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Los Mayas: palacios y pirámides
VIII. Aportaciones mexicanas a Yucatán
         
 
  INDICE  
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  VIII. APORTACIONES  
Influencias toltecas
Los monumentos
Templo Guerreros
El juego de pelota
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  TABLA CRONOLOGICA  
  GLOSARIO  

 

DISCO DE MOSAICO DE TURQUESA

Figura 1

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ATLANTE DEL TEMPLO DE LOS GUERREROS

Figura 2
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EL CENTRO DE CHICHÉN ITZÁ

Figura 3

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UNA INMENSA METRÓPOLIS

Figura 4

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Cuando hablamos de la ciudad de Tikal, en Guatemala, mencionábamos la aparición en Petén de una influencia arquitectónica procedente de la gran ciudad de Teotihuacán, en los altiplanos mexicanos. El talud-tablero, característico de las regiones centrales, apareció en efecto en algunos edificios mayas como consecuencia de la migración de algunos pueblos originarios de Teotihuacán, que habían penetrado en la llanura de Petén. Estos acontecimientos parecen ser contemporáneos de la guerra que Tikal declaró a Uaxactún, hacia el 375 de nuestra era.

A raíz de la profunda agitación causada por la invasión de oleadas de tribus seminómadas procedentes de zonas subdesérticas del norte de México, los pueblos sedentarios de las grandes ciudades de Mesoamérica se vieron desestabilizados. En Occidente, un fenómeno análogo y contemporáneo marca las grandes invasiones que provocaron la caída del Imperio Romano. En México, algunas «naciones» expulsadas por los invasores se pusieron en marcha y poco a poco, fueron asentándose más al sur, sobre todo en las tierras ocupadas por los mayas. Además de la influencia artística, existe un sincretismo religioso —con la aparición de Tlaloc, dios de la lluvia en Teotihuacán— que es producto de esta difusión cultural.

Unas migraciones parecidas se produjeron a finales del siglo X, con la llegada —no sabemos si masiva o progresiva— de contingentes de guerreros procedentes de la ciudad de Tula, capital de los toltecas, dueños de los altiplanos mexicanos, que penetraron en el país maya. Estos recién llegados se instalaron en Chichén Itzá, que convirtieron en su nueva capital. En el emplazamiento, ocupado por los mayas que habían construido allí edificios de estilo Puuc, levantaron una ciudad admirable e innovadora.

¿Hay que relacionar la irrupción de los pueblos mexicanos en el país maya con una invasión de los chichimecas, nómadas saqueadores de origen mexica, que asolaron por primera vez Tula en el siglo X? Es posible que sí. Esta interpretación se vería apoyada por los toltecas, que mencionan graves acontecimientos. Antes del 987 —según algunas fuentes— una parte de los habitantes de Tula habría abandonado la capital. Los toltecas, acaudillados por su jefe, Topilzin —que a partir de ahora responderá al nombre de Quetzalcoatl, como la Serpiente Emplumada, conocida como Kukulkán en Yucatán— habrían estado rondando por allí, pasando por Veracruz y Tabasco. Tras alcanzar el territorio maya en Chiapas, donde las ciudades clásicas han sido ya abandonadas, llegaron al norte de la península yucateca y se afincaron en Chichén Itzá.

Sea leyenda, mito o tradición histórica edulcorada, al parecer la lucha entre Topilzin y su hermano Tezcatlipoca (que ostenta el título de Señor de la guerra de los toltecas, después de los aztecas) provocó las revueltas que condujeron a ciertos grupos de la población a exiliarse y a «colonizar» Chichén Itzá, ciudad que a partir de entonces conocerá un extraordinario renacimiento.

La nueva Chichén Itzá es el fruto de una estrecha fusión entre las tradiciones arquitectónicas propias de los mayas, por un lado, y las de los toltecas de Tula, por el otro. Durante mucho tiempo se creyó que los toltecas eran responsables de la introducción en el país maya de los rituales sangrientos y de los sacrificios humanos propios de los mexicas, pero un mejor conocimiento de los mayas ha demostrado que no es así, ya que las tribus de Petén, de Chiapas o de Yucatán habían hecho durante sus cultos ofrendas de sangre y matado víctimas para el sacrificio. Puede, sin embargo, que el carácter altamente militarizado de los pueblos de lengua nahua (la lengua de los aztecas) haya acentuado sus rasgos violentos.

Los toltecas, cuyo sistema socio-político estaba completamente regido por las órdenes guerreras de los Águilas, los Jaguares y los Coyotes, confieren a su arte un aspecto dramático y sangriento. En los bajorrelieves que adornan los monumentos maya-toltecas de Chichén Itzá hay por todas partes cráneos de víctimas rituales, águilas y jaguares devorando corazones, guerreros armados llevando la cabeza cortada de los vencidos, etc. La estética cambia de luces. La atmósfera adquiere tintes trágicos. La muerte está presente en todas partes.

Pero la religión no es el único aspecto tolteca que se infiltró en el país maya. La arquitectura —lo mismo que la escultura y la ornamentación— sufre un profundo mestizaje cultural. Y los principales monumentos de la Chichén Itzá maya-tolteca llevan la impronta de las formas, los espacios y las funciones originarias de Tula. Las técnicas de construcción se modifican para responder a nuevos imperativos rituales y espaciales. Es lo que ocurre, por ejemplo, con los santuarios destinados a las reuniones solemnes de los miembros de las órdenes militares. Los hombres que pertenecen a las «hermandades» de los Águilas y de los Jaguares necesitan grandes espacios cubiertos en los que celebrar sus asambleas. La religión ya no es prerrogativa de los sumos sacerdotes y de los soberanos: también lo es de los guerreros, que son los que detentan el poder.

Pero los otros tipos de edificios, como la pirámide y el juego de pelota, tradicionales entre los mayas —como, por otra parte, entre muchos de los pueblos precolombinos de América central— siguen manteniéndose y desarrollándose: son los que llevan de manera menos directa la impronta tolteca. Sobre todo se perpetúa la técnica de la cubierta abocinada, propia de los mayas. El recurso a la bóveda de hormigón a veces se combina con las nuevas formas: es lo que ocurre, por ejemplo, con el conjunto de las Mil Columnas, en el Templo de los Guerreros. El resultado son unos espacios hipóstilos de una gran originalidad.

Por lo tanto, cuando se produce el renacimiento maya-tolteca en Yucatán surge una arquitectura mixta, híbrida. No obstante, híbrida no quiere decir estilísticamente débil, indeterminada o informe. Muy al contrario: beneficiándose de las aportaciones de ambos pueblos, el arte que florece en la última Chichén Itzá representa un notable progreso, tanto espacial como estético, a la vez que una profunda mutación formal. Trasciende las formas de las dos arquitecturas de las que ha surgido.

 

 

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