Se cumple hoy, 27 de diciembre, un año de la entrada en vigor de la Ley de la Memoria Histórica (52/2007), que permitió a los interesados, entre otras reivindicaciones, recabar información de todos los archivos que dan noticia de los muertos y desaparecidos de la Guerra Civil española. Un año después de una ley que sino ha resuelto todos los problemas, al menos ha facilitado la apertura de algunas fosas y la recuperación de restos de fusilados por el franquismo, deberíamos abordar otros asuntos sin resolver. Por ejemplo, el de la recuperación de las obras de los escritores y artistas represaliados y olvidados en las zanjas de la historia. Es decir, rescatar al unísono esos cadáveres culturales, sin los cuales nuestro patrimonio no estará nunca completo.
No hay que olvidar, que a partir de la tercera década del siglo XX se generó en España un movimiento renovador intelectual que la sublevación fascista del 1936 quebró: muchos escritores, investigadores, profesores, músicos dramaturgos y pintores fueron asesinados o tuvieron que exiliarse. La cultura española sufrió un corte de indiscutible trascendencia. Nuestra misión es la de rescatar sus obras de las fosas de la Guerra Civil. También debemos intentar rehabilitar a los asesinados pública, social e intelectualmente por la dictadura franquista. Abramos, pues, las zanjas de la historia cultural.
Por ejemplo, en Madrid, en noviembre de 1940, fue fusilado el político y escritor socialista Julián Zugazagoitia, que fue precursor de la novela social con Una vida anónima (1927). Un mérito que ha pasado casi desapercibido, seguramente por pertenecer a una generación de represaliados, la de prosistas del 27. Entre ellos se encuentran asimismo J. Díaz Fernández, Carranque de los Ríos, López Pinillo, Ciges Aparicio, Joaquín Arderíus, César M. Arconada, Benavides y otros. La mayoría marcharon y murieron en el exilio, aunque algunos, como Zugazagoitia y Ciges Aparicio serían fusilados, el primero, como ya he dicho, en Madrid, el segundo en Ávila. En estos autores casi desconocidos se hallan representadas las tendencias literarias e ideológicas que defendieron el compromiso social en la literatura en un momento en que arrasaban las vanguardias en toda Europa.
La obra narrativa de Zugazagoitia, en la que prima lo testimonial, se circunscribe a tres novelas: Una vida anónima (1927), El botín (1929), y El asalto (1930). En Una vida anónima, el protagonista es un obrero metalúrgico que se difumina en la gran historia de su tiempo, sin contar para nada en el proceso que se va tejiendo a su alrededor. Con esta novela, Zugazagoitia inaugura la corriente de la novela de compromiso que ya contiene, parcialmente, muchos de los elementos de lo que en los años cincuenta se denominará como narrativa social. Es, pues, un pionero dentro de un género que gozó de gran éxito durante más de dos décadas, y que hoy, bajo diferentes formas narrativas, sigue vigente.
Por otra parte, el ilustre vasco aún tiene otra faceta por la cual merece el reconocimiento literario: la de innovador en la técnica de novelar. Acerca de esto dijo el escritor José Díaz Fernández en el periódico El sol (8 -6-1930), aludiendo a la novela El asalto: "El procedimiento empleado por el autor, combinando historia y ficción, es realmente nuevo entre nosotros los españoles, y puede servir para dar un radio más extenso a este tipo de literatura obrerista. La entrada de elementos nuevos en el agotado campo de los asuntos novelescos significará probablemente, un enriquecimiento del género".
Hay que añadir que Julián Zugazagoitia dedicó su vida, desde edad muy temprana, no sólo a la pluma sino también al socialismo. En abril de 1931 fue elegido concejal del ayuntamiento de su ciudad natal, hecho con el que se inicia su vida política pública. Llegó a ser ministro de la Gobernación en el gabinete formado por Negrín el 17 de mayo de 1937, puesto en el cual permaneció hasta abril de 1938. Desde este año hasta el final de la guerra, desempeñaría la Secretaría General de Defensa Nacional.
Tras la ocupación alemana de Francia, Zugazagoitia fue detenido en París por la Gestapo, que lo entregaría a las autoridades franquistas españolas. Más de un año después de terminada la guerra, en noviembre de 1940, era fusilado, tras un juicio sumarísimo, en las tapias del cementerio de la zona este de Madrid.
Sesenta y ocho años después, es hora de que reivindiquemos esta generación de tempranos escritores de la narrativa social, y sobre todo, a su pionero, con el objetivo de que nuestros manuales de literatura den por terminado ese injusto silencio literario y comiencen a dar entrada en sus páginas a la generación de la que forma parte Julián Zugazagoitia como su precursor. Se trata de corregir una impostura que lastra y falsea nuestra historia literaria, debida tan sólo a que sus autores fueron represaliados por sus ideas políticas, diferentes a las del franquismo.
Para terminar, unas palabras de la novela, El vano ayer, de Isaac Rosa que añade un motivo más para reivindicar pública, social e intelectualmente a los asesinados antifranquistas: "El olvido impuesto sobre los muertos puede convertirse en una segunda muerte, un ensañamiento postrero sobre el que fue fusilado".
Juana Vázquez, catedrática de Lengua y Literatura, periodista y escritora. Su último libro, la novela Con olor a naftalina.