Cerco al cáncer

Por Joan Massagué, director adjunto del Institut de Recerca Biomèdica (Barcelona) y director de departamento del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center, Nueva York (LA VANGUARDIA, 16/10/06):

Hace muchos millones de años, algunos organismos unicelulares decidieron empezar a asociarse y formar organismos más complejos. La vida en comunidad reportaba más posibilidades de supervivencia frente a las agresiones del entorno inmediato. Sin embargo, vivir en sociedad exigía también renunciar a cierto grado de libertad en pro de la convivencia. Por ejemplo, se convertía en socialmente inaceptable que una célula de la comunidad se dividiera o se moviera a su aire, ajena a la opinión de las demás. Estas decisiones, pues, pasaban a depender del consenso de las células vecinas, que mediante consignas moleculares influían en la conducta de la célula para el bien común. Era la apuesta por la colectividad frente al individualismo.

Así iniciado, el diálogo entre células se ha ido desarrollando y enriqueciendo en nuestro organismo a lo largo de millones de años. Moléculas conocidas como hormonas, receptores, mediadores o reguladores no son más que las piezas de la red de información y respuesta que mantiene el orden entre las células de nuestros tejidos. De nuestros 25.000 genes, todos ellos presentes dentro de cada una de nuestras células, una buena parte se dedica a codificar esta labor, para mantenernos como organismo y que todo funcione correctamente. Una maravilla, si se va a pensar.

Entender el funcionamiento de esta red es un tema fascinante y uno de los grandes objetivos de la investigación biomédica actual.

Otro gran objetivo, ligado al anterior, es descubrir cómo en el cáncer fracasa este diálogo entre células. Efectivamente, el cáncer es el resultado de alteraciones genéticas en unas cuantas células que las conduce a desobedecer normas básicas de convivencia. Cuando la actividad de ciertos genes se descontrola por mutaciones, ello provoca que las células afectadas, como individuos de una sociedad, que sería nuestro organismo, empiecen a cometer actos de delincuencia. Por ejemplo, que comiencen a dividirse y moverse inadecuadamente.

Su conducta se vuelve cada vez más reprobable, incurriendo en delitos que afectan al conjunto del organismo.

Hacen un mal uso de los estímulos de proliferación y desprecian las pautas de moderación.

La interacción con sus vecinas se convierte en abiertamente antisocial. Como en nuestra sociedad, el delincuente, es decir, la célula maligna, adquiere la habilidad de esquivar más y más barreras. Deja de respetar la acción policial del sistema inmunitario y acumula mutaciones adicionales para burlar el resto de los sistemas de control. Así las cosas, las células cancerosas acaban por romper las barreras físicas que encierran el tumor incipiente y se lanzan a sembrar de células tumorales el organismo entero. Surgen de esta siembra colonias tumorales en órganos vitales: se trata de la temida metástasis. Como terroristas a distancia, estas colonias representan la culminación de la evolución criminal de las células cancerígenas más letales.

Para combatir a estos delincuentes, es necesario saber cómo se mueven, como interaccionan con su entorno y por qué consiguen colonizar nuevos espacios. En la última década, la investigación oncológica ha descifrado ya algunas de sus siniestras formas de conspirar, ofreciendo pequeñas victorias que nos indican que vamos por buen camino en la labor de poner cerco al cáncer. Los avances tecnológicos y el hecho de poder perfilar molecularmente el cáncer a partir del genoma nos están permitiendo entender mejor los tumores primarios que son fuente de metástasis. Estudios recientes nos permiten reconsiderar cómo, cuándo y dónde las células cancerígenas adquieren las alteraciones genéticas que causan metástasis, y cómo se podrían neutralizar estas alteraciones con nuevas combinaciones de fármacos ya existentes o por desarrollar. Ya han llegado al mercado fármacos de nueva generación capaces de combatir lo que antes eran tumores letales. En el 2001, entraba en uso clínico el Gleevec, un compuesto que suprime la leucemia mieloide crónica, hasta entonces un cáncer incurable. En el 2006, el camino abierto por Gleevec está proporcionando una segunda generación de fármacos para frenar formas más resistentes de esta leucemia, así como otros tipos de cáncer hasta ahora también incurables, como por ejemplo, un tipo determinado de tumor gástrico.

