¿Feminismo antiderechos? Por un movimiento que incluya a todas las mujeres

"Vivas, libres, juntas", con los colores de la bandera feminista interseccional o transincluyente, se lee desde lo alto del Monumento a la Revolución en Ciudad de México antes de la marcha del 8 de marzo de 2021. (Ana Chinos Salgado/ Cortesía para The Washington Post)
"Vivas, libres, juntas", con los colores de la bandera feminista interseccional o transincluyente, se lee desde lo alto del Monumento a la Revolución en Ciudad de México antes de la marcha del 8 de marzo de 2021. (Ana Chinos Salgado/ Cortesía para The Washington Post)

En un 8 de marzo pandémico, las mujeres tuvimos que reinventarnos para organizar, resistir y conmemorar este día; se hicieron acciones y llamados diversos y, entre tantos, se difundió un comunicado en relación a la marcha con un emblema que incluye una AK-47, perteneciente a la Colectiva Vikingas CDMX, nombre que consciente o inconscientemente alude a los ideales fascistas que glorifica aquella extinta cultura nórdica. Fue una amenaza, no una invitación: “No queremos transféminos (sic)”, y agregan “queremos reiterar que la lucha es para mujeres, los trans ya tienen su lucha”.

En México, en el Día Internacional de la Mujer 2021 se reiteraron exigencias aún no cumplidas, como legalizar el aborto en todo el país, acabar con la violencia de género, la no impunidad ante feminicidas y violentadores sexuales y, a la par, este año ondeó por primera vez la llamada “bandera feminista interseccional”. Este símbolo tricolor se creó con un motivo muy especifico: enlazar el color del feminismo (violeta), el del aborto legal (verde) y el apoyo a las mujeres trans y su inclusión al movimiento (rosa). Fue creada para hacer contrapeso a los movimientos feministas transexcluyentes y se ha pluralizado entre quienes deciden rechazar dicha discriminación.

Ya lo han advertido escritoras y activistas como Rita Segato o Margo Glantz: el feminismo no debe caer en totalitarismos. Es esta condición la que ha resurgido de nueva cuenta y con mayor fuerza en el último año. En vez de organizarse para seguir luchando por los derechos de las mujeres, algunas colectivas feministas en México han volcado sus acciones principalmente en dos vertientes: ir contra los derechos de las personas trans y contra el “borrado de mujeres”, como lo han llamado colectivas como el Frente Feminista Radical Puebla.

En el primer caso hemos sido testigas del escarnio virtual mediante el chisme, la cultura de la cancelación y la hipersexualización de los cuerpos de las mujeres trans. Algunas víctimas recientes han sido las activistas Ophelia Pastrana y Siobhan Guerrero McManus, así como la periodista Laurel Miranda (el diario Milenio, despublicó dos veces sus textos que denuncian transfobia). Ellas generan conocimiento crucial para entender qué sucede con el movimiento trans a nivel político, educativo y emocional; han creado espacios para la escucha, el debate y el acompañamiento en esta comunidad. Sin embargo esto ha representado un riesgo, ya que feministas radicales transexcluyentes las han difamado y censurado para posicionarlas como enemigas del movimiento feminista.

En el segundo caso, es relevante analizar la retórica empleada ante lo que llaman el “borrado de mujeres”. ¿Qué es este supuesto borrado y quién lo hace? ¿Ocurre en el lenguaje, en los espacios públicos de debate, en los cuerpos? Basta revisar las cifras que dejan ver a mujeres trans en puestos de poder, en universidades, en antologías de escritoras, por ejemplo, para darse cuenta de que las que faltan o han sido borradas son las “no nacidas mujeres”. Llevando el pensamiento a su límite: el borrado de mujeres más terrible que podemos imaginar es el feminicidio. Pero en los registros de feminicidas en México no figuran las mujer trans. Entonces, ¿en qué o a quién amenaza su presencia en las luchas feministas?

Mónica Meltis, directora de Data Cívica, organización que mapea las cifras de feminicidios en México, nos explicó que “no se cuenta con ninguna base de datos pública que registre identidad de género y/u orientación sexual en casos de asesinato de personas LGBTI+. En muchos casos de transfeminicidio, por ejemplo, se les asigna el sexo y no la identidad de género: hombres”, y entonces sus asesinatos no se cuentan como crímenes de odio.

