Clausewitz en King’s Cross

Por Oscar Elía Mañú, licenciado en Filosofía por la Universidad de Navarra, colaborador del Instituto Empresa y Humanismo de la Universidad de Navarra, y experto en la filosofía política de Raymond Aron (GEES, 08/09/05):

Hace doscientos años, con Prusia en peligro de muerte, Clausewitz escribe su primer artículo en la revista Neue Bellona; es una crítica al intento de von Bülow por reducir la guerra a variables aritméticas. Poco después, en 1806 las calles de Berlín retumban al paso de las tropas napoleónicas: Hegel ve pasar la Historia a caballo bajo su ventana; Fichte se desespera ante la ocupación del orgulloso estado prusiano; en Moscú, Alejandro I ve venir lo inevitable. Meses antes, Clausewitz ha caído prisionero de los franceses, y asiste desde París a la configuración de un nuevo orden militar. La Revolución francesa, observa, ha cambiado la forma de hacer la guerra; ¿qué puede hacer el aristocrático ejército prusiano ante la nación en armas? El entusiasmo francés, la fuerza republicana alumbran a los ojos de Clausewitz una nueva guerra. La Grande Armeé, la marea tricolor que se extiende desde Madrid hasta Varsovia, la exhibición de hombres, material y organización, la exhibición del genio militar de Napoleón, asusta y seduce a los militares prusianos.

Poco duró el sueño de Bonaparte; en 1814 Europa volvía a su inestable equilibrio entre naciones, aquel que Clausewitz conocía, el que defendía, y el que el genio de Napoleón pareció tragarse pocos años antes. La historia parecía retroceder a la calma de Antiguo Régimen; vana ilusión, ya nada sería como antes. La democracia y el progreso técnico alumbraron una nueva forma de hacer la guerra, barriendo antiguas concepciones estratégicas; ante los ojos del prusiano hace aparición la guerra moderna, nace una nueva era.

En apenas un siglo, la política moderna desarrolló su propia lógica, y con ella las pasiones desatadas, la tecnificación, la racionalización social, las grandes ideologías. Clausewitz muere en 1831. Casi noventa años después, los soviets se apropian del poder en Rusia, y desatan una ola de terror que tiene en Lenin su origen y en Stalin su perfección: éste desprecia a Clausewitz por militarista; el primero, más sutil, incorpora las enseñanzas del prusiano al credo comunista; ¿qué es la política revolucionaria?, se pregunta el marxista convencido; la realización efectiva de los designios de la humanidad, la última y definitiva lucha de clases, el fin de la historia, responde la vanguardia del proletariado. Aniquilar al capitalista es empezar a construir la verdadera democracia. Octubre de 1917 abre las puertas del infierno del Gulag, de las chekas, de la Lubianka y de la Revolución Cultural. En la era de la revolución mundial, las palabras de Clausewitz resuenan por el orbe: la guerra es la continuación de la política revolucionaria por otros medios. ¿Qué no está permitido cuando la política es la liberación de la humanidad?¿cómo no justificar –repite el creyente convencido- la entrada de los tanques soviéticos en Poznam, Budapest y Praga?¿cómo no condenar a muerte al capitalista allí donde se encuentre?

Los discípulos compatriotas de Clausewitz no lo hicieron mejor: si la guerra es la continuación de la política, Versalles marca el abismo de la política alemana; ¿no es la política la defensa de la raza, del pueblo, de la civilización escogida? ¿qué medio no emplear para levantar del polvo de la historia a un pueblo humillado? Desde los grandes desfiles de 1933 hasta la imagen de los soviéticos entrando furiosos en la Cancillería, la guerra total de Ludendorff no fue sino la continuación de la política por otros medios; una política esencialmente hostil deviene en guerra total, en aniquilación del adversario. De los fines a los medios, “Mein Kampf” y “Der Totale Krieg” no pueden sino desembocar en el incendio descontrolado del continente. Convertido éste en cenizas, la catarsis de Nuremberg puso punto y final a una ideología perversa; a la sombra del paraguas nuclear, el Telón de Acero consagró la otra durante cincuenta años.

