Verne en España

Ha pasado bastante desapercibido, el pasado año, el sesquicentenario de la publicación en un solo volumen de ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’ (1871-2021). Una de las obras más traducidas de la literatura universal forma parte del imaginario de varias generaciones de europeos que aprendimos en sus páginas, en la adolescencia, valores como la búsqueda de la verdad y la libertad, el gusto por los viajes, la aventura y el descubrimiento o la atracción por la ciencia y la técnica como factores de progreso económico y social.

La moda posmodernista que tanto se obceca hoy en expurgar la historia de toda personalidad sospechosa de incorrección política, no parece haber puesto mucho interés en reivindicar al creador del capitán Nemo, enemigo

declarado del colonialismo y de toda forma de imperialismo. Cosa poco habitual en su época, Verne fue abiertamente antiesclavista y antirracista, pese a lo cual los nuevos censores de la corrección le acusan de antisemita y de obviar la igualdad entre patronos blancos y servidores negros como -por otra parte- era frecuente en los ambientes decimonónicos.

Es asombroso el éxito de las obras de Verne en nuestro país, inmediatamente traducidas al español y publicadas tanto en libro como en folletín de periódico. El mismo año de su aparición, 1867, se hicieron cuatro ediciones diferentes en español de ‘Viaje al centro de la Tierra’. Más sorprendente es el caso que nos ocupa pues ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’ se imprimió en Madrid en 1869, antes de la publicación de su segunda parte en Francia.

Verne tuvo la suerte de contar con el prodigioso traductor Nemesio Fernández-Cuesta y Picatoste, cuyas versiones de casi toda la obra verniana, realizadas en el siglo XIX inmediatamente después de sus ediciones francesas, continúan vendiéndose en la actualidad.

Vernófilo confeso, el exalcalde de La Coruña Francisco Vázquez, premio Mariano de Cavia, se ha preocupado de sacar a la luz una edición facsímil conmemorativa de las dos partes de la novela, con el acierto de añadir ‘La Escuadra de Plata’, narración del hundimiento, por la Armada Inglesa, de los galeones que traían las inmensas riquezas de América en la conocida como Batalla de Rande. Justamente es el lugar de la bahía de Vigo a donde llega Nemo con el Nautilus para esquilmar ese fabuloso tesoro. Monedas, joyas o doblones de oro y plata servirán para auxiliar a pueblos oprimidos que así podrán alcanzar la libertad, por eso Nemo no escucha la advertencia de Aronnax sobre una empresa a la que el Gobierno español había concedido el permiso para buscar el tesoro hundido, como así era en realidad.

Verne conocerá personalmente el lugar exacto que había imaginado e incluso a punto estuvo de descender a las profundidades con una escafandra. Diez años después de la llegada de Nemo a bordo del Nautilus, su ya famoso creador arribaba a bordo de su flamante yate a vapor Saint-Michel III a la ciudad gallega que lo recibió como se merecía quien había colocado a tan bellísima bahía en el mapa, al menos en el mapa de la fantasía incorporado al imaginario universal.

Entusiasmado por el emplazamiento de Vigo y de su pintoresca campiña, como apunta la prensa local, el genial escritor, a bordo esta vez de la fragata francesa Flore, pudo explorar las aguas donde se fueron a pique nuestros galeones, con inmersión de algunos miembros de la expedición incluidos. Él renunció a aquel peligroso privilegio en favor de otro Julio, el hijo de su editor Hetzel.

Pero el éxito de Julio Verne en la Península va más allá de sus traducciones, reiteradas visitas o miles de jóvenes lectores apasionados por sus novelas. Es muy interesante la aparición de una serie de escritores que imitan al bretón entre nosotros, fenómeno que no se dio en Francia. Los marinos Pedro Novo y Colson y Segismundo Bermejo, el médico gallego Tirso Aguimana de Veca junto a los catalanes Juan Giné y Portagás, Josep María Folch i Torres o Josep María Francés i Ladrón de Gegama escriben, en español y en catalán, curiosísimas continuaciones de las ficciones científicas vernianas.

Uno de los pocos miembros de nuestra Armada que defendió a capa y espada la viabilidad del submarino de Peral, Novo y Colson, publica al año siguiente de la edición integral de ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’, un interesante remedo de los viajes extraordinarios bajo el mar con un objetivo esencialmente didáctico y nada literario, por lo que terminará acusando a Verne de haber adulterado la ciencia para ponerla al servicio de sus tramas. Quien llegará a ser más tarde ministro de Marina, Segismundo Bermejo, recrea sin embargo al Verne espacial en un relato en el que una nave interplanetaria procedente de una de las lunas de Marte, Vesta, cae en tierras gaditanas. Todas estas ficciones científicas de anticipación al estilo de los viajes extraordinario de Verne tuvieron numerosos seguidores aunque no lograron el éxito de su modelo por un excesivo didactismo tanto científico como moral.

También en Cataluña aparecieron imitadores del escritor de Nantes, como Giné y Portagás con su ‘Viaje a cerebrópolis’ o la tardía novela en catalán ‘Retorn al Sol’ de Josep María Francés i Ladrón de Gegama. En ella un grupo de catalanes supervivientes de una supuesta segunda guerra mundial -narración realmente anticipatoria pues fue publicada en 1936- fundan una nueva Cataluña en el interior de la montaña de Montserrat... no sería mal ejemplo a seguir, a sabiendas de que su autor fue militante de ERC.

Fustigado con el marbete de literatura de masas o de novela popular y juvenil, hace ahora una década sus viajes extraordinarios entraban por la puerta grande en los anales de la alta literatura al ser acogidos en La Pléiade, ni más ni menos, la célebre colección de Gallimard que consagra definitivamente a los escritores galos. Reacciones de algunos apocalípticos aparte, las obras de Verne son ya clásicas y forman parte del bagage cultural y literario occidentales, no en vano Verne es el segundo autor más traducido del mundo. En este siglo y medio, los críticos más exigentes han reivindicado la capacidad narrativa del creador bretón, desde nuestra Emilia Pardo Bazán, que lo considera fecundo y sensacional, hasta su compatriota Roland Barthes, a quien la lectura de los viajes vernianos le proporcionaron siempre el mayor gozo y el mayor placer.

José María Paz Gago es escritor.

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