¿Fin de la década de Tony Blair?

Por Henry Kamen, historiador. Acaba de publicar Bocetos para la Historia, una recopilación de artículos publicados en EL MUNDO (EL MUNDO, 15/05/06):

Si no fuera por la gracia de Dios, ahora yo sería ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña. Pudo haber pasado. En 1974 una sección del Partido Laborista de la ciudad de Lincoln, en Inglaterra, solicitó que me presentara como posible candidato para las elecciones generales. Otras secciones del partido tuvieron en cuenta a otros aspirantes para el cargo, entre ellos a una dama llamada Margaret Beckett. Yo, obviamente, no fui escogido y la persona agraciada fue Beckett, quien ganó el escaño en las elecciones y a partir de entonces empezó su carrera parlamentaria.

Este último mes, Beckett ha emergido como una de las últimas esperanzas a las que Tony Blair recurre para poder tratar de salvar su Gobierno. Beckett no posee la clase de personalidad capaz de inyectarle nueva vida a una situación de crisis, y con su nombramiento Blair ha demostrado que se le han agotado los recursos. Un periódico británico, reconocidamente contrario al Ejecutivo, ha publicado lo siguiente: «Hemos llegado a la fase Calígula de este Gobierno. Calígula demostró lo que pensaba del Senado y el pueblo de Roma nombrando cónsul a su caballo. Tony Blair nos demuestra lo que piensa del Parlamento y de los ciudadanos británicos nombrando a Margaret Beckett ministra de Asuntos Exteriores».

Es lamentable ver al Partido Laborista reducido a esta situación de crisis. Tony Blair ha demostrado ser el primer ministro laborista más enérgico del siglo y, como él mismo ha dicho, no deberían juzgarse nueve años de éxito gubernamental por nueve días de escándalo en los periódicos. En estos momentos, Tony Blair y Dominique Villepin son los dos líderes políticos más inteligentes y liberales de la Europa Occidental, pero ambos están siendo perseguidos por la prensa, por razones no enteramente de su culpa. Ambos se enfrentan a problemas similares, su preocupación por sus respectivos ministros, dificultades acerca de la política social y la inmigración, así como la capacidad de mantenerse erguidos bajo presión. Lo único, sin embargo, que ni ellos ni ningún político pueden superar, es el peso de la opinión popular.Y en el caso de Blair, el veredicto de la opinión popular se está volviendo más y más aparente.

Según un sondeo de opinión publicado la primera semana de mayo, el apoyo al Partido Laborista ha experimentado su punto más bajo en los últimos 19 años. Ningún partido político puede tolerar semejante veredicto sin tratar de remediarlo.

Prácticamente cada asunto de importancia desata la opinión negativa del público contra Blair. El primer gran problema en perjudicarlo fue la intervención de las tropas de George Bush en Irak. Un año después de la invasión, Blair superó el criticismo por su apoyo prestado a la guerra y ganó por tercera vez consecutiva las elecciones generales, aunque por una mayoría más reducida de la que había gozado antes. La situación en Irak, mientras tanto, no ha mejorado para las tropas, y los gritos de alborozo con que los habitantes de Basora recibieron hace sólo unos días la caída de un helicóptero británico demuestran que ha llegado la hora de que las tropas se retiren. Hasta el momento, más de un centenar de soldados británicos han fallecido en territorio iraquí.

El gran periodo de éxito político que vivió al principio el Gobierno de Blair parece haber tocado a su fin. Desde entonces, una serie de fracasos en la política interior han persistido en mermar su aparentemente invulnerable mayoría en el Parlamento. Una semana antes de que se celebraran las elecciones locales, tres escándalos llenaron las páginas de los periódicos. Primero, el número dos de Blair en el Parlamento admitió haber tenido una aventura amorosa de dos años con una de sus secretarias, «de la cual» -en sus propias palabras- «me arrepiento». Después, su ministro de Asuntos Interiores ofreció su dimisión a raíz de una irregularidad por la cual dejó en libertad, en vez de deportar, a más de un millar de delincuentes extranjeros, que en algunos casos volvieron a cometer delitos. «He pedido disculpas, pido disculpas y seguiré pidiendo disculpas», declaró el ministro en el Parlamento, pero sus palabras se ahogaron en abucheos. Por último, la ministra de Sanidad fue cruelmente criticada por sus declaraciones de que el sistema de sanidad pública estaba «floreciendo», cuando en realidad se encontraba en graves problemas económicos que conllevaron a que miles de trabajadores perdieran sus empleos.«Lo siento», fue la excusa que dio por su ignorancia. «Es imposible estar al día de todo».