La historia del siglo XX no es la historia de la política, sino de las ideologías; ¿acaso sus crímenes no responden a una determinada filosofía de la historia? Para los creyentes en Marx, la historia es la historia de la gran injusticia; pero también la historia de la toma de conciencia, de la revolución, del fin de la historia y del paraíso comunista. Para los hitlerianos, la historia es la degradación de un pueblo elegido, pilar de la civilización occidental y humillado gratuitamente en Versalles. Exterminio y deportación de pueblos enteros, reclusión en las heladas tierras del Gulag; Austwich, Katyn, Camboya. Crímenes realizados en nombre de la historia; ésta respaldaba las matanzas de Lenin y Ho-chi-Min tanto como las de Hitler o Goering.

La enseñanza debió quedar entonces clara; “la guerra es la continuación de la política por otros medios” no es una prescripción, sino una descripción. La fórmula no es un mandato; tampoco una denuncia moral. El lector atento encontrará en la frase de Clausewitz una sentencia netamente descriptiva; así son las cosas, y no pueden serlo de otro modo. Como en un espejo, la guerra y la violencia adquieren el carácter de la política de la que dependen. Los objetivos políticos dictan el carácter de los medios; la violencia empleada se ajusta al fin perseguido. La principal lección para el siglo XXI nos fue dictada en el XIX y demostrada en el XX; una ideología absoluta desata una violencia absoluta.

De Clausewitz a Ben Laden: La guerra sigue siendo la continuación de la política

Los escombros del World Trade Center, los hierros retorcidos de los trenes de Atocha y del autobús de Tavistock Square parecen demasiado alejados de las cargas de caballería, las filas de fusileros y la lucha de bayonetas de Waterloo. Ante nuestro asombro, ya no hay campos de batalla, porque todo el orbe puede ser Manhattan, Atocha o King’s Cross; la lucha se libra en los suburbios de las capitales occidentales, en los medios de comunicación, en la red informática y mercantil. Ya no hay uniformes, convenciones ni declaraciones de guerra; Al-Qaeda, en fin, no es ni Prusia ni la Internacional comunista, y los Estados y las democracias occidentales amenazan, una vez más, con descomponerse ellas mismas.

¿Cómo no aparcar a Clausewitz en el fondo del desván intelectual de la historia? Quienes se apresuran a enterrar el pensamiento del prusiano, deberán reconocer que quizá se precipiten. En la era de la geopolítica del caos la guerra se nos presenta más que nunca como la continuación de la política por otros medios; en la era de la guerra de Irak, la relación entre táctica y estrategia se hace indispensable.

Por eso la primera pregunta es inexcusable; ¿Qué política? Las mochilas bomba que aterrorizan Londres solucionan una injusticia secular, una humillación histórica de occidente sobre el orgulloso Islam; el islamismo ofrece a los suyos un futuro radiante, glorioso, que reedite un lujo perdido en Jerusalén, Córdoba y Bagdad; un futuro que dé a cada uno lo suyo. Justicia divina, al destruirlo todo, sienta las bases para un futuro nuevo. Nuestras constituciones, los partidos políticos, las alianzas, la corrupción, las debilidades parlamentarias y gubernamentales son los obstáculos que entorpecen el camino de la justicia. El islamismo no se agota en la religión, ni en la psicopatología sectaria de sus militantes. Supone una filosofía de la historia, de la reedición y reconstrucción del Islam mítico. De un fin que es la vuelta al principio. Al suicidarse matando en el metro de Londres, Hasib Hussain no sólo se reúne con las huríes; reconstruye la grandeza del Islam, introduce la justicia divina en la historia, la hace retroceder al pasado al tiempo que la impulsa al futuro. Lejos de integración y multiculturalismo, el moro de Lavapiés y el jamaicano de Aylesbury ajustan cuentas con occidente.

