Limitar la financiación de Hamas desde Occidente

Durante las últimas semanas, el mundo ha vuelto a ser testigo del estallido de otro violento capítulo en el prolongado conflicto entre Israel y Palestina, esta vez caracterizado por una ferocidad que ha causado conmoción en toda la comunidad internacional. La sucesión de acontecimientos desencadenados tras el brutal ataque terrorista perpetrado por Hamas el 7 de octubre y la posterior y amplia operación de Israel en la Franja de Gaza han puesto sobre la mesa un buen número de cuestiones de difícil respuesta, más aún cuando las opiniones se encuentran tan polarizadas.

¿Qué futuro espera a la Franja cuando concluya el enfrentamiento armado? ¿Está Israel desarrollando una operación militar que sobrepasa los límites aceptables de una respuesta contraterrorista? ¿Son viables y realistas los objetivos que se ha marcado el Gobierno de Israel? ¿Es factible acabar con Hamas? ¿Pudo prevenirse el ataque terrorista del 7-O? ¿Cómo una operación de tal amplitud pudo escapar la detección por parte de uno de los servicios de inteligencia más avanzados y profesionales del mundo? La lista de preguntas podría hacerse interminable y ninguna puede generar indiferencia. Lo mismo puede decirse de los enfoques y los matices mediante los cuales se quiera abordar cada respuesta.

Limitar la financiación de Hamas desde Occidente
Raúl Arias

Una cuestión de fondo que sobrevuela cualquier discusión y en torno a la cual diverge la comunidad internacional es si Hamas es un movimiento de resistencia o, en cambio, una organización terrorista. Esta categorización, cuyos parámetros pueden en ocasiones resultar difusos y subjetivos, fragmenta notablemente el debate y encona sin remisión los diferentes posicionamientos. Así, resulta necesario enfatizar la importancia de distinguir entre los motivos y los métodos de un grupo. Aun sin profundizar en otros factores, incluyendo contextos políticos, sociales y culturales, si bien los motivos de Hamas pueden ser debatibles, los métodos -incluyendo el uso de violencia contra civiles o no combatientes para generar miedo- son inequívocamente terroristas. De ello no hay duda.

Bajo el debate sobre qué es o cómo etiquetar a Hamas -recordemos, una organización creada en 1987 como «una de las ramas de la Hermandad Musulmana en Palestina»-, subyace una división fundamental en la escena internacional. Mientras que para la mayoría de los países de Oriente Medio y el Norte de África Hamas es un movimiento de resistencia, la misma organización es considerada por EEUU, Canadá, el Reino Unido y la UE como terrorista. De manera consecuente, en tanto que en los primeros es habitual encontrar apoyo tanto diplomático como financiero, como ejemplifican los casos de Turquía y Qatar, en los otros prestar cualquier tipo de apoyo, incluyendo la recaudación y el envío de fondos, constituye un acto ilegal y punible.

Respecto de la financiación de Hamas se han vertido ríos de tinta a lo largo de las últimas semanas. Porque, al final, para llevar a cabo un ataque tan amplio es necesario dinero. Es evidente que para sostener su extenso aparato, ya no solo militar sino para cubrir las necesidades sociales en la Franja, Hamas necesita recaudar abundantes recursos financieros. ¿Pero cuántos? Forbes se ha aventurado a ofrecer una cifra en varias ocasiones durante la última década, situando el total entre los 700 y los 1.000 millones de dólares al año. Gran parte del total del presupuesto de la organización proviene de donantes extranjeros. Turquía, Irán o Qatar han sido, en los últimos años, los principales Estados patrocinadores de Hamas. Además, como parte de su estrategia de financiación, la organización terrorista cuenta con una amplia red de acaudalados donantes privados y organizaciones benéficas que recaudan fondos entre simpatizantes de todo el mundo. En dicha red, obviamente, Occidente no es una excepción.

