Carta abierta al Tribunal Constitucional

En una fecha como la de hoy, el Tribunal Constitucional ha avalado este jueves la ley del aborto vigente desde 2010, al rechazar el proyecto de sentencia elaborado por el magistrado Enrique Arnaldo. El resultado de la votación ha sido de 7 votos en contra y 4 a favor. El paso siguiente será la redacción de otro texto que recoja el parecer mayoritario. La nueva sentencia respaldará completamente a la ley del aborto, casi 13 años después del recurso del PP. Los anteriores presidentes, Pedro González-Trevijano y vicepresidente, Juan Antonio Xiol, estimaron conveniente aplazarlo ante el anuncio del Gobierno de aprobar una reforma puntual de la norma, (ahora en trámite ante el Senado), y ante la supuesta inmediatez de la renovación que se cernía sobre el tribunal. Todo llega.

Sin conocer por ahora el fallo definitivo, pero conocedora del sentido que va a inspirarla y de los datos que la ciencia aporta en este sentido, me atrevo a dirigir una carta abierta al Tribunal Constitucional que se estrena con esta sentencia añeja en la espera.

Señorías, en el momento de fusión de los gametos se genera una nueva información genética independiente y distinta de la de los progenitores. ¿Qué es eso? ¿Es un quién? Es un nuevo individuo humano. La filosofía lo reconoce como persona, el derecho civil como sujeto con capacidad de heredar, la medicina según el estadio de desarrollo precisa que se trata de un cigoto humano, un embrión humano, o un feto (y después de nacer, un niño). La genealogía nos dice que se trata de un hijo.

¿Cómo sería una sentencia que protegiese al ser humano concebido no nacido?

Sería una sentencia que reconociese la dignidad y los derechos de ese ser humano en pie de igualdad con los demás humanos concebidos ya nacidos. Una sentencia que aplicase los principios de igualdad ante la ley y de protección al inocente y más vulnerable. Sería una sentencia que reconociera sin atisbo de pasión el hecho científicamente innegable: que hay una vida humana cuyo desarrollo nadie tiene derecho a frenar, «interrumpir» o eliminar. La sentencia que buscase proteger al embrión recordaría a políticos y a todos los ciudadanos españoles que la vida del concebido no nacido se halla amparada por el deber de protegerla que tienen quienes la han engendrado (hasta que pueda salir del útero materno); recordaría sin ambages el deber subsidiario del Estado de acogerlo, protegerlo y cuidarlo desde su nacimiento, en caso de que los padres biológicos así lo consintieran. ¿No es el Estado garante de los derechos fundamentales? Una sentencia que reconociera el valor de cada vida humana y que de verdad buscase proteger el derecho a la vida, recordaría al Estado, a los progenitores de todas las edades y condiciones, y a los agentes sanitarios de los hospitales públicos que su deber es custodiar y facilitar la gestación y el cuidado de los concebidos no nacidos, y que su deber es prestar subsidios para que los concebidos nazcan y sean acogidos en nuestra sociedad como merecen.

Una sentencia que protegiera al concebido no nacido recordaría que las vidas no se descartan, no se catalogan, no se archivan, ni son posible moneda de cambio. Recordaría que cada vida importa, porque es única, y porque su valor va más allá de las estadísticas y los presupuestos económicos. Una sentencia fiel a la verdad de la vida debería señalar que cualquier consideración política o jurídica que ignore o que niegue la existencia un ser humano vivo desde el momento de su concepción, o que la discrimine por el motivo que sea, se equivoca.

Recordar viene etimológicamente de pasar nuevamente algo por el corazón.

Recuerdo a la chica con la que estuve una tarde entera hasta la noche porque una amiga quiso presentármela. Recuerdo su llanto y su decisión de hablar a sus padres del embarazo que la asustaba, sus dudas sobre si abortar. Recuerdo mi abrazo y la llamada a las 2 de la mañana de su madre para agradecer que hubiera hablado a su hija. Me dijo que habían decidido proteger esa vida y acogerla, al menos en la gestación. Recuerdo ver al bebé un año después. Lo que más recuerdo es la primera frase que me golpeó cuando colgué el teléfono esa noche: «He ayudado a salvar la vida de un niño. Si me muero mañana, mi vida ya ha valido la pena».

Señorías, usen no sólo la cabeza, escuchen también al corazón: escuchen ese latido que se quiere poner en sordina, escuchen si es que pueden, a sus propios corazones. Y miren a España. Miren nuestros índices demográficos, que ya apuntan a un duro invierno social.

Declaren con valentía que defender al ser humano no nacido es una prioridad de justicia presente, frente a nuestra conciencia y frente al feto; como prioridad de justicia futura, frente a la sociedad que seremos, porque estaremos negando la presencia y la participación de quienes deberían tener la libertad de existir y vivir en ella.

Señorías, protejan a los concebidos no nacidos de los ataques a su humanidad, a sus vidas y a su dignidad. En esta defensa nos definimos como personas y como sociedad, protegiendo la vida concebida nos protegemos y nos defendemos todos.

Madrid, 11 febrero 2023, Virgen de Lourdes.

Patricia Santos Rodriguez es profesora titular Filosofía del Derecho USP CEU.

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