Volviendo a Clausewitz, ¿qué no está permitido cuando la recompensa es el jardín de las huríes?¿cuántos aviones, cuantas mochilas bomba no merecen la pena cuando la finalidad es la resurrección del esplendor mahometano?¿qué instrumento no está permitido cuando la propia muerte conlleva la redención de creyentes y no creyentes? El terrorista suicida se libera a sí mismo y libera a un Islam humillado y arrodillado, lo devuelve a la senda del esplendor perdido; veinte, doscientos, dos mil muertos son un precio aceptable para un futuro radiante. Desde que se escribiera “Vom Kriege”, la guerra ha ascendido a los extremos porque la política lo ha hecho; Lenin negaba a Dios, y al tiempo sacralizaba la historia; las guerras proclamadas por la Internacional se convertían en guerras justas por la liberación de los pueblos. Nada ni nadie interpuesto en el camino de la historia. Hitler negaba a Dios, debilidad humana, y convertía la tierra en el infierno, en el reino del más fuerte, en la aniquilación del adversario; etnias, pueblos y razas bajo el poder del más fuerte.

¿Qué decir de Ben Laden? Entre tinieblas, vemos que Al-Qaeda no es el PCUS ni el NSDAP ni la Internacional Comunista. Si “la política es la continuación de la política por otros medios”, el islamismo no sustituye el absoluto por el paraíso proletario, ni lo niega para sustituirlo por la voluntad de poder; hitlerianos y marxistas negaban lo trascendente y se apropiaban de su nombre. Negaban el absoluto para poner al hombre en su lugar, reedición moderna del mito prometeico. Pero Al-Qaeda asciende al extremo, y afirma lo trascendente negando lo terrenal. ¿Qué es la política? El ejercicio de la voluntad divina, responderán en madrassas, mezquitas y foros de internet; ¿qué sacrificio puede negarse a la construcción de la gran umma cuando está en juego el poder de Dios sobre la tierra?

Ideología atea antes en Afganistán, la doctrina de Marx materializaba lo espiritual; en el occidente capitalista el materialismo son las discotecas, las drogas, las películas porno; la herejía y el ateísmo rampante. ¿Qué hacer? Ante lo corrupto y lo corruptor, el yihadista espiritualiza lo material, y saca sus conclusiones; la vida sólo cuenta absorbido por lo trascendente. Ante el problema principal de occidente, ante las sociedades del hedonismo y la laxitud, Al-Qaeda plantea la cuestión última: si nada tiene sentido fuera de la religión, a Occidente le queda redimirse o morir.

La política ya no es absoluta, sino la política del absoluto interpretada por los elegidos. La matanza como guerra, la búsqueda de la aniquilación total, ilimitada, infinita, en Sharm el Sheij, Madrid o Londres es la continuación del designio divino, como lo fue del Führer o del Partido antes. En octubre de 2001 Al-Qaeda revela a los suyos la política, marca la estrategia; “preparad vuestra fuerza al límite de su capacidad para golpear con el terror los corazones de los enemigos de Dios”. Violencia ilimitada, terror, aniquilación constituyen la estrategia derivada de los designios divinos.

Ante nuestros ojos hoy, la guerra es, más que nunca, la continuación de la política por otros medios, y nos obliga a preguntarnos ¿qué hay detrás de las explosiones?. Lo terrorífico e infernal de las mochilas y los coches bomba es precisamente aquélla ideología que se esconde tras ellas; incendio ideológico que amenaza con extenderse por el mundo. Pero mientras Europa entra en una nueva era, sus habitantes prefieren actuar como si nada hubiese pasado, y se dedican ufanos a su pasatiempo favorito; las querellas internas. Y en los últimos tiempos éstas son apasionadas y tienen un nombre común: Irak.