Aun así, los beneficios clínicos surgidos de la nueva oncología son todavía escasos. El Gleevec funciona bien contra ciertos tipos de cáncer que son causados por la mutación de un solo gen. Pero los cánceres más comunes - los de pulmón, mama, próstata y colon-, que son también los que más frecuentemente degeneran en metástasis, surgen por un acúmulo de defectos en múltiples genes, como ya hemos visto. Para poner a la metástasis de rodillas serán necesarias combinaciones de fármacos específicos aplicados según el perfil de la enfermedad de cada paciente. Para ello hacen falta más y mejores medicamentos, porque la quimioterapia clásica no fue diseñada para atacar específicamente el cáncer y acaba agrediendo a tejidos sanos, con serios efectos secundarios. No obstante, la quimioterapia es efectiva, y seguirá en vigor muchos años mientras vaya siendo sustituida por nuevos fármacos de diseño más específico.

Hoy por hoy, la implementación de pautas de prevención y diagnóstico precoz, así como nuevos avances en cirugía y radioterapia, son los métodos más efectivos para frenar muchos tipos de cáncer. Sin embargo, los frutos ya tangibles de la investigación oncológica moderna, así como el mapa genético abierto por la secuenciación del genoma humano, son elementos fundamentales del cerco contra el cáncer, y nos abren un horizonte de oportunidades inmediatas.

¿En qué punto nos hallamos ahora en el camino para entender las bases biológicas y genéticas del cáncer? Yo diría que hemos recorrido probablemente entre el diez y el quince por ciento del camino que hay por delante. Teniendo en cuenta que la adquisición de nuevos conocimientos se acelera con el tiempo, el pronóstico es que se podría recorrer el resto del camino en unas tres décadas más. Las predicciones son arriesgadas, pero la impresión actual es que en este plazo se puede llegar a conocer lo suficiente sobre la mayoría de los procesos tumorales. Lo que sí está claro es que los avances importantes en oncología son, cada vez más, el resultado del trabajo en equipo entre los científicos que desarrollan su labor en los laboratorios y los expertos clínicos. Esta nueva cultura de integración de ciencias clínicas y experimentales genera a su vez oportunidades reales de interacción productiva entre los sectores académicos e industriales.

Pero para alcanzar estos objetivos el proceso creativo de la investigación no se puede regimentar, sino que solamente se puede cultivar. La investigación y la innovación se cultivan a través de la inversión de recursos adecuados y la selección de talentos óptimos, bajo la batuta atenta de líderes políticos y académicos bien preparados.

Las limitaciones asociadas tradicionalmente a la investigación en nuestro país, como la falta de inversión, la gestión rígida de la ciencia y la falta de liderazgo serio, empiezan a desvanecerse. Pero cabe decir que las mejoras todavía tienen que alcanzar el nivel que públicamente ha sido reconocido como necesario. Para obtener dividendos de la inversión ya realizada hace falta asegurar unos mínimos. Por ejemplo, el desarrollo de la industria farmacéutica y el acceso público a una mejor asistencia oncológica son dos expectativas actuales de nuestra sociedad que dependen en gran medida de un liderazgo político sólido. Pero, lamentablemente, la política científica de nuestro país está aún demasiado expuesta a las vicisitudes del propio proceso político. Por ello, es de interés nacional llegar a un acuerdo entre todas las fuerzas políticas para proteger el creciente desarrollo científico del país.

Ni Catalunya ni España llegarán al nivel de desarrollo que desean, en oncología y en ciencia y tecnología en general, si no hay un interés prioritario por asegurar un liderazgo científico robusto y sostenido.

Este cambio de milenio nos trae una nueva era del conocimiento que se prevé dorada para la investigación en oncología y otros ámbitos. Esta nueva realidad nos está aportando avances clínicos concretos y una corriente de actividad innovadora en la industria farmacéutica. Promover la convergencia entre ciencia, desarrollo farmacéutico y centros clínicos de tratamiento del cáncer debe ser una apuesta firme para aprovechar un futuro que ya está aquí.