Estos tres incidentes explican lo que ha sucedido en las elecciones municipales celebradas en Inglaterra a principios de este mes.Fueron un desastre parta el Partido Laborista que perdió a más de 300 concejales. El partido obtuvo solamente el 26% de los votos frente al 40% del Partido Conservador. Prácticamente todos los escaños perdidos por el primero fueron a parar al segundo que, evidentemente, espera ganar las próximas elecciones generales.En realidad, los resultados de las elecciones locales no hubieran sido por sí mismos una herida mortal, pero indican una tendencia que puede ser decisiva. Como otra prueba de lo que depara el futuro, basta con echar un vistazo al norte de Inglaterra, para saber lo que piensa Escocia. Quedan menos de 12 meses para que se celebren las elecciones regionales allí y hasta el momento todo parece indicar que el Partido Laborista sufrirá un grave revés. Según pronósticos de miembros del propio partido, es muy probable que pierdan 12 escaños y que sean suplantados como partido mayoritario en Escocia. El periódico de más amplia circulación en Escocia, The Scotsman, ha criticado al líder laborista escocés, porque «no ha hecho nada para inspirar a la nación».

Parece ser que lo que unos cuantos años atrás supuso una absoluta mayoría para el Partido Laborista tanto en Inglaterra como en Escocia se ha tornado ahora en un peligro de debacle. Como todo político debería saber, ganar una elección no significa ganarlas todas, y las buenas intenciones no son un sustituto adecuado para el éxito. El problema que tiene Blair es que su éxito se ha vuelto amargo. Todavía cuenta con un inmenso apoyo en su país, pero el país está cambiando de opinión y su propio partido se está desmoronando. Blair siente la presión de tener que recuperar el apoyo del Partido Laborista y ésta será su prioridad principal durante los meses que le quedan de gobierno.

Es obvio que nadie debe subestimar a Blair. Está decidido a completar su década en el poder, y es muy posible que su carácter resoluto prevalezca. Su defensa ardiente durante su conferencia de prensa mensual celebrada el 8 de mayo lo sitúa todavía en la cima de su energía. Y aunque a la prensa, especialmente a la conservadora, le deleitan las amenazas proferidas a Blair por grupos dentro de su propio partido no hay que olvidar que tales grupos han formado parte desde siempre del panorama político parlamentario y que, en casi todos los casos, tienden a derrumbarse a la más mínima señal de firmeza por parte de los dirigentes políticos.Después de todo, tal vez sea ventajoso para Blair fomentar el debate abierto de alternativas, a fin de poder controlar su campaña de supervivencia. De lo contrario, los miembros del Partido Laborista en el Parlamento puede que se sientan reprimidos y se vuelvan, si cabe, aún más bulliciosos en sus criticismos.

Los grupos disidentes llevan compartiendo desde hace algún tiempo la opinión de que el sucesor más probable de Blair, su ministro de Finanzas, Gordon Brown, debería sustituirle en el curso de este año. Pero están siendo optimistas si piensan que un pequeño golpe antiblair y la mágica aparición de Brown (quien es un buen hombre, pero no realmente mágico) como nuevo líder, ayudarán a restaurar los años dorados de éxito. Más bien al contrario, los futuros conflictos del partido lo condenarán, como Blair ha indicado (y con razón) a un futuro como partido de la oposición en vez de como Gobierno.

Hace exactamente nueve años, en mayo de 1997, que Blair capitaneó la victoria sin precedentes del Partido Laborista en unas elecciones generales y que declaró a un público alborozado: «¡Para la política de Gran Bretaña ha surgido un nuevo amanecer!». Nueve años después, Blair todavía sigue celebrando, pero sólo porque su cumpleaños es en mayo. Cumple 53 años. La cuestión ahora es si podrá mantenerse en el poder y terminar su década como primer ministro. En mi opinión, Blair ha hecho una labor remarcable, y merece terminar su década.