Irak: El fantasma de Lenin y el fantasma de Mao recorren Europa

En plena geopolítica del caos, un occidente opulento y hedonista cena todas las noches ante el televisor con las matanzas yihadistas en Irak, Egipto o Indonesia. Sociedades de los derechos, de la seguridad y la opinión pública, hacen bueno el análisis maoísta de 1956, convertido ya en profecía. Hoy, cincuenta años después, el fantasma de Mao se pasea por las calles de Bagdad susurrando al oído de unos y otros su sentencia más definitiva; el imperialismo es un tigre de papel. Pero entre mesopotamia y los parlamentos occidentales, el susurro se pierde fuerza y se apaga.

Al-Zarkawi y sus matarifes entienden lo que en Occidente se olvida, y lanzan al aire la pregunta fundamental; ¿hasta dónde aguantarán las democracias?, se preguntará el politólogo; ¿cuántos muertos va a soportar Estados Unidos?, se cuestionarán el político y el consejero. El muyahidín global en Basora y Tikrit actualiza la fórmula maoísta: el número de bolsas negras en la CNN y la BBC es inversamente proporcional al apoyo social al cuerpo expedicionario aliado. Las bombas en Irak van teledirigidas a las mentes de occidente; las degollinas en directo son mísiles psicológicos contra las cancillerías y congresos occidentales. Un Hummer menos importa menos que una división más. Tras la caída del tirano, terroristas de todo el orbe acuden a Irak con un objetivo; rasgar la voluntad y la resistencia del tigre americano, hacer trizas cualquier resistencia occidental.

Pero lejos del desierto, la yihad global estalla ante nuestras casas, en nuestras calles y autobuses. El objetivo de las mochilas del 7J eran el cuerpo del ciudadano tanto como su alma y el alma social de la democracia inglesa. Desganada, Europa observa aburrida la escena, Al-Qaeda busca repetirla y acelerarla; ¿cuánto tiempo soportará Londres su estado de excepción? ¿cuántos 11M harán falta para que occidente abandone cualquier esperanza? Marcador pesimista, en agosto de 2005, Ben Laden gana, Occidente pierde. Volviéndose contra sí mismo, suicida sus principios y valores, se revuelve contra los suyos; juzga como propios los errores, busca los culpables en los parlamentos y ministerios. Y entonces evidenciamos que otro fantasma recorre Europa; el fantasma de Lenin.

1989: Retorno del psicoanálisis, la izquierda mundial regresa ávida de ideas a los viejos mitos revolucionarios. La caída del muro no sólo no hundió a la izquierda, sino que la liberó de sus demonios particulares. Redimió no sólo a los seguidores de Marx, sino a los de Lenin. Con ello la doctrina se renovó limpia de la sangre de cincuenta años. Liberada del peso de medio siglo de crímenes en nombre de la ideología, la religión secular se adapta a las nuevas circunstancias, da sentido a la historia, selecciona los males y señala a los culpables de siempre. Intelectuales, analistas y periodistas de prestigio repiten el dogma leninista, adaptación marxista de la fórmula de Clausewitz: El imperialismo es la fase superior del capitalismo.

Año 2003: Revolucionarios aburguesados, abertzales, antisistemas, ingenuos pacifistas y católicos practicantes marchan orgullosos gritando ¡No a la Guerra!, queriendo desterrar cualquier nubarrón del horizonte con sólo desearlo. La guerra y la muerte no entran en el diccionario de la Europa del bienestar; en su mente, la guerra no existe como continuación de la política del pacifismo y del apaciguamiento. Después, el 11M y el 7J, confirmaron los prejuicios y los juicios apasionados: La causa está en Irak, los culpables en la Casa Blanca, en La Moncloa, en Downing Street.

¡Sorpresa ideológica! El círculo se completa: la causa del 7J, del 11M, está en Irak, la causa de Irak, en la avidez de petróleo; de éste en el imperialismo; la causa del imperialismo, en el capitalismo occidental. La cadena argumental no está demostrada ni económica ni históricamente; poco importa en la época de los mass-media, de las tertulias ligeras y los reality-show. Ante nuestros ojos se funden en un mismo tótem funerario Sharon, la industria armamentística, los neocon, Aznar, la Exxon y Oriana Fallaci. Después, se le pega fuego. Vieja tradición ideológica, se hace responsable a Estados Unidos de todo cuanto se detesta, se hace culpable a Bush de los males sobre la tierra, se promete un futuro radiante cuando él y su país dejen de ser un problema. De nuevo volvemos a Clausewitz; el progresismo interpreta la guerra como la continuación de la política capitalista por otros medios.