Aunque los fondos recaudados en Occidente seguramente representen solo un pequeño porcentaje del total, en las últimas décadas, Hamas ha desarrollado amplios mecanismos de financiación tanto en EEUU y en Canadá como en el viejo continente. Los esquemas utilizados para recaudar fondos son relativamente similares a los de Oriente Medio, con la obvia excepción de la financiación estatal directa: establecimiento de canales para la donación directa, desarrollo de actividades comerciales y creación de organizaciones caritativas. Entre las ONG aparentemente inocuas condenadas por financiar a Hamas destacan The Holy Land Foundation en EEUU, las ramas de la Fundación Al Aqsa en Alemania y Países Bajos o la Asociación Palestina en Austria. Ahora bien, las investigaciones judiciales contra entidades similares que acabaron revelando lazos financieros si bien no condujeron a condenas son mucho más numerosas. Esto evidencia una realidad clara: la persecución de las fuentes de financiación de Hamas en Occidente durante las últimas dos décadas no solo ha sido heterogénea, incluso descoordinada en el caso de la UE, sino que además ha logrado escasos resultados.

Las razones son múltiples y, en muchos casos, acaban superponiéndose, añadiendo de este modo una capa más de dificultad a la ya de por sí compleja tarea de perseguir la financiación del terrorismo. En primer lugar, como es obvio, Hamas y sus redes de apoyo hacen todo lo posible para ocultar sus actividades. Dicha estrategia va desde la creación de elaboradas redes bajo apariencia benéfica o caritativa hasta el movimiento de fondos a través de métodos más difíciles de rastrear, como el uso de la hawala o, más recientemente, las criptodivisas.

No es menos cierto que la investigación y la persecución de los mecanismos de financiación de Hamas no han sido una prioridad para nuestros gobiernos. Históricamente las actividades de Hamas no han sido evaluadas como una amenaza directa a nuestra seguridad. Además, las investigaciones sobre la financiación del terrorismo son notoriamente complejas y requieren de enormes recursos, tanto humanos como económicos. Así, los gobiernos occidentales a menudo han centrado sus esfuerzos en aquellas investigaciones sobre los mecanismos de financiación establecidos por organizaciones cuya actividad han considerado -acertadamente- como una amenaza más inmediata, como Al Qaeda y el Estado Islámico.

a la evidente dificultad derivada de la obtención de pruebas hay que añadir la problemática derivada de la trazabilidad y la cadena de custodia de estas. También es necesario señalar que el umbral probatorio para demostrar la intencionalidad del donante de financiar actividades terroristas varía notablemente de un país a otro. Por último, en el caso particular de la UE, a todas las dificultades señaladas hay que sumarle la heterogeneidad de enfoques respecto de la particular naturaleza de Hamas, pues en algunos países solo es punible la financiación explícita del aparato militar de la organización, quedando exenta la financiación de otras ramas. El panorama que bosquejan estas líneas es, como puede fácilmente adivinarse, el de unos esfuerzos tan parcos como infructuosos.

Por muchas y apremiantes razones, investigar más y mejor las redes de financiación de Hamas en Occidente debería escalar posiciones en la lista de prioridades. Primero de todo por responsabilidad, porque perseguir e investigar las redes de apoyo, las actividades y la financiación de la organización terrorista no solo es una obligación, sino que ayudará a limitar sus capacidades. Por otro lado, porque el horizonte que se atisba a la conclusión de la operación israelí sobre la Franja es, cuando menos, complejo. Por ello, no puede en absoluto descartarse un cambio de estrategia por parte de Hamas que incluya el ataque terrorista a objetivos -judíos o no- fuera de su ámbito geográfico de actividad militar como herramienta de presión. Además, como recientemente recordaba el catedrático Torres Soriano, no resultaría sorprendente asistir a la transformación de las redes logísticas y de financiación de una organización terrorista en células listas para perpetrar atentados. Las bases retóricas para ello, que interpretan los posicionamientos de Occidente como aliado necesario de Israel, cómplice indispensable en las acciones llevadas a cabo en Gaza, llevan tiempo desarrollándose; las fatwas al respecto tampoco puede decirse que escaseen.

Sergio Altuna es investigador senior del programa de extremismo en The George Washington University.

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