Ni hormigas ni muñecos

En una cultura que ha erradicado la verdad no tiene mucho sentido llamar a no engañarse. Incluso cuando la verdad existía, el autengaño individual y colectivo tenía insospechadas utilidades. El ejemplo contemporáneo extremo: incontables alemanes olvidaron la bajeza de haber mirado hacia otro lado cuando sus vecinos judíos desaparecieron. La olvidaron realmente. Es más, muchos de los que participaron en la actividad de los campos borrarían completamente de su memoria lo sucedido y fabricarían un pasado a su medida que pronto sería su verdad. Primo Levi reconoció en una carta, gracias a un error característico en el uso de un término, la personalidad de un químico alemán muchos años después de la guerra. En los primeros cuarenta se había visto obligado a colaborar con él en uno de los campos anexos a Auschwitz. Recordar quién era le resultó literalmente insoportable al alemán, lo que demuestra dos cosas: que la verdad fáctica desaparece fácilmente de la conciencia, y que colocarla a la vista rompe al hombre inventado, al hombre que, convencido de sus mentiras, se soporta gracias a ellas.

Ni hormigas ni muñecosPor increíble que parezca, la realidad está desapareciendo en las ciencias duras bajo la nueva ortodoxia 'woke'. Los que significa que previamente se ha ausentado, por inconveniente, de las ciencias blandas, de las humanidades. Y antes de las líquidas, como las ciencias de la información. Y antes de la universidad. Y antes del colegio. O sea, la ciencia se ha acabado, o se practica de forma clandestina, o se disfraza para poder seguir existiendo con recursos suficientes.

Lo que hoy se entiende por ciencia en el ágora no soporta la mirada desafiante ni la búsqueda del error. No soporta pues lo que desde Popper constituye, precisamente, la actividad científica. Hacer ciencia en la actualidad parece consistir en lo contrario: aceptar premisas ideológicas pese a que nieguen la naturaleza (ver el clásico e imprescindible 'La tabla rasa', de Steven Pinker) y, a partir de ahí, seleccionar los hechos que confirman la teoría. Como avanzamos aquí, los problemas matemáticos no tendrían tal cosa como una solución correcta, o al menos eso se sostiene en el programa 'Una ruta hacia la instrucción matemática equitativa', financiado por la Fundación Bill y Melinda Gates: «La cultura de la supremacía blanca se manifiesta en el aula cuando el enfoque se centra en obtener la respuesta correcta». Y además, el «concepto de las matemáticas como algo puramente objetivo es inequívocamente falso».

Bien, podemos ignorar la principal virtud de las matemáticas, pero a ellas no les afectará mucho. Sí a aquellos alumnos que, teniendo madera para dedicarse a la disciplina, se echan a perder por los caprichos racistas de Bill Gates. Un tipo que, por cierto, acaba de declarar abiertamente que él sí tiene derecho a emitir mucho CO2 con sus reactores privados, pues lo compensa invirtiendo grandes sumas de dinero en la lucha contra el 'cambio climático'. Se colige que la élite promotora y financiadora de la cultura 'woke' posee, por ser rica, derechos que al resto de mortales no nos asisten.

De acuerdo con su lógica, cuando Gates logre que dejemos de comer carne (uno de sus propósitos más insistentes) y consumamos los sustitutos que producen sus empresas, él y sus amigos anticarne conservarán el privilegio de zamparse unos buenos solomillos dado que el balance de su actividad será abrumadoramente contrario a lo que personalmente practiquen. El periódico espectáculo de magnates filántropos llegando con sus aviones privados y sus séquitos de coches altamente contaminantes a las cumbres contra el cambio climático confirman su falta de fe en una arraigada convicción: la prédica que funciona es la del ejemplo. Como pasa con las matemáticas, no importa. Para la inamovible naturaleza humana que se empeñan en negar, retorcer y modelar a su gusto (el gusto de los grandes ingenieros sociales) solo el ejemplo dejará al fin huella. Más huella que la suya de carbono, esa que le recuerda el banco sin que se lo pida. Lo único que van a conseguir es que cada vez más gente les deteste.

En ese lógico movimiento de reacción, se incurrirá en errores e injusticias. Seguro. Se alimentarán teorías de la conspiración que, en realidad, no hacen ninguna falta para explicar lo que sucede. Pero lo que sucede -las tendencias, la vida- está sujeto a las oscuras e innegables leyes de la complejidad. La complejidad es difícil de manejar para todos, e imposible de aceptar para muchos. Lo que sucede, por otra parte, es perfectamente humano: si has pasado a la historia estando vivo por alguna gran consecución, si te ves tratado como un semidiós, caes en la desmesura y ves a la humanidad como un conjunto de hormiguitas. Crees que puedes jugar con ellas, experimentar, materializar tus sueños totalizantes.

En un plano más próximo, personas sin oficio ni beneficio se ven un buen día ostentando (caso español) o detentando (caso… no sé, nicaragüense, entre muchos otros) el poder político. Pueden muy bien crecerse y dedicarse asimismo a la ingeniería social, negar la naturaleza humana y dedicarse a construir una casita de muñecas que confundirán con la sociedad. Colocar a sus peleles de trapo, que ellas confunden con los ciudadanos, desempeñando roles que solo permanecen en su imaginación y en sus prejuicios. Dictarle, con caprichosa arrogancia, cómo debe ser su vida sexual y lanzar una campaña como la que estos días inunda los medios: «Ahora que ya nos veis [a las mujeres], hablemos». ¿Creéis que no os veíamos? Chicas, abrid los ojos: nuestra vida entera gira en torno a mujeres.

Juan Carlos Girauta

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