En la era del megaterrorismo, el fantasma de Lenin recorre las redacciones de televisiones, radios y periódicos; acabemos con nuestra política para acabar con la guerra y acabar con el terrorismo. En la mente de los creyentes en la Razón progresista, este dogma es hoy tan verdadero como en 1916. Pero disuelto el Ejército Rojo, se ha extendido fuera de los círculos revolucionarios, y disuelta la cabeza intelectual y moral moscovita, avanza tan poderoso como desorientado por los campos abonados de una Europa encantada de haberse conocido, que busca culpables de su desgracia, y los busca ya.

De la táctica a la estrategia: De nuevo Clausewitz

Tras los espectros de Lenin y Mao, y desde la retirada del contingente de la base Al-Andalus, el progresismo bienpensante español dispara alborozado el misil de Irak contra sus rivales; error histórico, olvida su pasado más reciente, la historia imprescindible que amenaza con estallarle en las manos. La coacción islamista sobre la España de las Azores nos hace retroceder nueve años; el 11M nos retrotrae necesariamente al 12J. Los mismos argumentos de entonces hoy se arrinconan en el fondo de una memoria selectiva, que aún deambula por las calles de un pueblo llamado Ermua. Al hacerlo nos pone en la pista de la táctica terrorista.

Contra la dispersión de presos se lanzó la estrategia aniquiladora etarra; Ortega Lara, Miguel Angel Blanco fueron condenados a la sombra de un comunicado: acercamiento de presos o muerte. Un escalofrío recorre España, la sitúa ante la esencia misma del terrorismo, la enfrenta al diálogo con el horror: ¿estás dispuesto a aguantar este crimen?, pregunta el terrorista al gobierno elegido; ¿aguantará tu conciencia? ¿y la de tus ahora más que nunca indefensos ciudadanos?, continúa desafiante el terrorista. Preguntas que -herencia maoísta- el terrorista responde por nosotros; es fácil poner de rodillas a una democracia parlamentaria.

El crimen no se agota en el tiro por la espalda, va más allá, tiene un significado terroríficamente histórico y político. El mensaje en verano de 1996 es claro; hacednos caso o mataremos, advierte el terrorista encañonando al concejal vasco. Vosotros nos dispersáis, nosotros os mataremos, advierten los comunicados etarras. En la simplicidad y el barbarismo del mensaje reside su capacidad de éxito o su riesgo de fracaso; presos o muerte. Pero incluso los terroristas cometen errores; España desató sus pasiones contra el chantaje a sus instituciones, y se negó como un solo hombre a ceder al terror etarra.

Consecuencias conocidas: Miguel Angel Blanco muere atado y de rodillas. Reedición televisada de la pesadilla, hoy ingenieros y militares mueren en la misma posición, vestidos de naranja, en los arrabales de Bagdad. Son los mismos ojos asesinos del verdugo, la misma mano que no tiembla; no tembló en Vic ni en Hipercor, como no tembló el 11M ¿Qué ha cambiado? Quienes entonces se enfrentaban a los terroristas, hoy dirigen su mirada indignada contra la Casa Blanca y la calle Génova. Moralistas selectivos no disimulan: ¡Adiós al “inadmisible chantaje al Estado de Derecho”! Baño de realismo, la palabra chantaje se vuelve selectiva; vale para los hijos de Aitor, se olvida para los de Mahoma; vale para los presos, no vale para Irak. Ceder al terror es coacción en un caso; pacifismo y democracia en otro.

