La madre Bonifacia, nueva santa española

Su Santidad Benedicto XVI va a proceder hoy a la canonización de la madre Bonifacia Rodríguez de Castro, mujer sencilla, trabajadora y controvertida en su tiempo, beatificada por Juan Pablo II en el año 2003. La Iglesia reconoce y manda que se dé culto universal a una nueva santa castellana que, con especial virtud, vivió dedicada al trabajo humilde y sencillo.

En mi condición de descendiente de la madre Bonifacia, agradezco a ABC la posibilidad de dar a conocer su vida y su obra, ambas dignas de recordar.

Nació el 6 de junio de 1837 en Salamanca, en la calle Las Mazas, próxima a las Catedrales, la Clerecía y la Universidad. Sus padres, Juan y Natalia, trabajadores honrados y religiosos con seis hijos, la educaron en un ambiente de trabajo, solidaridad con los pobres y humildad. La familia compartió el esfuerzo y la lucha diaria, la pobreza y la inseguridad, la alegría y el dolor, la esperanza y la frustración en una ciudad universitaria y conventual, artesanal, agrícola y de escaso desarrollo industrial. Desde muy joven conoce la dureza de la vida. Pierde a los quince años a su padre, sastre de profesión, lo que obliga a su madre a tener que colocarse de sirvienta y a ella a trabajar como cordonera para ayudar a la precaria economía familiar.

Con el tiempo establece en su modesta vivienda un taller de cordonería, pasamanería y otras labores, donde acoge a jóvenes salmantinas y desarrolla su trabajo en un clima de espiritualidad que la lleva a constituir la Asociación de la Inmaculada y San José.

Observadora de la realidad y dotada de una gran inteligencia, en el contexto de una realidad histórica compleja e inestable en lo político, social y económico, invitada por su director espiritual, el jesuita Francisco Butinyà, funda la Congregación de las Siervas de San José. Se trata de un novedoso proyecto de vida religiosa femenino inserto en el mundo del trabajo, cuyas constituciones aprueba el obispo Lluch i Garriga en 1874, con el carisma de lograr la santificación por medio de la oración y el trabajo y preservar del peligro de perderse a las pobres que carecen de él.

Al considerar que el trabajo hacía a las personas más libres e iguales, como la gran santa Teresa de Ávila, a quien profesaba singular devoción, apuesta por la mujer trabajadora, que, en los límites de la marginación y de la injusticia, permanecía relegada al trabajo del servicio doméstico. En esta misión colabora decididamente su madre, que había profesado con el nombre de madre Carmen.

Dado el escaso desarrollo industrial de Salamanca, donde el desempleo femenino estaba generalizado, no le fue fácil conseguir su propósito, verdaderamente rompedor con las costumbres de la época, de incorporar a la mujer a la vida laboral en condiciones de dignidad e independencia, tomando como referencia el Taller de Nazaret.

Anclada la ciudad en una religiosidad tradicional y sin contar con el apoyo del nuevo superior eclesiástico, nombrado en sustitución del padre Butinyà, que había tenido que ausentarse de Salamanca, sufrió humillaciones, menosprecios, calumnias e injusticias,siendo finalmente destituida de su condición de superiora de la Congregación e incluso desterrada ya que, acompañada de su buena madre, se ve obligada a trasladarse en 1883 a Zamora, abandonando la ciudad en donde siempre había vivido.

En Zamora, en circunstancias adversas y de extrema pobreza, «sin clavo en pared» pero llena de fe y confianza en Dios, se entrega de nuevo a la causa de los pobres y desvalidos cumpliendo fielmente el primigenio carisma de la Congregación, obteniendo gran reconocimiento.

La aprobación pontificia de la Congregación de las Siervas de San José es concedida por el Papa León XIII en 1901, quedando excluida la Casa de Zamora y sin el reconocimiento de su fundadora. Es el momento cumbre de su humillación, y donde demuestra sus heroicas virtudes, respondiendo con el perdón y el silencio, expresión de fortaleza, fe y caridad, dichosa de poder imitar a Jesús al perdonar a los que lo crucificaron.

Sin resentimiento, reiteradamente suplica la unidad de las casas de Salamanca y Zamora. Sus peticiones fueron inútiles. El rechazo de la Casa de Salamanca, que modificando las constituciones había orientado la misión de la Congregación hacia la enseñanza, se mantiene viviendo hasta el fin de su vida en el mayor aislamiento y soledad, despreciada y abandonada por la Congregación que fundó.

Falleció con fama de santidad el 8 de agosto de 1905. «Ha muerto una santa», fue la frase que acompañó la noticia. Sus últimas palabras: «Muero contenta con que se cumpla la voluntad de Dios en todo». Según las crónicas, en el momento de expirar abrió los ojos, los levantó mirando hacia arriba y transformada, como si viera a alguien, se echó a reír. Así murió, con la sonrisa en los labios.

La ansiada unión, que ella no pudo ver, tuvo lugar en 1907. Efectivamente, dos años después de su fallecimiento se incorporó la Casa de Zamora al resto de la Congregación; a pesar de ello, durante más de medio siglo las Siervas de San José desconocieron quién era su verdadera fundadora, finalmente reconocida como tal en 1941. Para ello tuvo que ocurrir un hecho providencial: en 1936 se descubre una caja enterrada en la capilla de la Candelaria de Zamora con importante documentación que dejaba fuera de duda que la madre Bonifacia era la fundadora. Su heroico silencio tenía por fin su recompensa.

Sus restos se encuentran en la capilla del Colegio de la Casa Generalicia de la calle Marquesa de Almarza de Salamanca.

Queda su obra: las Siervas de San José, congregación de religiosas trabajadoras. Sus casas se llaman Talleres de Nazaret y sus 89 comunidades están presentes en los cinco continentes. En fidelidad al proyecto de su fundadora, la Congregación se va abriendo a otras formas de atención a la mujer trabajadora pobre, como hogares de acogida, talleres de formación y producción. En la actualidad, 599 siervas trabajan en trece países por la promoción de la mujer y la evangelización. Como dice la madre Victoria López, SSJ, «la canonización no es un punto de llegada, sino de partida. La frescura de su vida evangélica ofrece la riqueza del Evangelio mismo, que no se agota, que es siempre nueva».

Esta es la vida de una mujer humilde que, sin salir de una Castilla deprimida, fue pionera de los derechos de la mujer y precursora de la doctrina contenida en la encíclica Rerum Novarum, que marca el inicio del desarrollo de la doctrina social de la Iglesia Católica y que fue publicada en 1891 precisamente por el Papa León XIII, quien, no por casualidad, firmó la aprobación pontificia de la Congregación de las Siervas de San José.

José Marcos Picón, notario.

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