El objetivo inflacionario del 2% de los bancos centrales no es la línea final

Chip Somodevilla/Getty Images
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La confianza de los mercados financieros tuvo un cambio de dirección radical a principios de 2024. Tras más de un año de alzas de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal estadounidense y el Banco Central Europeo, la gran interrogante es cuándo los bancos centrales las reducirán, en lugar de si lo harán. Después de todo, la inflación en los Estados Unidos y la eurozona ha caído casi tan rápido como subió, y hoy está cerca del objetivo del 2% planteado por los bancos centrales.

Para saber si efectivamente se ha derrotado la inflación, primero debemos entender las razones de su aumento. La explicación parece obvia. Todos “saben” que subió en 2022-23 debido a factores externos, especialmente la interrupción de la cadena de suministro y las subidas del precio de la energía causadas en gran medida por la pandemia del COVID-19 y la guerra de Ucrania. Pero incluso un vistazo superficial a los datos revela fallos en esta explicación.

Las crisis energética y de suministro a las que se suele atribuir la inflación fueron breves. Los precios del crudo volvieron a los niveles previos a la guerra de Ucrania pasados unos cuantos meses, y la escasez de insumos de los meses inmediatamente posteriores a la pandemia desapareció durante 2023. Si estas crisis eran todo lo que había, los precios habrían aumentado repentinamente para luego bajar rápidamente, llegando incluso a tasas de inflación negativas.

Pero eso no fue lo que sucedió. Si bien los precios de la energía y algunos de los productos de los que había cierta escasez han bajado, la mayoría de los demás precios han seguido subiendo. Estas crisis paralelas deberían haber afectado poco los precios de los servicios, ya que para estos se necesita fuerza de trabajo y, en consecuencia, dependen principalmente de los salarios, no de los precios de la energía. Y, sin embargo, los precios de los servicios han ido aumentando con regularidad.

Cuando los precios de la energía suben, los bancos centrales se enfrentan a un dilema. El índice de precios al consumidor puede permanecer estable sólo si bajan otros precios, principalmente de los servicios, pero existe consenso entre los economistas y los banqueros centrales de que resulta muy difícil reducir los salarios. Esta rigidez hacia la baja salarial subraya el argumento de que no se debería responsabilizar a los bancos centrales por la inflación causada por el aumento de los precios de la energía.

Los acontecimientos recientes desafían esta lógica. En los años anteriores a la pandemia del COVID-19, los precios de los servicios aumentaron entre un 2 y un 3% al año en EE.UU., pero los precios de los bienes durables, en promedio, bajaron un poco cada año, causando una tasa de inflación promedio de cerca del 2,5%. Esta combinación de inflación estable pero moderada de los servicios y precios de los bienes en ligera caída persistió a lo largo de múltiple alzas del precio del crudo, como las de 2008 y 2013. Por ello, resulta improbable que la reciente alza de los precios de los servicios -que ascendió a un 7% en 2022-23- hubiera sido impulsada sencillamente por una crisis del precio del petróleo.

Es cierto que los precios de la energía podrían dar cuenta de una buena parte de la inflación en la eurozona. Los precios del gas natural se dispararon en 2022. Si bien han bajado desde entonces, siguen estando a más del doble del nivel que tenían un año antes de la guerra de Ucrania, elevando los costes no sólo de la calefacción, sino de varios procesos industriales, la producción alimentaria y servicios como el alojamiento.

Esto permitiría entender por qué en Europa la crisis de los precios de la energía tuvo un efecto más fuerte y persistente sobre los precios de varios componentes de la canasta de consumo, en especial los alimentos y algunos servicios. No obstante, los precios de la energía sí que han bajado, sin que los precios de los servicios los hayan acompañado. Menos de un cuarto de los seis puntos porcentuales de la “desinflación” de la eurozona ocurrida el año pasado se debe a los servicios. Mientras tanto, la inflación de los servicios en EE.UU. se mantiene en alrededor del 5%.

La pregunta, entonces, es por qué los precios de la energía y de los productos han seguido la trayectoria tradicional -subir primero para después bajar-, al tiempo que las presiones inflacionarias han seguido afectando al sector servicios. Una explicación convincente radica en lo que los economistas llaman la desatención racional: cuando la inflación es baja y ha sido estable por un largo tiempo, los agentes racionales no sienten que tengan que preocuparse demasiado de los precios. Como resultado, los salarios y los precios de los bienes distintos a la energía pueden mantenerse constantes, incluso si los precios de la energía fluctúan moderadamente, como era el caso hasta 2019.

Este equilibrio se quiebra cuando el precio de la energía u otro insumo esencial sube repentinamente. El alza de los precios de la energía en 2022 -junto con el importante cambio geopolítico que la causó- hizo que la gente prestara atención. Cuando algunos precios altamente visibles, como los de los coches usados, subieron casi un 50% en cuestión de unos meses debido a la combinación de un aumento de la demanda tras la pandemia y las interrupciones a la cadena de suministro, la inflación pasó a ser parte de las principales fuentes de inquietud de los agentes económicos.

Cuando las empresas y los trabajadores prestan una mayor atención a la inflación, ajustan con más frecuencia sus propios precios y demandas salariales, lo que explica por qué la inflación se propagó desde la energía y los coches al resto de los sectores de la economía. Los bancos centrales, especialmente el BCE, fueron lentos en reconocer este cambio de régimen y ya no pudieron confiar en la experiencia benigna de la última década en que otros cambios importantes en los precios del petróleo tuvieron un efecto limitado sobre la inflación.

No bastará con alcanzar sencillamente el objetivo del 2% por unos cuantos meses para lograr el efecto al que los bancos centrales deberían realmente apuntar: una economía en que los trabajadores y los productores se olviden de la inflación.

En consecuencia, el desafío al que se enfrentan los bancos centrales no es tanto llevar la inflación del 3% al 2% -el “último kilómetro” de la carrera por la desinflación-, sino mantenerse ahí hasta que la gente deje de preocuparse por que los precios se vuelvan a elevar el día de mañana. Lejos de ser la línea final, el objetivo del 2% marca el comienzo de una nueva maratón.

Daniel Gros is Director of the Institute for European Policy-Making at Bocconi University. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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