¿Haga lo que yo, no se meta en política? ¡Peligro!

Un poderoso enemigo del funcionamiento óptimo de las democracias es, sin duda alguna, el discurso populista, o, por lo menos, el populismo exacerbado, mentiroso, manipulador e intoxicador. Es lo que suelen utilizar “las alternativas” a la democracia (totalitarismos, dictaduras, despotismo ilustrado…) para ir corroyendo, minando y pervirtiendo por dentro el sistema democrático y debilitarlo. Alternativas que consideramos nefastas o simplemente odiosas, por supuesto. La capacidad destructora del populismo se ve, además, muy potenciada hoy en día por el poder de todas las vías de comunicación social, desde las televisiones hasta las plataformas digitales más populares. Grandes estudiosos, como Schumpeter, por ejemplo, han discurrido sobre cómo una democracia liberal moderna será tanto más sólida y benefactora cuanto más educado, mejor informado y más concienciado esté el votante medio. El que conforma la “polis” al que aplicar las políticas.

Pero por otra parte, y sin llegar a tanto, en la época del marketing, la imagen, y la fácil demagogia, hay que reconocer que todos los Partidos y, al cabo, todos los políticos, usamos o nos dejamos llevar por algo de populismo, desde unas gotas algunos, hasta bocoyes enteros otros. Pero si vamos a la situación española nos resulta curioso la utilización generalizada entre la totalidad de los grandes Partidos nacionales o regionales de un discurso inexacto y desorientador. Consiste en afirmar que los políticos (los “otros”, claro) están muy alejados de los sufrimientos cotidianos de una población en plenas crisis sanitarias y económicas, y que gestionan, o gestionarían (“los otros”) fatal la coyuntura adversa, a la vez que se dedican a tomar decisiones políticas irrelevantes para el bien común. Por lo que se deduce que hay que elegir al mejor gestor urgentemente y dejarse de otros temas que no tienen que ver con el sufrimiento colectivo. Recordemos, por ejemplo, que Don Mariano Rajoy en su momento y justificando su gestión de la crisis financiera llamó “algarabía” al inicio del “procés” delincuente separatista, desdeñando las decisiones políticas a tomar. Les dejo reflexionar sobre la trascendencia para el bien común de los españoles, sus libertades, sus derechos civiles y su convivencia que han tenido, que están teniendo, aquella crisis económica, sustituida por otras, o el golpe de Estado permanente. Este discurso es netamente populista por tres razones, al menos. En primer lugar es falso. En una democracia con elecciones recurrentes, todos los Gobiernos tienen interés en que el votante sufra las menores penurias económicas posibles a corto plazo, ya sea por ética o por captar votos. Por lo que no se desentienden en absoluto de las crisis económicas ni de las necesidades primarias. En segundo lugar, ese enfoque esconde la realidad prometiendo inaplicables bálsamos de Fierabrás a realidades muy complejas y tapando las raíces profundas de los problemas diferenciales españoles. Si en nuestra patria los desequilibrios económicos son superiores a los de nuestro entorno natural (paro, inflación, deuda, déficit público, etc…) ello se debe a muchos factores estructurales cañíes, como este Estado de las Autonomías y su multicentralización excluyente, o la pérdida del mercado único, o la pésima política energética desde decenios, o el catastrófico sistema educativo, o la ausencia de seguridad jurídica, por citar algunos principales. Y cambiar eso es urgente pero en el mejor de los casos llevará tiempo y poco podrán hacer parches coyunturales. Y es menester decirlo así al votante para emprender las reformas estructurales. Se prefiere esconder la realidad para aplicar el tercer carácter populista del discurso que es apelar al sufrimiento visceral, al legítimo enfado epidérmico, a la reacción impulsiva y maniquea de los que lo están pasando mal (la inmensa mayoría cuando llegan crisis externas de gran envergadura) para captar votos prestados que poco utilizan la razón y sufren de desinformación.

Pero lo que también debe preocupar de esa actitud electoral de los Partidos, desde el punto de vista de la solidez de la democracia, es su descarado ocultamiento de la importancia que tienen las medidas políticas y la profundidad de sus consecuencias. Recuerdan la frase atribuida a Francisco Franco “Haga lo que yo, no se meta en política”. Pero estamos en democracia y, cómo dirían Platón y Aristóteles, toda persona es política. Incluso, y sin ir a esencialismos filosóficos, hay que saber que las medidas y actitudes políticas son las que más duran, más nos condicionan la gestión, y mayores consecuencias tienen, incluso para las coyunturas socio económicas. Hay que tener muy claro que gestionar no es gobernar. Una Nación no es ni una empresa ni un cuartel. Un ejemplo de lo que afirmamos. Los graves problemas que padecemos hoy de coste de la energía y necesidades de abastecimiento son consecuencia directa de una catastrófica decisión política que fue el parón nuclear, entre otros factores. Eso fue una decisión política que nos debilitará aún mucho tiempo, aunque la intención fuese buena o mala. Ahora gestionamos mal que bien los efectos sociales de la crisis energética, y hay que hacerlo sin duda, pero hay que tomar decisiones políticas sobre el modelo energético que tenemos (fracking, nuclear, gas, carbón, renovables, hidrógeno, fusión, etc…) y esas son las cruciales y duraderas. Existen otras muchas, demasiadas, decisiones que nos empobrecen y sobre las que hay que volver. Por ejemplo las que han desembocado en el destructivo conjunto de 17 sistemas educativos o las que han creado barreras interiores en España a la libre circulación de factores y bienes sobrecostes administrativos insoportables. Pero, en honor a la verdad hay que decir también que ha habido importantes decisiones políticas de consecuencias muy positivas, como nuestra entrada en la UE o en el Euro.

Lo importante es que no se esconda al electorado que, en este momento, España está necesitada de grandísimas reformas que incidirán en su vida cotidiana y la de sus hijos mucho más que una improbable rebaja de impuestos coyuntural. No por sufrir son tontos ni tienen que ser víctimas de encantadores de serpientes de cuarta. ¿O sí? Exijamos debates sobre las reformas estructurales, sobre política.

Por Enrique Calvet Chambon, ex europarlamentario y Presidente de ULIS.

1 comentario


  1. Aquel día se aplicó el 151, por fin, pero TVres continuaba imperturbable con su cháchara. Luego vino la nueva edición de la ciutat cremada y todo lo demás. Vomitivo. Finalmente, Rajoy se iría de copas en vez de resistir el golpe como un león. Los pezoistas, muchos años después, se lo montaron en plan largo y caballero.

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