Lo que exigen la economía y la seguridad global

Lo que exigen la economía y la seguridad global
RONALDO SCHEMIDT/AFP via Getty Images

El orden global está atravesando cambios significativos que exigen una nueva agenda económica y de seguridad. Desde guerras calientes e insurgencias localizadas hasta enfrentamientos entre las grandes potencias, el conflicto geopolítico ha transformado la compleja relación entre la economía y la seguridad en una preocupación cotidiana para la gente común en todas partes. Lo que agrava aún más las cosas es el hecho de que los mercados emergentes están ganando peso económico y desafían directamente el dominio de larga data de las potencias tradicionales a través de redes y alianzas estratégicas nuevas.

Por sí solos, estos acontecimientos ya habrían hecho que éste fuera un período tumultuoso marcado por la inestabilidad económica, la inflación y las alteraciones de las cadenas de suministro. Pero también hay que contemplar la aparición de avances tecnológicos vertiginosos -que han introducido nuevos riesgos para la seguridad (como carreras armamentistas y amenazas cibernéticas)- así como riesgos naturales, como las pandemias y el cambio climático.

Para transitar este nuevo mundo peligroso, debemos considerar tres dimensiones interrelacionadas: los efectos de la geopolítica en la economía global, la influencia de las relaciones económicas globales en la seguridad nacional y la relación entre la competencia económica global y la prosperidad general.

Cada dimensión arroja luz sobre la interacción multifacética entre la economía y la seguridad. Será necesario entender este escenario en su totalidad si pretendemos hacer frente a los desafíos variados y complejos que plantea nuestro sistema global sumamente interconectado.

Como han demostrado los últimos años, la geopolítica puede afectar profundamente la economía global, reformulando el comercio, los flujos de inversión y las políticas, algunas veces casi de la noche a la mañana. Además de su costo humano devastador, las guerras como la invasión rusa de Ucrania y la campaña de Israel en Gaza suelen resonar mucho más allá de la amenaza inmediata de conflicto.

Por ejemplo, las sanciones contra Rusia lideradas por Occidente y la alteración de las exportaciones de granos ucranianas a través del Mar Negro hicieron que los precios de la energía y de los alimentos se dispararan, lo que derivó en una inseguridad de los suministros y en una inflación a escala global. Asimismo, China ha profundizado su relación económica con Rusia luego del éxodo masivo de las empresas occidentales en 2022 y 2023.

De la misma manera, el bombardeo de Gaza por parte de Israel ha desestabilizado a todo Oriente Medio, especialmente a los países vecinos que dependen del turismo, como Egipto, Jordania y Líbano. Mientras tanto, los rebeldes hutíes de Yemen, desde hace tiempo abastecidos por Irán, han venido atacando los buques de carga en el Mar Rojo, lo que llevó a que las empresas de transporte internacionales suspendieran o ajustaran sus rutas, e impidió directamente el comercio a través del Canal de Suez -una arteria importante del comercio global.

También estamos presenciando los efectos desestabilizadores de las amenazas naturales. La pandemia del COVID-19 hizo que se discontinuaran de manera masiva las cadenas de suministro costo-efectivas conocidas como “justo a tiempo” y que se adoptara el modelo “por si acaso”, destinado a fortalecer la resiliencia durante las alteraciones. Y, más recientemente, una sequía inducida por El Niño ha disminuido la capacidad del Canal de Panamá -otra arteria importante del comercio global-. Ya sea por motivos geopolíticos o ecológicos, evitar estos nuevos cuellos de botella inevitablemente incrementa los costos del transporte, causa demoras en las entregas, altera las cadenas de suministro globales y crea presión inflacionaria.

Si pasamos a la segunda dimensión -las implicancias de las relaciones económicas globales para la seguridad nacional-, resulta evidente que es mucho más probable que los países adopten políticas de seguridad audaces o agresivas si ya tienen una red de lazos económicos que pueden atraer apoyo o atenuar la oposición. China, por ejemplo, cuenta con que los países económicamente dependientes dentro de su Iniciativa Un Cinturón, Una Ruta acepten su influencia política y su apuesta de más largo plazo a la hegemonía. Muchos países hoy también dependen de China para conseguir componentes críticos de las cadenas de suministro relacionadas con la defensa, lo que los torna vulnerables, diplomática y militarmente.

En términos más generales, cada vez más se utiliza la conectividad global, en forma de redes económicas e infraestructura, como un arma con fines geopolíticos. Como demuestra la guerra de Rusia contra Ucrania, los lazos económicos pueden crear dependencias que aumentan el costo de oponerse a políticas de seguridad asertivas (o inclusive a una agresión directa). La amenaza implícita de las alteraciones de los suministros tiene un efecto coercitivo -a veces bastante sutil y artero- en los objetivos de seguridad nacional de un país. Debido a los efectos de red del sistema del dólar, Estados Unidos conserva una influencia significativa para hacer cumplir el orden internacional a través de sanciones coercitivas contra los estados que violen las normas internacionales.

Comerciar con el enemigo puede ser lucrativo, o simplemente práctico, pero también altera la distribución del poder. Como aprendieron los gobiernos occidentales en los últimos veinte años, las ventajas conferidas por la superioridad tecnológica se pueden ver compensadas sustancialmente por transferencias forzadas de tecnología, hurto de propiedad intelectual e ingeniería inversa.

La tercera dimensión -la relación entre competencia económica global y prosperidad- se ha visto complicada por estas dos primeras dinámicas, porque la búsqueda de bienestar material hoy debe sopesarse frente a consideraciones de seguridad. Las discusiones en esta área, por lo tanto, se centran en torno del concepto de seguridad económica, lo que implica ingresos estables y un suministro confiable de los recursos necesarios para sustentar un determinado estándar de vida. Tanto el eslogan “Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande otra vez” de Donald Trump como el plan “Reconstruir mejor” del presidente Joe Biden reflejan el temor de que las relaciones económicas con China afecten la prosperidad de Estados Unidos.

El desafío para Estados Unidos y sus aliados es manejar las tensiones entre estos diversos objetivos económicos y de seguridad. Existe un conflicto potencial entre adaptarse a los cambios impulsados por el mercado y la geopolítica en el poder económico y sustentar la fortaleza económica para financiar una fuerza militar capaz de proteger a la economía global. Estados Unidos, en su papel de potencia dominante, debe seguir dispuesto a preservar una economía global abierta basada en reglas y un orden internacional pacífico, y estar en condiciones de hacerlo. Eso exigirá inversiones adicionales en capacidades militares y alianzas para contrarrestar la agresión territorial y salvaguardar las rutas marítimas, así como políticas y marcos ambientales más fuertes para distribuir las ganancias económicas globales según los principios de mercado.

Al intentar mitigar los riesgos de seguridad a través de la desglobalización (relocalización, repatriación y reubicación de la producción en países amigos), corremos el riesgo de agravar las amenazas económicas y de seguridad que presenta un mundo más fragmentado. Si bien los lazos económicos con los rivales pueden crear dependencias peligrosas, también pueden actuar como un resguardo contra la hostilidad.

Todos los gobiernos necesitarán lidiar con estas tensiones en tanto vayan desarrollando una nueva agenda económica y de seguridad. El mundo se está tornando aceleradamente más conflictivo y plagado de riesgos. Para maximizar tanto la seguridad como la prosperidad, tendremos que entender la compleja interacción de fuerzas que le están dando forma.

Carla Norrlöf, Professor of Political Science at the University of Toronto, is a non-resident senior fellow at the Atlantic Council.

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