Temerosa de sí misma, la sociedad cierra los ojos a lo inquietante; El 12J llevó a España a 1808, el 11M a 1936. En el 12J la táctica de los presos explotó en las manos del nacionalismo totalitario; en el 11M la táctica de Irak explotó estirando la tensión social hasta límites insoportables. No exista nada más allá de la decisión de un gobierno democrático, no cuentan las intenciones del adversario, no queremos saber qué piensa el embozado enemigo. Por eso las bombas de King’s Cross, las voces que señalan Irak con indignación o angustia nos instan a preguntarnos lo que Clausewitz se preguntaba en pleno siglo XIX; la relación entre fines y medios, entre guerra y combate; entre táctica y estrategia.

La lista de fechas y lugares del terror yihadista nos muestra la certeza despiadada del terrorista que apunta a la cabeza y a las mentes de una sociedad indefensa. La guerra es la continuación de la política, pero continuación que no vive de quimeras independentistas y celestiales. La política revolucionaria, en Hernani o en Bagdad es acción, propaganda y toma del poder. Los medios dependen de los fines, sólo en la medida en que sean capaces de llevarnos a ellos.

Si antes el acercamiento de presos es la decisión del presente que nos traslada a la injusticia principal, la situación en Irak, Arabia Saudí, Palestina o Marruecos es la encarnación diaria de la injusticia secular, así como la escalera hacia su solución. Pero analistas e intelectuales descansan de sus análisis en las arenas de Irak; las ecuaciones salen fáciles sin remontarse a sus orígenes, leyendo sólo la táctica de los comunicados de Al-Qaeda y olvidando la parte estratégica; “alegraos, nación del Islam, alegraos, nación de los árabes”. Continuación de la política, el terrorismo es la continuación de una ideología que va más allá de la ocupación y liberación iraquí.

De nuevo Clausewitz; política, estrategia, táctica se articulan jerárquicamente y dialécticamente. El objetivo político es uno, las estrategias varias respecto a él, y las tácticas indefinidas respecto a la estrategia: la táctica es el uso de las fuerzas en combate; la estrategia el uso de los combates en busca del objetivo. Instrumento ayer contingente para la construcción islamista, es ya instrumento necesario. En la cadena estratégica yihadista, Irak y Londres son el eslabón por el que ascender al objetivo supremo; el análisis de lo particular nos remite necesariamente al análisis de lo universal. Imprescindibles ambos, olvidado el segundo de ellos.

Paradojas históricas, el militar prusiano y el nihilista islámico confluyen en diferenciar y unir los medios a los fines; Irak, Afganistán, Madrid, Nueva York, Londres, Bali son los medios de la estrategia, los peldaños para el objetivo último, en los que se ganará y perderá el paraíso final. De los fines a los medios, las bombas de Atocha y King’s Cross no se siguen del objetivo estratégico de expulsar a los marines de Irak. La estrategia de aniquilación, antes en el Gulag o Mauthausen, ahora en Sharm el Sheij, responde a una política de aniquilación y de sometimiento total. Afirmar que la causa del horror está en Irak o en la desigualdad económica es no decir estratégicamente nada, y caminar directamente contra el muro de la historia. Pero la ceguera estratégica es una epidemia que amenaza con extenderse por todo Occidente.

La política diaria, la toma del poder, el pulso y el equilibrio de la fuerza no se alimentan sólo de ideales futuros. Los objetivos últimos, la quimera, el paraíso final, en Pyongyang, Euskadi o en el Islam no otorgan las victorias diarias. Ingenuos en su horizonte histórico, los terroristas son despiadados en la táctica; el blindado en llamas en Nayaf suma tanto como el metro reventado en Londres y los comunicados en las televisiones occidentales en prime-time. Enfermos de soberbia intelectual y ceguera ideológica, intelectuales respetables limitan el análisis a un tiempo, 2003 y un espacio, Irak. Convierten la táctica en estrategia, para escándalo de neoclausewitzianos. De nuevo el prusiano; la guerra tiene su lógica, pero no su gramática. La táctica se sigue de la estrategia, pero no se identifica con ella. Si Irak provoca el 7J y el 11M, es al mismo tiempo provocado por una estrategia global del terror, medio de una política totalitaria y absoluta; traducción nacional, la dispersión de presos no provoca un atentado, más que en la medida en que éste deriva de la lógica totalitaria de la que depende. Los mismos que dicen desenmascarar la táctica etarra se niegan a aplicar su misma lógica a la táctica islamista. Fieles creyentes del dogma progresista, su odio a Estados Unidos y al liberalismo discrimina argumentos, elimina conclusiones, introduce prejuicios. Y alimenta las esperanzas de la nueva internacional del crimen.

