido una mastectomía y las que aparecen amamantando. Vamos, todas aquellas tetas que según Facebook no contienen ninguna carga sexual o pornográfica. Como si una mujer que amamanta o que hubiera superado un cáncer careciese de sexualidad.

Personalmente, me resulta inevitable preguntar qué habría pasado, quién habría ganado las últimas elecciones americanas, cómo sería hoy la conversación en Facebook e Instagram (cada vez más atestada de soft porn) si al señor Zuckerberg le hubiera preocupado más mi querida democracia que mis tetas.

Nuria Labari es escritora y periodista. Es autora del libro Cosas que brillan cuando están rotas (Círculo de Tiza).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *