Hispanos y republicanos

La política estadounidense a menudo depara situaciones y hechos sorprendentes. Uno de ellos fue la escasa atención que los precandidatos demócratas a la presidencia de los Estados Unidos prestaron hace unos días a la cuestión migratoria en su debate electoral. Aunque Clinton, Sanders y O’Malley expresaron su opinión favorable a ocuparse de las condiciones de vida de los inmigrantes indocumentados, la mayor coincidencia entre ellos fue señalar a los republicanos como los villanos de la historia y a Donald Trump, precandidato republicano, como el mayor de los xenófobos y charlatanes. Sin embargo, esto les supo a poco a los hispanos, sobre todo tras el percance protagonizado por Donald Trump al expulsar de una sala de prensa a Jorge Ramos, líder del periodismo hispano y estrella de la cadena televisiva Univisión. Ramos se dirigió al precandidato para echarle en cara que quisiera deportar a 11 millones de indocumentados, construir un muro en la frontera con México y expulsar del país a los hijos de hispanos nacidos en los Estados Unidos. Tales son las propuestas de Donald Trump en materia de reforma migratoria. Trump le ordenó a Ramos varias veces que se sentara, supuestamente por no haber pedido la palabra, que "se marchara a Univisión", hasta que con un gesto sutil y autosuficiente dispuso que un agente de seguridad lo sacara de la sala.

Los argumentos sobre migración de Donald Trump –hijo de escocesa, casado con checa en 1977 y con eslovena en 2005– se basan en que México envía hacia al norte a lo peor de su sociedad y que, por tanto, los Estados Unidos han de evitar que lleguen más hispanos (levantando un muro), han de desmotivar a los potenciales emigrantes (negando un futuro a sus hijos) y han de expulsar a los inmigrantes no autorizados. De esa forma aspira a crear más puestos de trabajo para los ciudadanos estadounidenses, entre los que paradójicamente estarían el propio Jorge Ramos y más de un 17% de la población estadounidense incluida por el Censo en la categoría de hispanos. Todas estas propuestas, formuladas por escrito, merecerían una contraargumentación contundente por parte de los demócratas, ya que son muchos los ciudadanos estadounidenses que las creen factibles y hasta razonables. Esta actitud, además, no debería sorprender en Europa, a la vista de las reacciones políticas que está provocando la llegada masiva de refugiados sirios.

Ahora bien, en lo que se refiere a la minoría hispana estadounidense, raro es que cualquier aspecto de la vida sociopolítica no implique, de un modo u otro, la cuestión de las lenguas; más concretamente, el conocimiento y uso del inglés y el español por parte de los hispanos. Y, efectivamente, tras el incidente de la sala de prensa, no tardaron en surgir voces afines al partido republicano dudando de que los seguidores de Jorge Ramos fueran capaces de comprender el inglés de Donald Trump, lo que se interpreta como que la audiencia de Univisión no sabe inglés o, dicho de otro modo, como que los hispanos fieles a Ramos no son bilingües. La falacia está servida. Univisión ha sido durante los años 2013 y 2014 la cadena con mayor audiencia de los Estados Unidos, por encima de ABC, CBS, NBC y Fox, luego no resulta creíble que solo sea seguida por monolingües en español, teniendo en cuenta que más del 60% de los hispanos estadounidenses son bilingües o principalmente anglohablantes, y que una cuarta parte de ellos ni siquiera suele hablar español. Por otra parte, los datos demuestran que los hispanos, de forma masiva, no solo consideran que el inglés es importante para sus vidas y para la del país, sino que, conforme pasan las generaciones, el dominio de ambas lenguas se hace más evidente, cuando no volcado hacia el inglés. No parece, pues, ni que la televisión hispana sea solo seguida por monolingües en español ni que los hispanos sean incapaces de entender el inglés de Donald Trump.