Borrar la identidad es borrar la memoria. México está entre los cinco países con mayores tasas de asesinatos a mujeres trans en el mundo: en los últimos 12 años se registraron 528 homicidios. La Organización de las Naciones Unidas levantó una alerta en México por el alza en estos hechos violentos, donde los transfeminicidios representan 54.7% del total a personas LGBTI+. Desde 2008 hasta la fecha, es el segundo país en América Latina en el mapeo del Observatorio de Personas Trans Asesinadas. Incluso es difícil encontrar cifras actualizadas y estudios, ya que las vidas trans son tan borradas y marginadas que hay datos escasos disponibles: una forma más de violencia.

El discurso misógino ha servido para normalizar la violencia en contra de las mujeres y, de la misma manera, el discurso transfóbico ha servido para normalizar la violencia en contra de las mujeres trans. El activista Andrew James Carter dijo a The Cut que “el peligro para las mujeres (trans y cis) proviene de los hombres cis. Al hacer campaña para que las mujeres trans sean excluidas de los espacios de mujeres, las mujeres transfóbicas están exigiendo activamente que las mujeres trans sean sometidas al peligro del cual (erróneamente) creen estarse protegiendo”.

En un país donde hay cientos de miles de muertes, un discurso transodiante las exacerba. Pretender frenar desde un ala del feminismo el acceso de las personas trans a los derechos humanos, generalizar y caricaturizar sus vidas, es un despropósito político y humano. ¿No son acaso las mismas estrategias que usan los hombres para excluir a las mujeres? ¿Las que usaron los fascistas hace décadas para excluir y asesinar disidentes y minorías? Los derechos humanos no son como un pastel, no se agotan cuando se reparten: al contrario, al garantizar los derechos de todas las personas a una vida digna se refuerzan los propios.

La palabra mujer tiene fuerza política, convoca, evoca, nos toca desde el cuerpo hasta la imaginación. Las mujeres trans no desean que desaparezca esta palabra, mucho menos borrarla. El término persona gestante no borra la palabra mujer, es una forma de respeto que refiere a un hombre trans o a una persona no binaria que tiene útero, pero reconociendo su identidad elegida. Respetar pronombres e identidades de otras personas no resta fuerza a la propia, no resta fuerza a la palabra mujer, le resta esencialismo. Y restar esencialismo siempre será parte de la labor revolucionaria, emancipatoria y transformadora del feminismo, pues el esencialismo sexogenérico es violencia y ha sido una de las herramientas de opresión y control del patriarcado.

Pero donde hay opresión siempre hay resistencia. Y donde hay resistencia y organización, se cambia el mundo. Así, las luchas en favor de los derechos de las personas trans han florecido, gracias también a sus alianzas con feministas, tal y como lo demuestra la recién aprobada Ley Agnes en Puebla, o la lucha de las familias de la disidencia sexual por el reconocimiento de la identidad de la infancias y adolescencias trans en el código civil de Ciudad de México.

No todas caminamos juntas todo el tiempo hacia el encuentro, pero eso tampoco significa frenar el caminar de las otras. Volvemos a nuestros caminos diferentes pero testigas la una de la existencia y la resistencia de la otra. Y desde allí, desde esa semilla de resistencia, imaginemos una premisa verdaderamente radical: ¿Y si expandimos la definición de mujer? Esto tiene precedentes históricos con las mujeres negras o indígenas que no eran consideradas mujeres según la definición europea, pero gracias a sus luchas y resistencias, se les incluyó. La definición de mujer cambió, se hizo más hospitalaria y menos excluyente.

Hoy también podemos replantear esa definición, no para quitar derechos ni borrar a las mujeres que nacen con vulva, sino para extenderle derechos a las mujeres que se definen como tal a partir de su historia. Una idea que se planteó hace más de 70 años Simone de Beauvoir en la famosa frase “no se nace mujer, se llega a serlo”. ¿Qué pasa si renacemos en conjunto plural?

Lia García (La Novia Sirena) es escritora, pedagoga y artista del performance, cofundadora de Red de Juventudes Trans. Gabriela Jauregui es escritora, traductora y editora. Recientemente publicó ‘Tsunami 2’ y también es autora del libro ‘La memoria de las cosas’.

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