Empieza a ser un lugar común afirmar que el mundo está cambiando con rapidez y que España también lo está haciendo a similar velocidad. A las profundas transformaciones en la ciencia, la técnica, las comunicaciones o el conocimiento lo hemos denominado globalización, quizá con la intención de resaltar la creciente y veloz interrelación de los diferentes procesos en curso a nivel planetario. Esta nueva mundialización -como la llaman algunos- afecta de lleno a nuestro país y nos plantea a todos algunos retos estratégicos que conviene analizar.
El primero se refiere a cómo abordar la gobernanza de esta nueva situación con el fin de que aquello que se "globaliza" sea la paz y no la guerra; el bienestar y no la pobreza; la democracia y no la tiranía, más o menos encubierta; la sostenibilidad y no la destrucción del planeta tierra. Porque, por lo menos de momento, no está nada claro que vaya a prosperar lo uno o lo otro.
El segundo reto, más nuestro pero no menos importante, es cómo debe de situarse España -sus ciudadanos, su Estado- en el nuevo reparto del conocimiento, del poder y de la riqueza al que estamos asistiendo, es decir, ante las nuevas oportunidades y los nuevos y viejos retos que esta globalización comporta. Quizá fuese conveniente reflexionar algo más sobre estas cuestiones. Ha sido verdaderamente singular que en los debates, en la reciente campaña electoral, hayan brillado por su ausencia los temas de la política internacional y europea. ¡Pero, en qué estamos pensando!
Al mismo tiempo España ha logrado, en estos 30 últimos años de democracia, los avances más importantes de su historia. De un país atrasado, dictatorial y aislado se ha convertido en una nación democrática moderna, octava economía del mundo, integrada en Europa y con intereses globales económicos, políticos y culturales. En otro sentido, el Estado español ha pasado de ser un Estado centralista a transformarse en uno de los más descentralizados de Europa, de naturaleza cuasi federal. De esta suerte, la mayoría de las políticas públicas como la enseñanza, la sanidad y otras están transferidas a las Comunidades Autónomas, con su correspondiente financiación, lo que no es óbice para que se sigan produciendo tensiones territoriales ante la insistencia de algunos partidos de que este proceso no es suficiente. Por lo tanto, somos un país que tiene que cuidar con especial atención todo lo referente a la cohesión territorial.
Ahora bien, la globalización ha originado algunos cambios en el planteamiento de la acción exterior de los Estados ante los que conviene no distraerse, por cuanto los grandes problemas del país ya no tienen solución sólo en el ámbito del Estado-nación e incluso, en algunos casos, ni tan siquiera en el espacio europeo. Cuestiones como el cambio climático, el terrorismo internacional, el abastecimiento energético, las migraciones, la seguridad, el crecimiento económico, son problemas que desbordan el ámbito de cada país y que requieren una enérgica, sostenida y coordinada acción exterior del Estado. Ello conduce a que la conocida visión de los ejes histórico-geográficos prioritarios de la política exterior de España debe de ser complementada con una visión más compleja e integral de la acción exterior que comprenda las cuestiones transversales antes mencionadas, que tienen naturaleza global y que pueden tener su origen problemático o conflictivo en cualquier lugar del mundo. Además, en este rápido proceso de cambio no sólo han surgido nuevos actores globales (China, India, Rusia, Brasil) que están modificando las relaciones de poder económico y político -sólo hay que pensar que en 1960 los países de la OCDE sumaban el 75% del PIB mundial y hoy alcanzan apenas el 55%-, sino que también han aparecido nuevos actores no estatales -multinacionales, grupos y movimientos sociales, culturales o religiosos- que influyen en la acción exterior y que es necesario tener en cuenta. España, por último, es un país imbricado en el corazón de la Unión Europea, cuyo interés nacional coincide, en mi opinión, con el fortalecimiento de Europa y cuyo liderazgo como país, en una serie de temas, debe situarse a partir de ese espacio europeo y como políticas europeas.
En el año 2010 España presidirá la Unión Europea. Una inmejorable ocasión para relanzar nuestra política europea, necesitada de nuevos impulsos que sitúen a nuestro país en el coliderazgo de la Unión y a Europa en la atención de los españoles y de sus políticos. Una presidencia distinta a las anteriores, pues existirá un Presidente "fijo" del Consejo -España debería apostar por una persona firmemente europeísta-, con el Tratado de Lisboa en vigor, salvo sorpresa, con un nuevo Presidente de los Estados Unidos y, sobre todo, con la necesidad de que la Unión juegue, con autonomía, un papel global. De aquí a entonces deberíamos seguir muy de cerca la presidencia francesa y las "grandes maniobras" en curso -una fase ha sido la reciente cumbre anglo-francesa- de las que España no debería estar ausente. En este empeño convendría apostar por una agenda política con visión europea que propicie consensos y facilite liderazgos, pues éste se sustenta en la capacidad de propuesta. Cuestiones como la Europa de la ciudadanía social, de la energía, de la lucha contra el cambio climático, de la ordenación de las migraciones, de la ciencia y la técnica, de la seguridad y la defensa son algunas de las grandes cuestiones a las que tiene que hacer frente Europa, desde sus valores e intereses.
A partir de las anteriores consideraciones, los españoles deberíamos sacar las oportunas conclusiones. El actual gobierno ha apostado por un proyecto de país que se esfuerza por la paz, por la extensión de los derechos civiles y medioambientales, por las artes y las ciencias, por la cohesión social y territorial, por la pluralidad y la laicidad, por el europeísmo y la tolerancia, por la cooperación al desarrollo. Estas podrían formar parte de nuestras señas de identidad para el siglo XXI.
No obstante, para contribuir y participar, desde esta perspectiva, en un liderazgo inteligente compartido con otras naciones europeas, España tiene que fortalecer, en los próximos años, su acción exterior. De entrada, porque un país como el nuestro con la proyección y los intereses globales que tiene en lo económico, político o cultural debe contar, urgentemente, con los medios materiales y humanos, con los instrumentos, sistemas y niveles de decisión acorde con su posición, intereses y ambiciones. El actual gobierno ha aumentado de manera considerable el presupuesto dedicado a la política exterior y a la cooperación. Pero esto no es suficiente. Es todo el sistema de la acción exterior el que debería ser reformado: medios, coordinación, métodos, visibilidad y conexión con la sociedad civil e incluso, el propio nivel gubernamental del propio responsable de la acción exterior.
En un país con el nivel de descentralización política como el nuestro es imprescindible una potente acción exterior integral como factor, también, de cohesión territorial. Es importante, en esta dirección, el que todas las Comunidades Autónomas sientan que el Estado -del que forman parte-, en lo que son sus competencias exclusivas como la acción exterior, la seguridad y la defensa, desarrolla una acción potente y eficaz en la defensa de los intereses y valores compartidos, tanto en su posición en la UE como a nivel global. De lo contrario, surgirán tendencias a buscarse la vida cada uno por su lado. La demostración de la bondad de mantenerse unidos radica, en buena medida, en la capacidad de España para proyectar y defender, en la globalización, los intereses de todos, con muchos mejores resultados que cada uno por su cuenta. Por todas estas razones y bastantes más, estoy convencido de que el próximo gobierno debería situar en el centro de su actividad y agenda política las cuestiones relativas a la acción exterior en todas sus facetas y muy especialmente en la europea. Creo que así se contribuiría a mejorar la situación concreta de los ciudadanos y a cohesionar a España como país.
Nicolás Sartorius, vicepresidente de la Fundación Alternativas y director del Observatorio de Política Exterior Española.