Para no concluir. Clausewitz en la era del terror

Septiembre de 2001 debió ser un aviso, en el que Al-Qaeda nos mostró su política; “Miles de jóvenes de nuestra generación desean morir tanto como los estadounidenses desean vivir” (Ben Laden). Entendida en términos de vida y muerte cualquier ideología se hace absoluta; en la guerra yihadista, el que no es víctima sólo puede ser verdugo. Entonces debimos entender la pregunta; tras los norteamericanos, ¿cuánto tardarán en venir a por nosotros?. Pero ¡cuidado¡ Bretch es un santo progresista; quienes lo invocan contra el fascismo lo olvidan contra otros peligros. Consecuencia previsible, el 11M Al-Qaeda disparó a las mentes y los corazones de los españoles con su más poderosa arma, la ideología; “vosotros amáis la vida, nosotros amamos la muerte”. La muerte rasgó en dos la sociedad española; el fantasma de Mao se paseó jubiloso por la Puerta del Sol; en Londres aún tratan de conjurarlo.

Pero el fantasma de Mao no cabalga solo. Los creyentes en el dogma progresista buscan en casa el culpable de las bombas, paseando el mito leninista por las calles; acabemos con la guerra de Irak para acabar con la pesadilla, se repiten a sí mismos. Ansiosos de poner fin al caos que se avecina, los europeos tratan de despejar la variable iraquí, pero olvidan la básica distinción entre fines y medios; Bagdad es la base sobre la que hoy tratan de construir el reino de Dios sobre la tierra. Irak representa hoy el campo de batalla en el que el yihadismo ascenderá o descenderá en su camino hacia el paraíso islámico sobre la tierra. Sobre la arena del desierto, el cuerpo expedicionario aliado libra una singular batalla contra un enemigo que tiene en el país mesopotámico la punta de lanza de una ideología que amenaza con tragarse la forma de vida occidental.

Pero por encima de la táctica militar, la política se libra en las mentes y los corazones de occidente. Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, la política del pacifismo y del apaciguamiento excluye cualquier posibilidad de defenderse; enfrente, la aplicación de la voluntad de Alá sobre la tierra excluye la posibilidad de distensión o coexistencia. Convirtiendo Irak en la finalidad estratégica y política, olvidando aquello que da sentido tanto al coche bomba en Basora como a la mochila Bomba de King’s Cross, gobernantes y analistas caminan despistados hacia el precipicio. Renuncia a enfrentarse a la política que se enfrenta a los principios constitucional-pluralistas y ceguera estratégica constituyen la soga que ata las manos de las sociedades europeas.

En 1805, Clausewitz afeaba a von Bülow su intento de reducir la guerra a variables aritméticas y geométricas. Para el autor prusiano, la guerra es mucho más; pasiones, política, azar, genialidad de los comandantes. Clausewitz nos ofrece un amplio repertorio de conceptos militares, políticos, filosóficos; su intento, comprender los cambios producidos en un mundo que se enfrenta a una nueva era. Hoy, intelectuales y analistas descartan de antemano cualquier cambio o cualquier imperativo histórico: La ceguera estratégica niega la posibilidad de un análisis más allá de la cercanía táctica. En segundo lugar, la ideologización, la reaparición de la vieja religión secular progresista interpreta la máxima de Clausewitz a su manera, proclamando orgullosa su pacifismo. Y olvidando la lección que día a día otorga Ben Laden: la política del ¡No a la Guerra¡ significa el suicidio de Occidente.