El orgullo de un centenario

Con motivo de la muerte de don Guillermo Luca de Tena, presidente de honor de ABC, reproducimos en esta Tercera el artículo que publicó en junio de 2003 con motivo del centenario de ABC.


Para una España de poco más de dieciocho millones de habitantes -según el censo de 1900- y con una población analfabeta en un 61 por ciento, había más de 300 diarios; y Madrid, que apenas superaba el medio millón de vecinos, tenía 36.

Éste era el panorama con el que se enfrentó un empresario sevillano cuando, tras el éxito obtenido por la revista «Blanco y Negro», decidió lo que por muchos fue considerado una verdadera aventura: la salida a la calle de un nuevo periódico que bajo una cabecera de sólo tres letras, ABC, iniciaría su andadura con paso firme y propósitos muy definidos.

El periodismo diario de la época giraba en torno a la literatura o a la política. O era intemporal, o la inmensa mayoría de las cabeceras estaba al servicio de un partido. El nuevo estilo, el «nuevo periodismo» de Don Torcuato Luca de Tena, iría cambiando la situación, no sin dificultades iniciales, acabando por imponerse por tener el acierto de saber incorporar a la Prensa sectores de público que no habían sido alcanzados hasta entonces: la burguesía, la clase media -que ya empezaba a tener peso específico-, las mujeres... toda una masa de lectores que buscaban ansiosos algo más que las habituales crónicas de sociedad o las ácidas diatribas políticas.

ABC fue la obra de un hombre, de un auténtico visionario, a la vez un hombre de Prensa y un hombre de empresa, con unas firmes convicciones y celoso de una independencia que no sólo mantuvo, sino que supo inculcar a los que le siguieron al frente de ABC. Tras Don Torcuato, mi abuelo, y su hijo Juan Ignacio Luca de Tena, mi padre, que supo hacer honor al legado recibido, dos generaciones más prolongaron en el tiempo una ejecutoria ejemplar a la que me dediqué con todas mis fuerzas a lo largo de mi vida. Fieles al espíritu de la Casa, todos los hombres y mujeres que han contribuido con su trabajo a la grandeza de ABC sentirán, estoy seguro de ello, el mismo orgullo y la misma alegría que yo siento en estos momentos.

Todo periódico cumple una función documental y cultural a la vez. A sus páginas salta, no sólo el breve suceso cotidiano, sino también el pensamiento del escritor que, a veces, como glosa de la actualidad, vierte sus ideas en ese trozo de papel impreso, condenado a vivir apenas unas horas. A ABC han aportado su visión del mundo y de las cosas figuras procedentes de las ideologías más dispares. Azorín, recordando los primeros años del periódico, afirmaba que una de las normas del fundador fue la del «absoluto respeto a la opinión de los demás». Las páginas de ABC siempre fueron ejemplo de ello, sin que la aceptación de la variedad ideológica de sus colaboradores impidiera que abdicara en ningún momento de una línea doctrinal perfectamente definida.

En primer lugar, esta línea doctrinal se basa en la defensa a ultranza de España por encima de cualquier otra lealtad. A lo largo de estos cien años no podría señalarse ningún momento, por breve que fuera, en que el periódico no haya estado al servicio y en defensa de las grandes causas de la Nación, en una lucha constante, a veces ingrata, por mantener su postura de patriótica independencia, no vinculada a ningún partido ni sometida a ningún interés. Fueron, y siguen siendo, innumerables las ocasiones en las que la opinión de ABC sufrió presiones, y sus responsables, amenazados y perseguidos. Pero estos atentados contra su independencia, llegados bajo regímenes políticos tan dispares como los que se han sucedido a lo largo de los años en España, jamás menoscabaron la firme convicción de que, en cualquier circunstancia, son compatibles una ardiente defensa de los grandes intereses nacionales y un tono de moderación y de respeto al prójimo y a sus ideas. Porque el liberalismo de ABC, muchas veces combatido con saña, ha sido, y seguirá siendo en el futuro, su razón de existir y su última y más preciada trinchera.

Y detrás de esta vinculación de ABC a las más auténticas raíces españolas -y tantas veces entrañablemente engarzada con ellas- está su firme y apasionada defensa de la Monarquía, un sentimiento que se apoya no solamente en razones de tradición y de lealtad, sino fundamentalmente en el convencimiento de que es la fórmula que garantiza a los españoles un armonioso entendimiento del pluralismo político, abriendo cauces de participación ciudadana y restituyendo al pueblo una soberanía en tantas ocasiones secuestrada.

España y su Monarquía: éstas son las dos líneas determinantes de nuestra conducta, en armonía con ese espíritu liberal que desde su fundación ABC demostró en sus páginas. El liberalismo no es un credo político determinado, no es un sistema de principios; es, ante todo, una constante actitud de tolerancia y una respetuosa manera de ser y de estar en la realidad española de todos los días.

En estos cien años, el periódico ha sido testigo y pregonero de los profundos cambios que han llegado a alterar las líneas fronterizadas de los viejos mapas, que han dado nacimiento a nuevas naciones y han borrado los nombres de otras; pero al margen de los acontecimientos políticos y militares, el diario tuvo, sobre todo, la sensibilidad y el sentido periodístico para ser eco e intérprete de la transformación de una sociedad, de las mudanzas de las normas estéticas y morales que la gobernaban, del establecimiento de la clase trabajadora como factor decisivo en la evolución del país y del nacimiento de unos medios de comunicación -radio, cine y televisión- destinados a influir decisivamente en las fórmulas tradicionales de la cultura occidental.

ABC, un diario con un siglo de grandeza a sus espaldas y un nuevo siglo asomando en un horizonte de esperanzas, puede hoy celebrar con satisfacción y orgullo su centenario, con la firmeza de sus convicciones de siempre pero abierto siempre hacia el futuro con ilusión y responsabilidad.

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