Bergman, hasta el final, un hombre de música

Para aquéllos que vivíamos cerca de él, el fallecimiento de Ingmar Bergman la semana pasada no ha constituido una gran sorpresa. Acababa de cumplir 89 años; era un hombre muy mayor. Su corazón cansado dejó de latir a primera hora de la mañana del 30 de julio, en esta temporada de verano tan lluviosa, en su casa de la isla sueca de Farö. Los conejos que se apostaban impávidos en la playa y escuchaban sus interpretaciones de Mahler se preguntarán ahora dónde se ha ido ese anciano. El caso es que ha desaparecido. El reloj de arena se ha quedado vacío.

Ingmar encontró el sentido de la vida en la creatividad. De creer en algún Dios, sería entonces en ése, en la fuerza creativa que dio sentido a una vida tremendamente atormentada. Cuando se dio cuenta, hace más o menos un año, de que su capacidad creativa había empezado a flaquear, tuve la impresión de que ya nos había empezado a dejar.

Sin ese poder creativo, ya no había nada más. Lo intentó sin desmayo una y otra vez hasta el final, sentado frente a su mesa de trabajo, con innumerables folios pautados de color amarillo delante de él, pero no se le ocurría nada allí donde antes siempre se le había ocurrido.

Su visión se había deteriorado. Cerca ya del final, le resultaba imposible ver películas, o la televisión, o leer. Lo único que le quedaba era la música.

Aunque en su vida profesional Ingmar fue director de teatro, dramaturgo y cineasta, no puedo dejar de pensar en que, en realidad, era la música lo que más le importaba. ¿No había soñado nunca con ser músico? No, aseguraba él, con absoluta firmeza.

Sin embargo, probablemente había jugado con la idea de que, en otra vida, podría haber llegado a ser director de orquesta.

La música era fundamental para él. Solía hablar de partituras en vez de textos. Empleaba expresiones musicales para describir sus películas y sus montajes teatrales. Se refería a las obras, por ejemplo, como sonatas y siempre andaba buscando los elementos manifiestamente musicales en sus películas y producciones.

La música era, a un tiempo, principio y final. En la naturaleza más benévola de la música él veía una especie de puerta hacia otras realidades, diferentes de aquéllas que somos inmediatamente capaces de percibir mediante nuestros sentidos. Quizás sea en la música donde puede encontrarse ese puente a otras realidades que la mayoría de nosotros busca.

Sin embargo, no debemos cometer el error de imaginar que Ingmar fuera un hombre supersticioso. Con absoluta seguridad, no lo era. Si tenía convicciones religiosas, eso es algo que escapa a mi conocimiento.

Se esforzaba, no obstante, por comprender ese misticismo que forma parte siempre de la realidad, algo así como cuando el autor sueco que más admiraba, August Strindberg, contaba adoquines y estudiaba la forma de las nubes; en otras palabras, una curiosidad por todo aquello que habita en las afueras de la realidad.

La música fue siempre, en mi opinión, una de sus principales fuentes de inspiración. Creo que la otra fue su infancia; o, más bien, su actitud de niño ante las cosas. Para mí, se trata de una cualidad altamente positiva. Yo creo que el artista auténtico es el niño. Cuando nos hacemos mayores, antes de que la escuela comience a reprocharnos que demostramos una confianza excesiva en la imaginación y la fantasía, cuando las letras y las fórmulas matemáticas de la realidad imponen su ley, perdemos mucho de lo que, por naturaleza, disfrutábamos hasta entonces, perdemos esa fe sin limitaciones en las fuerzas de la fantasía y la imaginación. La cuestión no es sólo que esa actitud nos pueda ayudar a fabricar ingeniosas cabañas o balsas de madera, o a construir barcos piratas con unos trozos de cortezas; necesitamos de la fantasía y la imaginación para hacer frente a las dificultades que con tanta frecuencia se nos presentan en la vida.

La literatura sueca es muy rica en ilustraciones de niños que han empleado su fantasía para evitar ser devorados por un mundo complicado, depravado y peligroso de adultos. Si más tarde, a lo largo de la vida, tras haber pasado con un poco de suerte por la escuela, una persona desea ser artista, tendrá que recuperar todo cuanto tuvo de niño. La humanidad no habría tenido acceso a la fantasía y a la imaginación si no las necesitara para sobrevivir. Somos seres racionales; llevamos la fantasía y la imaginación en nuestros genes. He conocido muchos artistas importantes en mi vida y ninguno de ellos me ha desmentido que es precisamente en los acontecimientos de la infancia donde se han de encontrar las piedras angulares de toda creación futura. Más tarde, a lo largo de la vida, todo eso viene a ser confirmado por la experiencia, los conocimientos adquiridos y las convicciones políticas o morales.

Ahora, en fin, Ingmar ha fallecido. Al morir, había completado una obra de un volumen extraordinario. Siendo como fue uno de los hombres con mayor capacidad de trabajo en el mundo del arte, ha dejado en herencia innumerables películas, guiones, producciones teatrales, obras y libros.

Es uno de los pocos artistas de la vida cultural mundial/europea/nórdica/sueca del último siglo que pervivirá en el futuro. Lo que no podemos determinar con exactitud es hasta qué punto.

Sólo que así será.

Henning Mankell es escritor sueco de novelas policiacas y yerno de Ingmar Bergman.

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