Frente al integrismo

Por Joan B. Culla i Clarà, historiador (EL PAÍS, 10/02/06):

Es tal la heterogeneidad de los materiales que se mezclan en esa avalancha de reacciones suscitadas por las caricaturas danesas de Mahoma, que quizá sea útil a la buena inteligencia del fenómeno pasar dichos materiales por un cierto cedazo analítico, y separar en lo posible el mineral de la ganga.

Que las viñetas satíricas publicadas por el hasta ahora ignoto diario Jyllands-Posten sean de muy mal gusto y que hayan podido herir los sentimientos de muchos musulmanes de buena fe resulta deplorable. Durante las últimas décadas, aquí en Occidente, no pocos católicos se han sentido ofendidos ante determinados filmes, programas de televisión, espectáculos teatrales o montajes artísticos, y hace un par de meses bastantes europeos se escandalizaron a la vista de unas vallas publicitarias austriacas donde podía contemplarse a la reina de Inglaterra o al presidente Chirac simulando actos sexuales. En cada uno de los casos hubo protestas, críticas, eventualmente manifestaciones o consignas de boicoteo, incluso alguna escaramuza violenta a cargo de los ultras de turno, pero a nadie se le ocurrió culpar de la eventual ofensa a un país entero, ni asaltar sus sedes diplomáticas, ni amenazar de muerte a sus nacionales.

Lo que quiero decir es que los sucesos de los últimos 15 días son incomprensibles si se desconoce el rol que tiene, en la cultura política árabo-islámica, la idea preilustrada de la conspiración. Como explica magistralmente el autor sirio-alemán Bassam Tabi en su libro La conspiración, al-Mu'amarah. El trauma de la política árabe (Barcelona, Herder, 2001), esa política y sus opiniones públicas están impregnadas de la creencia en una conjura multisecular del Occidente enemigo (al-Gharb) contra los árabes y los musulmanes, conjura que explica todas las derrotas y los fracasos de éstos y, de paso, les exime de cualquier culpa en tales infortunios. Este victimismo estructural, esta hipersensibilidad enfermiza a los agravios de un mundo exterior del que nada bueno puede venir ayudan a entender que baste el menor pretexto -ahora unas caricaturas, meses atrás el rumor de que en Guantánamo se usaba el Corán como papel higiénico- para alumbrar un incendio desde Marraquech hasta Yakarta.

A las reacciones espontáneas surgidas de este substrato hay que añadir los manejos de ciertos oportunistas o virtuosos de la fuga hacia adelante. Por ejemplo, el acorralado régimen sirio de Bechir el-Assad, que alienta u organiza -es imposible imaginar otra cosa en un Estado policial como aquél- la quema de embajadas en Damasco, y la instiga en Beirut, a modo de contraataque al asedio diplomático y judicial que la ONU tiene puesto en torno a los asesinos intelectuales de Rafik Hariri. Mutatis mutandis, es también el caso de Teherán: en plena crisis por el programa nuclear iraní, con una intervención del Consejo de Seguridad en el horizonte, el caso de las caricaturas permite a Ahmadineyad fortalecer su legitimidad interna, asustar a Occidente y, además, corroborar el carácter islamofascista de su Gobierno. No hacía falta, pero supone todo un rasgo de franqueza que el Estado de los ayatolás haya decidido convocar un concurso internacional de materiales antisemitas y negacionistas del Holocausto.

Mucho más cerca de nosotros, el escándalo de las caricaturas de Mahoma ha espoleado de nuevo la doble moral de los hipócritas. ¿No es enternecedor leer al periodista Robert Fisk -a Fisk el descreído, martillo de neocons, implacable fiscal de la derecha cristiana estadounidense y del discurso religioso de Tony Blair- cuando argumenta: "el hecho es que los musulmanes viven intensamente su religión. Nosotros, no. Ellos han conservado su fe a través de innumerables vicisitudes históricas...". Bien, pero, ¿acaso eso justifica la violenta ira islámica de estos días? ¿La coartada de la fe vale para unos sí y para otros no? ¿Y qué me dicen de la idea -divulgada por numerosos arabistas beatíficos- según la cual dibujar al Profeta con un turbante en forma de bomba da una imagen extremista del islam, lo asocia con el terrorismo? Ingenuo de mí, yo creía que la imagen violenta y terrorista del islam la daban los atentados de Nueva York y de Bali, de Estambul y de Casablanca, de Madrid y de Londres, las soflamas de Bin Laden o esos imanes europeos que llevan años declarando, como el vienés Abu Muhammed: "No creo en la democracia". Pero debo de estar equivocado, porque los arabistas de guardia nunca se han manifestado en tal sentido.

Entre las incontables imágenes que la crisis de las caricaturas ha generado, me impresiona especialmente una muy poco espectacular, una foto de Efe que EL PAÍS publicó el pasado sábado en su página 5: muestra a un puñado de musulmanes londinenses de la mezquita de Regent's Park portando agresivos carteles de protesta ("Muerte a quienes insultan al islam", "Al matadero quienes se burlan del islam", "Europa es el cáncer, el islam es la solución") entre los cuales, en segundo plano, hay uno que reza: Liberalism go to hell! ("¡Al infierno el liberalismo!"). En 1884, el presbítero de Sabadell Fèlix Sardà i Salvany publicó un libro célebre defendiendo exactamente la misma tesis; su título era El liberalismo es pecado, y constituyó un best seller del integrismo católico español y europeo durante décadas. Y es que todos los integrismos religiosos son iguales: todos abominan de la distinción entre lo público y lo privado, todos exigen que cuanto para ellos es pecado sea también delito o esté prohibido, todos aborrecen el pluralismo y la libertad, todos anhelan una censura que proteja sus supuestos dogmas de la irreverencia de los descreídos...

Este es el fondo del asunto: no un choque de civilizaciones, sino una batalla entre integrismo y laicidad. ¿Deberíamos los europeos renunciar al carácter laico de nuestras sociedades para no ofender al islam? ¿Tenemos que entender el diálogo con otras culturas religiosas como indiferencia por la libertad que tanto nos costó ganar? Mis respuestas son: no y no.