La recuperación de la concordia

Ante la nueva Legislatura, casi todas las miradas se dirigen a la economía, pero ni todo ni lo más importante es economía. La crisis económica es la sintomatología material de una crisis política e institucional, y ésta, de otra, intelectual y moral más honda.
De la obra política de Zapatero, lo peor no ha sido la gestión de la crisis económica, sino el proyecto de demolición del espíritu de concordia de la Transición, a través de un ensayo de ingeniería social, que siempre es abusivo y totalitario, y más aún cuando no se cuenta siquiera con la mayoría social. No se trata de una arriesgada atribución de intenciones. El Gobierno y su presidente lo declararon sin reservas. Proclamaron la insuficiencia y las hipotecas de la Transición y anunciaron una segunda; invocaron la herencia de la Segunda República; declararon su propósito de transformar la sociedad; y articularon un conjunto de medidas legislativas que ofendían al menos a media Nación y rompían la concordia dividiendo a la sociedad. En definitiva, sometieron a la Constitución a una especie de proceso de reforma de hecho sin reforma jurídica.

Sin embargo, apenas se habla de la concordia rota. Se diría que las elecciones ya han resuelto el problema, pero no es así. Dos palabras aparecen quizá más que ningunas otras en algunas de las obras clásicas de Cicerón: concordia y libertas, concordia y libertad. La concordia es el fundamento de la sociedad. Si se rompe, ya no hay sociedad sino disociación. La libertad consiste básicamente en legitimidad, en vivir bajo instituciones cuya legitimidad se reconoce, bajo leyes que se aceptan. Los romanos de la época de Cicerón, al menos el gran pensador y jurista, entendían por libertasla vida bajo las instituciones republicanas clásicas. Las dos, concordia y libertad, se encuentran hoy amenazadas entre nosotros, porque los Gobiernos de Zapatero atentaron contra ellas. En este sentido, no cabe omitir los recientes ataques a la Monarquía, aprovechando un episodio terrible y desdichado, que constituye el último bastión del espíritu de la Transición.

Es fundamental discernir con acierto entre lo que debe ser acordado entre las principales fuerzas políticas y lo que, por el contrario, debe quedar en el ámbito de lo disputado.

Aparte del déficit y el paro, esto es lo que hereda el actual Gobierno, y lo que, si no me equivoco, debería modificar. La mayoría absoluta, si no se abusa de ella, constituye una oportunidad magnífica. El resto depende de la renovación del PSOE y del acierto del PP. La renovación del PSOE tiene que consistir en una ruptura con el zapaterismo y su proyecto de ingeniería social.

Entre los ejemplos de este proyecto de ingeniería social se encuentran, y la nómina es bastante conocida, la nueva regulación del aborto, la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, la ley de la memoria histórica, la ley de investigación biomédica, la ley de «muerte digna» aprobada en algunas comunidades autónomas y proyectada para toda la Nación, la asignatura de Educación para la Ciudadanía y el proyecto de ley sobre igualdad de trato y no discriminación. Se trata de un conjunto de medidas de naturaleza sectaria que, además de ser erróneas, han dividido a la sociedad. No han sido cortinas de humo sino la esencia misma del proyecto político de Zapatero. Su inmensa inanidad intelectual no significa que no consista en un proyecto deliberado y realizado con firme decisión. Pongamos el ejemplo del matrimonio. Se pretende que la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo no obliga a nadie y que, por el contrario, respetaría la voluntad de quienes desean contraerlo. Sería la solución más liberal. Se afirma que la familia tradicional no ha sufrido ningún agravio. Sin embargo, no se trata de eso, no es una solución neutral, sino un ataque radical a la familia, ya que en el ámbito educativo habrá que postular esa idea del matrimonio y de la familia. Lo mismo cabe afirmar de la nueva regulación del aborto que deja de considerarlo como un delito, excepto en tres supuestos tasados, para convertirlo en un derecho de la mujer: el derecho a eliminar la vida humana que lleva en su seno.

Ante esta situación, el nuevo Gobierno de Mariano Rajoy se encuentra en una alternativa. O bien olvida todo este desaguisado, pero lo deja intacto o casi, para dedicar todas sus energías a la economía. O bien lo reforma. Lo primero podría venir aconsejado por la gravedad de la crisis económica, pero no alcanzo a entender la incompatibilidad entre acometer enérgicamente drásticas medidas económicas y, a la vez, derogar las medidas legislativas sectarias de Zapatero. También podría venir aconsejado por la conveniencia de no generar división en la sociedad cuando el drama económico (e institucional, por cierto) aconseja el consenso. Pero este consenso fue roto por el anterior Gobierno. De lo que se trata ahora es de recuperar la concordia perdida. Es posible que haya quien invoque la moderación y el centrismo para oponerse a estas medidas urgentes y necesarias, pero esta actitud sería, a mi juicio, suicida. Vendría a ser algo así como reconocer la hegemonía cultural (valga el eufemismo) de la izquierda y la reducción de la derecha a la condición de mero gestor de sus desastres económicos para, una vez remozados, entregar todo el poder hegemónico de nuevo a la izquierda cultural para que continúe con su proyecto relativista y, por ello, negador de todos los valores.

Asistimos a un intenso conflicto cultural entre una izquierda que, derrotada en el ámbito económico, se aferra a la hegemonía cultural, y una derecha que, triunfante en la ideología económica, parece conformarse con esa victoria y entrega a su rival la cultura. Parafraseando el conocido dictamen, cabría decir: «¡No es la economía, sino la cultura, estúpido!». Por lo demás, aunque se tratara de la economía, ella depende también de la cultura dominante, y si prevalece la «vulgata» socialista en el ámbito de las ideas, será muy difícil que se imponga el liberalismo en la práctica.

El triunfo de uno de los contendientes resulta decisivo, pero no depende de la política. En el ámbito político, basta con que ambos puedan disputarse libremente el dominio, en igualdad de condiciones.

En conclusión, sólo quisiera hacer una pequeña advertencia. Reformar la obra legislativa sectaria del anterior Gobierno no significaría incurrir en un sectarismo equivalente de signo opuesto, sino demoler el sectarismo y abrir la senda de la concordia perdida. Es, desde luego, el tiempo de la recuperación económica. Pero existe algo aún más urgente que debe ser recuperado: la concordia. Y, si se me permite, incluso la recuperación de la razón y del buen sentido. Hay dos formas de recuperar la concordia. Una, falsa y entreguista, que consiste en dejar que se consume la agresión. La otra consiste en corregir los abusos y restaurar la concordia. El Gobierno no debería sucumbir a la tentación de aceptar los hechos consumados con el pretexto de no reabrir frentes que otros irresponsablemente abrieron.

Por Ignacio Sánchez Cámara, catedrático de Filosofía del Derecho.

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