«Preferiría no hacerlo…»

Por Benigno Pendás, profesor de Historia de las Ideas Políticas (ABC, 04/10/04):

Democracia de partidos, por supuesto. Sociedad de masas orientada por los medios, sin duda. Los tiempos han cambiado, aunque la vieja izquierda (que sigue firme en el empeño) culpa al «complejo militar-industrial» de todos los males disfrazados de imperialismo. Hoy día, sin embargo, gobiernan o desgobiernan los partidos que se adaptan al consumidor político dirigido por la clerecía intelectual que predica progresismo y bienestar: «Socialistas de todos los partidos», según la célebre dedicatoria de Hayek. Pero esto es lo que hay y de nada sirve la política inspirada por la indignación moral, aunque nos guste a los socráticos y aunque tranquilice la conciencia de los más exigentes. La política, espejo de la vida, fracasa cuando triunfa el dogmatismo. Vivimos aquí y ahora. He aquí el contexto: el Partido Popular se presenta ante el conjunto de la sociedad española y no sólo ante la pasión cautiva de los compromisarios o ante la fidelidad -tantas veces sin recompensa- de muchos millones de votantes. El «Congreso de Rajoy» liquida nostalgias y entierra ambiciones. Los demás actores juegan un papel secundario, aunque resulta divertido escuchar los rumores y valorar cada gesto. Se abre un tiempo de trabajo duro, ingrato, a veces oscuro, con frutos inciertos y siempre a medio plazo. La oposición requiere paciencia y perseverancia. Colaboración en equipo y pocos alardes de vanidad. Algunos no llegarán a la tierra prometida. Se comprende la nostalgia: la derrota fue inesperada, injusta y -lo que más duele- frente a un adversario menor. Pero no sirve de nada, sólo empeora la situación.

El Partido Popular volverá, faltaría más, a ganar las elecciones generales. Cuándo y cómo lo consiga depende de factores variables que convendría examinar con cierto detalle. Primero y principal: Mariano Rajoy tiene (y es consciente de ello) una deuda pendiente con el ciudadano de a pie. Cuidado con los enfoques sectoriales: además de índices macroeconómicos y campañas de marketing, la gente quiere proximidad, necesita calor humano, cariño, comprensión. ¿Acaso no dicen que el votante es un consumidor de bienes políticos? Hablar con la gente, romper la imagen de eficacia indiferente, confirmar en la distancia corta la condición de líder respetable y respetado. La política se rige por reglas singulares y, por suerte, la partitocracia no es la única norma que cuenta. Aclamado por los suyos, el nuevo presidente ha empezado, creo, a quebrar la maldición de Maquiavelo: «El hombre cauto, cuando debe proceder con ímpetu, no sabe hacerlo y fracasa». Este es el buen camino. Factor importante: la renuncia generosa de Aznar exige una etapa prudente de penumbra, por su propio bien y por el de su partido. Llegará el día del reconocimiento en esta tierra nuestra de envidias e ingratitudes. El amigo falso, mala raza de oportunista, sólo merece desprecio. Pero a día de hoy conviene no poner a prueba la condición humana: la política mira al futuro y se alimenta de expectativas, nunca de agradecimientos. A su vez, toca trabajar a los líderes secundarios y sus equipos. En el despacho y en el Parlamento. En la gestión territorial y en la política local. Siempre con coherencia: la gente se queja de que no hay democracia interna, pero destruye a los partidos que flaquean en su imagen de unidad. Atención, pues, y mano firme, ahora que se acercan los congresos regionales.

¿Objetivo a partir de ahora? Es muy sencillo: «Preparados para hacer oposición», dijo Rajoy el sábado. Razones para el optimismo: nos gobierna un multipartido contradictorio mal hilvanado en torno a un presidente postmoderno. De acuerdo, pero sólo en parte. Porque el PSOE maneja bien la estrategia, está escarmentado de las dulces derrotas y controla -de forma casi omnipotente- el poder espiritual. No ha tenido que esforzarse: el faro ideológico que ilumina las conciencias medioilustradas sigue allí donde lo dejó el honorable centro reformista. Oposición, pues, firme, razonada, sin desmayos ni tiempos muertos, frente a un adversario mucho más radical de lo que aparenta. Hace falta también inteligencia y sentido común. La parte más sana (ojalá sea la mayoritaria) de la sociedad española reclama con urgencia un pacto de Estado frente a la deslealtad disgregadora: ¿por qué no abrir el juego con una apuesta ganadora? Patriotismo también (llámese «constitucional» si hace falta), ante cuestiones decisivas que no admiten regates en corto: política exterior, inmigración y educación son ofertas capitales. Habilidad y energía, por tanto, para proponer los pactos: si el PSOE acepta, será bueno para todos; si no, habrá que hablar alto y claro a los electores, los propios y los ajenos. Muchos españoles están deseando que alguien acuda al rescate de su ilusión política adormecida.

Más condiciones. Política de ideas y habilidad táctica. Al menos, la brillante defensa de la España constitucional en el discurso de clausura aclara muchas cosas en este terreno decisivo. Es imprescindible que no arraigue la idea de que el 14-M empezó un ciclo nuevo, porque nuestro régimen parlamentario tiende -casi por naturaleza- a la estabilidad política. ¿Dónde encontrar la mayoría? Vivimos en una sociedad de clases medias, dicho sea en plural porque existen múltiples variantes. Ahí está ese sector urbano y profesional, más informado que formado, a veces veleidoso, muy influido por los jefes del poder espiritual. Tal vez es el que decide las elecciones. Es imprescindible saber a quién nos dirigimos. Vale la pena leer a R. Sennett, en «La corrosión del carácter», donde se indaga sobre la degradación del espíritu de este grupo social harto inestable, cualificado pero inseguro ante un neocapitalismo que no le permite nunca bajar la guardia. Queda un hueco para quien sepa identificar las causas del malestar y ofrecer soluciones atractivas. Otro aspecto importante. La selección de la clase política deja mucho que desear a juicio de la mayoría de ciudadanos. Da la sensación de que personas valiosas quedan al margen de la participación en los asuntos públicos. El PP ha incorporado buenos dirigentes a los órganos de gobierno. Es el momento de atraer a gentes del mundo empresarial, científico y universitario, sin exigencias inaceptables de obediencia ciega o de incompatibilidad absoluta. Se acabó -por fortuna- la época del partido de notables. Pero sobra gente con ganas y capacidad de hacer cosas, si alguien llama a su puerta con seriedad.

El futuro empezó ayer. ¿Qué más hace falta para ganar? Por supuesto, suerte, paciencia y perseverancia. He aquí una prueba, sin pretensión alguna, para saber qué tal van las cosas. Comprueba, amigo elector, la respuesta de tus conocidos «bieninformados» a una pregunta sencilla: «¿Estarías dispuesto a votar por el PP?». No hace falta saber sociología para procesar el resultado. Unos dirán «sí». Otros dirán «no». Pero supongamos que gana la respuesta tipo Bartleby, el pasante más famoso de la literatura universal: «Preferiría no hacerlo...» Ese día el PP habría empezado a perder las elecciones. Sobran tiempo y razones para impedirlo.