Más nociva, desde una perspectiva retórica, es la afirmación de que México envía a violadores, criminales y drogadictos. Aceptando que en cualquier migración masiva se trasladan personas de toda casta y que los republicanos reconocen, por supuesto, la valía de la gente honrada, no deja de ser peligrosa la imagen que trasmite un aserto así acerca de un grupo humano tan amplio y complejo como el de los hispanos. Porque esta "minoría", que constituirá el 26% de la población estadounidense en 2050, ofrece mil facetas positivas que bien merecen resaltarse. No solo se trata de valorar que la comunidad hispana constituye la decimotercera economía mundial, sino también su progreso en materia de educación y de desarrollo humano. En 2013, la proporción de graduados hispanos en la Enseñanza Secundaria era del 43%, muy cerca ya de la correspondiente a los blancos (47%); además, la tasa de abandono escolar en ese mismo nivel ha caído desde el 40% en 1980 hasta el 14% en 2013. Asimismo, la matriculación de hispanos en la universidad superó en 2011 a la de la población negra, especialmente en los estudios de ciclo corto. Aun así, el hispano sigue siendo el sector de la población al que menos oportunidades se la da de ocupar puestos directivos y de gerencia, limitando su experiencia laboral, al tiempo que es el que más dificultades tiene para encontrar oportunidades de empleo y programas de ayuda pública. El Mapa hispano de los Estados Unidos. 2015, recientemente publicado por el Observatorio del Instituto Cervantes en la Universidad de Harvard, aporta numerosos datos sobre todo ello.

La imagen que muchos políticos republicanos tienen de los hispanos no es fiel a la realidad; al menos, a la más relevante y significativa desde un punto de vista social. Probablemente los mensajes discriminatorios puedan ofrecer réditos electorales entre cierto sector de la población, pero la política estadounidense es intrincada y los hispanos no dejan de crecer. Es cierto que el voto hispano se halla sociológicamente debilitado por el hecho de estar concentrado en algunas áreas, como el Suroeste, o en espacios de tradicional voto demócrata, lo que se mira con despreocupación desde el bando republicano. También es cierto que la población hispana es demasiado joven para contar como una baza electoral decisiva y que eso mismo hace que el número de candidatos hispanos sea proporcionalmente bajo. Sin embargo, cuando se adopta una mirada larga, se hace obvio que la juventud se cura con el tiempo y, al iniciarse el paso corto, ha de aceptarse que los hispanos ya han sido y son decisivos en las elecciones presidenciales. El peso hispano ha inclinado la balanza electoral hacia el lado demócrata en estados como Nevada y Nuevo México; del mismo modo que la población hispana de Florida, que en su momento aupó a George W. Bush y Barack Obama, está ahora dando la popa a los republicanos. ¿Qué pasará cuando crezca ese 94% de niños hispanos nacidos en los Estados Unidos a los que Trump quiere expulsar del país?

Los hispanos no merecen ser tratados como una población advenediza y arribista que despoja de sus derechos a los anglos. Las raíces hispanas de los Estados Unidos se echaron desde la España y el México de los siglos XVII al XIX, y desde todas las naciones hispanohablantes a lo largo de los últimos 125 años. Esa población hispana, como prefiere denominarse mayoritariamente, esta compuesta por varias generaciones, cuyas cohortes más jóvenes no solo se consideran americanas, sino que se sienten americanas (léase estadounidenses). Su integración, en consecuencia, es total, incluido el conocimiento y uso del inglés, sin que ello signifique la erradicación de la lengua española. El profesor de la Universidad de Columbia Van C. Tran ha demostrado que el uso del español en casa y en la escuela no tiene efecto sobre la adquisición del inglés, aunque promueva significativamente la retención del español. No deberían preocuparse, pues, los republicanos por la comprensión de sus mensajes en inglés, sino por hacer que sus precandidatos fueran respetuosos con los derechos fundamentales de los hispanos.

Francisco Moreno Fernández es director del Instituto Cervantes en la Universidad de Harvard, catedrático de Lengua Española y sociólogo.

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