La crisis de legitimidad del gobierno

Por Edurne Uriarte, Catedrática de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco (ABC, 04/04/03):

La crisis de Irak se ha convertido indudablemente a estas alturas en la crisis del Gobierno en un aspecto esencial como es la relación con los ciudadanos. A pesar de que algunas de las preguntas de las últimas encuestas publicadas dejen mucho que desear o que haya a veces más ruido que fondo en las protestas ciudadanas, lo cierto es que hay una importante contestación al Gobierno que no es sólo de la oposición en bloque, lo que entra dentro de lo esperable, sino de los ciudadanos y de una buena parte de los intelectuales y del mundo cultural en general.

El debate sobre la pertinencia, la justicia, la legalidad o la legitimidad de la guerra contra Irak se ha convertido en España, más que en ningún otro país, en el debate sobre la legitimidad de la actuación del Gobierno. Y cabe preguntarse, no sólo qué significa la legitimidad, sino, sobre todo, por qué el cuestionamiento de esa legitimidad es tan importante en España, y no lo es, por ejemplo, en Gran Bretaña.

La pregunta sobre el significado de la legitimidad es pertinente, sobre todo porque tendemos a confundirla con la legalidad. Pero la legalidad se refiere a la conformidad con las leyes, y la legitimidad, sin embargo, define la percepción de los ciudadanos sobre los gobernantes, y existe, o no existe, en la medida en que los ciudadanos otorgan a éstos el derecho a tomar decisiones y a conducir un país. Como las democracias son, en primer lugar, estados de derecho, la legitimidad se basa en primer término en el cumplimiento de la ley. Pero se sustenta después en otros muchos elementos que son los que están fallando en España. ¿Definitivamente? No necesariamente, porque la legitimidad se construye cada día y su fortalecimiento o su debilitamiento dependerá de lo que ocurra en las próximas semanas.

Dejo el análisis de la legalidad del ataque a Irak a los juristas, aunque los precedentes dicen que tiene al menos la misma que otras intervenciones anteriores. El problema más complejo es el de la legitimidad. Y aquí la posición española parte de un punto débil común a toda la Alianza. Y es que uno no puede romper las reglas de juego a las que se ha comprometido a jugar, que consisten en este caso en la decisión del Consejo de Seguridad. Aunque otros países hagan trampa, aunque los inspectores sean incapaces de hacer su trabajo. Muy posiblemente, la decisión final hubiera sido de todas formas el ataque, pero era fundamental lograr el consenso del Consejo, en una semana o en dos meses.

Ahora bien, a partir de ese importante problema inicial, cabe preguntarse por qué el Gobierno español se ve sometido a este grado de cuestionamiento tan intenso, a diferencia, sobre todo, del británico. Más allá de la coyuntura ya complicada en la que estaba por la catástrofe del Prestige, creo que hay tres factores de fondo, dos de ellos fuera del alcance de la acción del Gobierno, pero importantes para comprender la política española, en éste y otros asuntos. Me refiero al plus de legitimidad con el que todavía cuenta la izquierda política e intelectual en nuestro país, a los complejos no superados de los españoles sobre nuestro papel internacional, y, por último, y esto sí es responsabilidad directa del Gobierno, a sus flaquezas en el liderazgo.

La relación entre izquierda y derecha tiene relevancia, no sólo por el peso de la izquierda en la definición del discurso dominante en España, sino también por el papel del mundo cultural e intelectual. A pesar de que las posiciones sobre Irak no han estado definidas en términos de izquierda y derecha a nivel internacional, en España han sido reconvertidas en un debate entre izquierda y derecha, la izquierda como defensora de la paz y la derecha como defensora de la guerra.

Y es llamativo el poder que tiene la izquierda para vencer en los grandes debates sobre principios morales o políticos. La izquierda conserva todavía el plus de legitimidad con el que inició el periodo postfranquista. Por eso se sigue mezclando sin rubor con la extrema izquierda antidemocrática sin sentir la necesidad de dar la más mínima explicación, y por eso la derecha se repliega y esconde en cada gran debate político y moral ante el temor a enfrentarse a lo que considera corrientes sociales dominantes.

Lo mismo ocurre en el mundo cultural e intelectual cuya posición está siendo tan influyente en esta guerra. Pedro Almodóvar pronunció discursos tan diferentes en Los Angeles y en Madrid porque sabía que en Estados Unidos se hubiera encontrado con una crítica y un rechazo inexistentes en el mundo cultural español, totalmente copado por la izquierda.

Pero, además, hay un complejo español sobre el papel internacional de nuestro país que es importante entender. De hecho, uno de los argumentos más sólidos a favor de la posición del Gobierno es el interés de la alianza con Estados Unidos y con Gran Bretaña y la importancia de un nuevo papel internacional de España, también en el seno de la Unión Europea, con una posición propia de liderazgo. Y, sin embargo, este argumento ha sido totalmente ignorado por los ciudadanos y por una buena parte de los intelectuales.

Tenemos todavía tal complejo de inferioridad sobre nosotros mismos que seguimos empeñados en que España debe seguir los pasos de lo que decidan otros países europeos considerados «más prestigiosos» como Francia. Muchos han hablado de ridículo español, por asumir, dicen, un protagonismo que no nos corresponde, incapaces de entender que Francia, por ejemplo, es un país en decadencia en el panorama internacional, precisamente por vivir encerrada en sí misma desde hace tiempo y por ser incapaz de adaptarse a las nuevas realidades como sí lo está haciendo España.

En toda esta crisis hay, por último, un problema de liderazgo del propio Gobierno que no es menor. Porque la legitimidad se logra diariamente a través del convencimiento. Y para convencer hay que tener confianza en el propio papel de liderazgo y en el discurso. Y en este Gobierno ha habido demasiadas lagunas en una y otra cosa. Cuando una parte de él se dedica a decir que todo el mundo está por la paz y que también ellos contestarían no a la guerra en una encuesta es que hay problemas y dudas sobre lo que significa el pacifismo o sobre la necesidad del uso de la fuerza por parte de los países democráticos. Y hay que saber explicar, y atreverse a explicar, la relación entre democracia y violencia legítima.

Es posible también que el presidente haya cometido el error de quedarse demasiado solo en la defensa de ese discurso, en el que él sí cree. Y es obvio que no ha encontrado solidez en un apoyo fundamental que necesitaba en esa defensa que es la ministra de Exteriores, auténtico eslabón débil del Gobierno en esta crisis.

El liderazgo, por último, necesita convicción en el propio papel, algo que también se echa de menos en un Gobierno demasiado centrado en los últimos días en lamentos sobre la campaña de acoso a los populares. Con ser grave, ése no es problema del que se tiene que ocupar. El problema es el del liderazgo entre los ciudadanos en esta coyuntura tan complicada. Y los ciudadanos esperan argumentos y no lamentos. Los argumentos existen, pero hace falta líderes que crean en ellos y los transmitan.

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