Faltos de... responsabilidad

Por Cristina Sánchez Miret, socióloga (LA VANGUARDIA, 19/03/06):

Nos decía el otro día una amiga de mi marido que era ella quien se iba a ir de casa. Hablábamos de sus hijos, - buenos chicos- y, entre risas - por su parte no exentas de desesperación-, afirmó que este verano buscaría trabajo en la costa porque allí dan alojamiento, básicamente lo que necesita: un sitio donde dormir, puesto que sus hijos no están dispuestos a independizarse. No sólo no están dispuestos a irse de casa y formar la suya propia - con o sin familia-, sino, sencillamente, a mantenerse ellos mismos, a pagar todo aquello que gastan.

Según el padre, el mayor, que ya se acerca a la treintena, no ha sido hasta hace poco - los 26 años si no recuerdo mal- que ha decidido ponerse a trabajar y continuar haciéndolo, vivir en casa con horarios regulares e interaccionar diariamente con la familia; en definitiva, saber - tanto él como ellos- dónde está y qué hace habitualmente. El pequeño - tienen dos- no ha llegado a ese punto, no parece querer llegar y, en todo caso, sus padres no tienen ni idea de si decidirá dar el paso de ser responsable algún día.

A pesar de tener más de 20 años y no estudiar - lo que ya hizo más mal que bien-, sólo trabaja intermitentemente. De hecho, de muchos trabajos se despide porque no aguanta.Seguramente el problema no reside en el ritmo laboral, porque lleva en otros aspectos una vida muy desenfrenada; sino más bien en la obligación de tenerse que levantar cada día a la misma hora, cumplir la jornada acordada, hacer lo que otro le dice que haga y trabajar por un sueldo que él considera mísero, pero que es el mismo con el que sus padres se mantienen ellos y lo mantienen a él, al coche que se ha comprado último modelo y a la larga lista de caprichos y no caprichos que le permiten vivir tan bien.

Hablando con ellos me venía a la memoria un anuncio reciente de una marca de coches que me incomoda tremendamente. En él un joven se compara con un amigo o ex compañero de escuela que a diferencia de su caso ha sido un buen estudiante, tiene un título universitario y ahora trabaja duramente para progresar en el mercado laboral. Mientras tanto el otro joven - el protagonista- asiste sólo como espectador a toda esta evolución. Queda claro que él sólo se divierte y, evidentemente no trabaja.

Como premio, eso indica el anuncio, el joven esforzado y trabajador se compra y paga él mismo un coche. El joven que nos relata la historia - el que no hace nada y encima muestra claramente al otro como un pringado,aburrido y estúpido ejemplo a no seguir- tiene - porque en todo caso si no es que se lo regala la marca de coches, cosa que dudo, se lo debe comprar alguien- exactamente el mismo coche.

Quizás para los anunciantes el mensaje del spot publicitario es sólo lo barato que es el coche y el poco esfuerzo que cuesta pagarlo, pero la lectura básica que transmite es la del premio a la cultura del no esfuerzo, del puro hedonismo y de la falta de responsabilidad. Valores todos ellos que te hacen triunfar y al mismo tiempo disfrutar de la vida. ¿Quién no quiere disfrutar de la vida? Todos queremos. Yo también quiero, y es lo que quiere la amiga de mi marido. Además, seguramente ella considera que ya le toca, puesto que empezó a trabajar a muy temprana edad y todavía no ha dejado de hacerlo. Valdría la pena que los que disfrutan de la vida a jornada completa - mientras no cambian el mundo para todos- lo hicieran a media jornada. No es tan difícil darse cuenta - sólo hace falta dejar de mirarse el ombligo- de que mientras la únicas solidarias y esforzadas sean ellas, y sus maridos, y los jóvenes ridiculizados en el anuncio, difícilmente todos tendremos las mismas posibilidades de disfrutar de la vida.