Infundado temor a Rupert Murdoch

Se puede decir que para Rupert Murdoch fue una fortuna y, al mismo tiempo, una desgracia, el haber sido demonizado como el gran fantasma de la información de nuestro tiempo. Una fortuna, porque le atribuye un perfil y una autoridad que a menudo atemorizan a sus adversarios. Una desgracia, porque esto significa que el mundo no lo entiende del todo y, de ahí, que sus éxitos no sean celebrados como se merecen.

Era interesante encontrarse en Nueva York hace sólo unos días, cuando el interés por parte de Murdoch del Dow Jones y del Wall Street Journal finalmente dio sus frutos. Los lamentos desesperados y las más negras profecías sobre lo que el magnate de la comunicación podría hacer con el periódico no me resultaban nuevas, habiendo trabajado en Londres como periodista en los años 80, época en la que Murdoch se aseguró el predominio en la arena informativa.

En aquellos tiempos, su aparición había desencadenado ásperas batallas con los sindicatos de la prensa escrita. Murdoch quería, de hecho, sacar el máximo provecho comercial posible al intento declarado por la entonces primera ministra Margaret Thatcher de acabar con el control de los sindicatos en el sector. En comparación con las operaciones de aquella época, las recientes adquisiciones de rotativos son relativamente indoloras.

Rupert Murdoch acecha, espera y, en el momento adecuado, se lanza sobre la presa, logrando así que una nueva cabecera entre a formar parte de su imperio, bajo una generalizada lluvia de críticas. Pero, pese a todo, el mundo sigue por su camino.

Es indiscutible que, en los últimos años, los estándares de calidad de la prensa británica han bajado y, dado que Murdoch ha dominado este mercado, inevitablemente hay que adjudicarle una parte de la responsabilidad. Pero pretender, como hacen algunos, que sea él el único responsable de toda la situación actual de la información no sólo es signo de pereza intelectual, sino que, además, es una equivocación total.

Porque la explicación fundamental reside en la dinámica de los cambios. Cuando comencé a trabajar como periodista, hace 28 años, por medios se entendían el periódico que cada familia compraba a diario y unos cuantos minutos del informativo televisivo, dominio exclusivo de la BBC. Hoy, el mundo de la información, por alcance y diversificación, es irreconocible en comparación con el del pasado reciente.

La llegada de los canales de noticias de 24 horas representa el factor crucial que ha alterado la naturaleza y el tono de los periódicos. Cuando la televisión y la radio se transformaron en los suministradores más inmediatos de información, los diarios se vieron obligados a cambiar. Muchos se convirtieron en actores, y no sólo en espectadores, del debate político, algo que se atribuye al estilo de Murdoch, dadas sus tendencias claramente conservadoras.

En el Reino Unido se habla mucho de la influencia política ejercida por la prensa popular y amarillista, entre la que sobresale The Sun, el tabloide más vendido, propiedad de Murdoch. En 1997, esta cabecera dio su apoyo a los laboristas en vez de a los conservadores. Por eso se suele decir que Murdoch ayudó a Tony Blair a convertirse en primer ministro.

Personalmente, creo que The Sun adoptó aquella decisión por la intervención directa de Murdoch, que veía sinceramente en Blair a un personaje innovador, al que creía capaz de conducir al laborismo hacia posiciones políticas más centristas. Pero más importante todavía fue el hecho de que, en aquel período, los lectores de The Sun se orientaban en la misma dirección, apreciando lo que veían y sentían en Tony Blair.

Por lo que a las interferencias editoriales se refiere, es iluso pensar que los propietarios de las cabeceras periodísticas no influyen de manera alguna en el contenido editorial. Murdoch no necesitan intervenir directamente. Sus directores saben perfectamente cómo piensa él y lo tienen en cuenta.

A mi juicio, Murdoch es, ante todo, un hombre de negocios y, ya en segundo lugar, un periodista. Por último, es también un buscador del poder. Obviamente, las tres características se mezclan en su personalidad.

Creo que vale la pena recordar que mi única experiencia directa como periodista en sus empresas fue cuando trabajaba como columnista y vicedirector de un diario (hoy desaparecido) declaradamente de izquierdas, en el que nunca noté la más mínima injerencia de Murdoch, si es que alguna vez se dio alguna.

También trabajé con Robert Maxwell. ¡Ese sí que era un jefe entrometido! Cuando se habla del Times londinense -propiedad de Murdoch-, se dice de inmediato que ya no es el de antaño. Y es verdad. Pero la realidad mundial tampoco es la de antaño. Ni siquiera el universo comercial en el que el Times se ve obligado a operar. Y por muy amada u odiada, por muy maléfica o benéfica que se considere su influencia, hay que admitir que, en cada cambio que se produce en el sector, Rupert Murdoch siempre es capaz de aventajar a todos sus rivales.

Cuando inauguró Sky News -la primera red televisiva de noticias de 24 horas- en el Reino Unido en 1989, los analistas predijeron que no iba a durar mucho. Fox News tuvo la misma acogida cuando apareció en las pantallas norteamericanas, y, sin embargo, ahora está derrotando a la competencia.

Murdoch ha ido, además, por delante de muchos de sus competidores a la hora de captar plenamente el potencial de internet. Añádanse sus incursiones en el universo editorial, en el cine y en algunos de los acuerdos firmados en este campo, y se comprenderá que este magnate tiene todo el derecho del mundo a decir a sus máximos dirigentes, como hizo recientemente, lo siguiente: «Ustedes me creen demasiado viejo. A mi juicio, los demasiado viejos son ustedes».

Robert Stott, director editorial que trabajó con Murdoch y se encargó de la edición de mi libro sobre Blair, me dijo una vez que, en su fuero interno, Murdoch desprecia a los políticos. No creo que esta afirmación se corresponda totalmente con la verdad, pero lo que está claro es que ha seguido a los políticos con la mirada puesta en el efecto negativo o positivo que podían tener sobre sus negocios.

E indudablemente, algunos que, a su juicio, podían amenazar sus intereses, habrán notado las espinas de sus ataques. Sin embargo, en las democracias más avanzadas, si bien las estructuras de poder han cambiado, los políticos siguen detentando un poder inmenso.

Murdoch sigue siendo un grandísimo jugador en la arena global de los medios de comunicación y, si los políticos se sienten intimidados por él, no es su problema; si toman decisiones equivocadas por miedo a su ira editorial, no merecen ser elegidos. Y si a los periodistas no les gusta trabajar para él, hoy existen infinidad de posibles ocupaciones en el campo de la información, como nunca antes de ahora en la Historia. Y gracias también a la contribución de Murdoch.

Alastair Campbell fue consejero y jefe de Prensa del ex primer ministro británico Tony Blair entre 1994 y 2003 y es autor del libro The Blair Years (Los años Blair), recientemente publicado.

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