Antiguos y modernos

El antagonismo entre lo antiguo y lo moderno es una constante en la cultura occidental. Ya en el siglo III, el Pseudo Longino, en ese clásico de la crítica literaria que es Acerca de lo sublime, advertía que «lo sublime» y «las grandes bellezas» que «observamos en las obras de los Antiguos son otras tantas fuentes sagradas de las que surgen vapores dichosos que se expanden en el alma de sus imitadores y animan aun a los genios menos ardientes por naturaleza, tanto, que en tal momento son como arrebatados y transportados por el entusiasmo ajeno». Y concluía con una invectiva a quienes, prescindiendo de la lección y estímulo de los clásicos, sólo eran capaces de crear «ciegos e imperfectos engendros» que no pasarán «a la más remota posteridad». La confrontación entre lo antiguo y lo moderno, la dicotomía entre «lo sublime» y «el engendro», será retomada por Francesco Petrarca, Giordano Bruno, Francis Bacon y, sobre todo, Alessandro Tassoni. En efecto, el italiano, en Pensieri diversi (1620), establece un paralelismo entre antichi y moderni que pondera virtudes y vicios de unos y otros. El debate estaba servido. Nacida en Italia —con el precedente anglosajón de la Polimanteia(1595) de William Covell: probablemente el primer Canon occidental—, la denominada Querella de los Antiguos y los Modernos se trasladará a la Francia de finales del XVII.

En Francia, la Querelleenfrentará a los Antiguos dirigidos por Nicolas Boileau y a los Modernos abanderados por Charles Perrault. Los Antiguos —La Rochefoucauld, La Fontaine, Bossuet, Racine, La Bruyère, Fénelon, Rousseau y Montaigne, entre otros— reivindican la validez del modelo grecorromano y se erigen en testimonio del genio, belleza y virtud de los clásicos. Por su parte, los Modernos —en sus filas están Desmarets, Corneille, Pascal, Malebranche, Vico, Voltaire, Diderot o Descartes— cuestionan el modelo grecorromano, creen que el mundo moderno aumenta y perfecciona la herencia clásica, se ven como portaestandartes del progreso frente a quienes sueñan con un pasado idealizado, se consideran el testimonio de la razón y la ciencia al tiempo que legalizan la razón de Estado de Richelieu y Luis XIV. Jonathan Swift —un Antiguo, por cierto—, inspirándose en Esopo, representó plásticamente a unos y otros con la imagen —nada inocente, por cierto— de la abeja y la araña: los Antiguos, como la abeja, extraen la miel y la cera de muchas flores obteniendo sustancias esenciales para el gozo y la sabiduría; los Modernos, como la araña, lo sacan todo de sí mismos y suelen caer en la trampa de la telaraña formada con sus propios excrementos.

La Querella —una apasionante disputa de largo recorrido y alcance en la que no hay ni vencedores ni vencidos— no afectará únicamente a los planteamientos de la República de las Letras, sino que marcará —todavía marca— la historia de nuestra cultura. Más allá de literatura —ahí está Harold Bloom y su Canon: un trasunto de la Querella—, la controversia entre unos y otros sigue ahí y se extiende a diversos ámbitos. Podríamos hablar de la arquitectura Antigua —rígida, formalista y grandiosa— neoclásica del XVIII y XIX —Palacio Real de Madrid, Ópera de París, Reichstag de Berlín o Palacio de Justicia de Bruselas—, que fue «superada» por una construcción metálica Moderna que pretendía rebasar —Torre Eiffel o Palacio de Cristal de Londres— las limitaciones formales y técnicas neoclásicas. Con el tiempo, lo Moderno arquitectónico metálico fue «superado» por lo Moderno arquitectónico del cemento armado como atestigua la obra de un Auguste Perret —el edificio de apartamentos de la calle Franklin de París, 1902— que, finalmente, recuperó la proporción clásica de los Antiguos. Por su parte, la posmodernidad ecléctica —Michael Graves, Philip Johnson o Ricardo Bofill— de las últimas décadas del XX supuso una vuelta a lo Antiguo que, a su manera —ahí está el rascacielos de la AT&T de Philip Johnson o el Teatro Nacional de Cataluña de Ricardo Bofill de 1984 y 1991, respectivamente—, rescató los órdenes clásicos. Y ya que hablamos de lo Antiguo posmoderno, conviene recordar que, en el campo de las ideas, la posmodernidad —La condición posmodernade Jean-François Lyotard, 1979— cuestionó severamente la categoría de progreso y la idea de discurso emancipatorio propias de la Ilustración Moderna.

La pedagogía también ha sido —continúa siendo con inusitada dureza— el campo de batalla de la Querella. Frente a lo Moderno todavía dominante de la ideología LOGSE —reducción de contenidos, igualitarismo del hormiguero, relativización del esfuerzo y la responsabilidad, relajación de la disciplina, pérdida de autoridad del profesor y promoción automática de curso— resurge lo Antiguo que reivindica la igualdad de oportunidades, los contenidos, la disciplina, el orden, la autoridad, el esfuerzo, la exigencia y la excelencia. En el terreno de la filosofía de la ciencia, cabe mencionar la reacción antipositivista Antigua —T. S. Kuhn, N. R. Hanson o P. K. Feyerabend— que puso en entredicho al positivismo Moderno que surge del Círculo de Viena de las primeras décadas del XX. Con el tiempo, el «movimiento» iniciado por T. S. Kuhn y su obra La estructura de las revoluciones científicas (1962) ha sido calificado como «nueva filosofía de la ciencia» en oposición a la positivista o «vieja filosofía de la ciencia». ¿La moda? El artesano Antiguo que cose en el taller da paso a la alta costura Moderna del XIX y XX (Charles Frédéric Worth o Cristóbal Balenciaga) que será sustituida por la más Moderna robe de style o life style de Jeanne Lanvin —auténtica coolhunter avant la lettre— que, con el tiempo, cederá el testigo a lo Antiguo barroco de Christian Lacroix (1981) y a lo Moderno prêt-à-porter (1983) de Yves Saint Laurent y Chanel-Karl Lagerfeld —sí, la alta costura también frecuenta el prêt-à-porter— o de Adolfo Domínguez y Purificación García. Por último, last but not least, en la cocina, también se percibe la Querella iniciada por el Pseudo Longino hace dieciocho siglos. ¿O es que el Moderno Ferran Adrià y su cocina técnico-conceptual —brioche al vapor de mozzarella con espuma de rosas, aire de parmesano helado con bolsita de muesli salado o mejillones esferificados con sopa de patata al bacon—, presentada en una «vajilla de las pequeñas locuras» formada por piezas de papiroflexia bañada en plata, no es la otra cara de la moneda de las 1080 recetas de cocinade una Antigua Simone Ortega que nos invita a comer patatas con salchicha, habas salteadas con jamón o pescadilla al horno con vino y pasa, servido, todo ello, en vajilla de loza?

La Querella de los Antiguos y los Modernos es una suerte de laboratorio de ideas de la cultura occidental en el que se combinan y agitan —a veces, fusionan— diversos ingredientes como lo tradicional y lo moderno, la libertad artística y de pensamiento y el interés político, la creatividad y la reproducción, la superación y el límite, lo artesanal y lo industrial. La Querella, por recordar a Jonathan Swift, muestra que en la definición y desarrollo de nuestra cultura cuenta —para bien y para mal, guste o no guste: se admiten valoraciones— la bella abeja y la desagradable araña. En definitiva, la Querella enseña que la cultura es —también— el debate permanente —dialéctico— entre las acciones y pasiones del hombre.

Por Miquel Porta Perales, articulista y escritor.

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