Primer quinquenio, mal comienzo

Con el 2006 finaliza el primer sexenio del siglo XXI. Ya nadie se acuerda de algunos de los miedos milenarios que nos alegraron la vida no hace tanto. Por ejemplo, el famoso efecto 2000, sin duda una de las primeras leyendas urbanas a escala global. O, en un plano menor, la entrada en circulación material del euro, que debía alterar la vida de la ciudadanía durante años. Todo ello duró un suspiro.

El siglo XXI como tal empezó en términos mediáticos con el 11 de septiembre del 2001, por lo que acaba de cumplirse el primer quinquenio. Entonces se generó --de modo nada inocente-- la idea o, mejor dicho, la sensación global de que el mundo se dividía en un antes y un después del 11-S. Conviene insistir en que todo ello se produce en términos mediáticos, que no políticos ni económicos, pues, como se verá, el mundo no esperó a esa fecha para empezar a cambiar, sobre todo desde la perspectiva de esto que conocemos como desorden mundial. Por un lado, la globalización, entendida en serio, empezó mucho antes: durante la segunda guerra mundial. En 1944 y 1945, todavía en guerra, los futuros vencedores ya estaban construyendo otro mundo, un futuro muy globalizado. Dos ejemplos básicos: unas Naciones Unidas a su medida, con un directorio de los fuertes --los cinco miembros permanentes, con derecho de veto, del Consejo de Seguridad-- y unas instituciones económicas globales: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Y hay quien todavía cree que la globalización empieza con la caída del Muro de Berlín.

Y si hablamos de desorden, hablemos de terrorismos. El primer secuestro de un avión por razones políticas lo llevó a cabo en los 50 nada menos que el Gobierno francés de la IV República, al desviar en pleno vuelo un avión que hacía la ruta de Egipto, y en cuyo interior volaba la plana mayor del Frente de Liberación Nacional argelino. A finales de los 60 y durante casi 20 años, muchos aviones fueron desviados en vuelo a La Habana, y otras veces, hacia una u otra capital de Oriente Medio.

Tomas de rehenes occidentales más o menos sistemáticas: se inventaron en Beirut en los 80, y algunos de ellos pasaron hasta tres años cautivos y fueron liberados a cambio de diversas contrapartidas. Por tanto, hay poca novedad en el hecho de secuestrar aviones por razones políticas.

Pero han cambiado dos cosas: las invocaciones ideológicas de los secuestradores y el uso táctico del avión secuestrado. Esto último es lo más dramático, pues en otras épocas, una vez el secuestrador tenía el avión, iniciaba una negociación con contrapartidas específicas: en general la liberación de presos políticos. Ahora, desde el 11-S, una vez tiene el avión, el secuestrador desconecta la radio y ni siquiera hay un principio de negociación. Cambio considerable, y que ha modificado los protocolos de actuación en caso de secuestro. Lo que no justifica, ni de lejos, que la excepción --es decir el 11-S-- haya sido convertida en paradigma, en regla general, para justificar a su vez unas extensiones y expansiones de las políticas antiterroristas que no tienen ni pies ni cabeza.

La geografía del terrorismo transnacional específicamente vinculado a Al Qaeda tiene una línea visual muy concreta, que va de oeste a este. El 11-S tiene lugar con aviones y en el corazón simbólico de EEUU. Y luego se desplaza hacia Madrid, Londres, Marruecos, Túnez, Jordania, Arabia Saudí, Yemen, Irak, Pakis- tán, India, Indonesia, por citar los puntos más visibles de la cadena. En todos estos casos, menos en el 11-S, el sitio elegido ha sido a la vez lugar de reclutamiento de terroristas y países cuyos ciudadanos han muerto en actos terroristas. Pero solo en el 11-S la acción utiliza aviones. En todos los demás casos, el terrorista mata a pie, en tren, en autobús, en lancha motora, en moto, con una simple mochila. No más aviones. ¿Por qué, entonces, se ha construido todo un ritual agobiante de medidas supuestamente decisivas solo en torno al avión o, mejor dicho, al acceso al avión? No hay medidas en trenes, en las colas de los check-in para facturar en los aeropuertos (¿recuerdan la concentración de gente en El Prat, el 30 de julio?), en las colas de autobuses, en los mercados, en el metro en hora punta. En cambio, una conocida mía no pudo acceder a un avión en París, porque su absurda bolsa transparente no llevaba trilita o dinamita, pero en lugar de medir 20cm x 20cm, medía... 20cm x 25cm. Increíble pero cierto, y pasa muy a menudo.

Este primer quinquenio del siglo es, más bien, un compendio de despropósitos, sin que de momento dispongamos ni siquiera de un método adecuado para describirlo en toda su complejidad. Pero admitir esta complejidad, negarse a reducirla a un mítico nuevo episodio del bien contra el mal, no aceptar el fatalismo de que el terrorismo marque la agenda de nuestras vidas, denunciar a quien --teniendo mucho poder-- toma decisiones obviamente malas, en suma, asumir que no hay fórmulas mágicas para reordenar un mundo que lo necesita con urgencia, es un buen programa para el próximo quinquenio.

Pere Vilanova, catedrático de Ciencia Política de la UB.