La lucha contra el 'nuevo' terrorismo

Joseph S. Nye es catedrático en Harvard (EL PAIS, 05/08/04)

Conforme se va calentando la campaña presidencial en EE UU, hay quien sostiene que la guerra del presidente Bush en Irak ha empeorado el problema de combatir el terrorismo. Ésta es una acusación muy grave, dado que el mundo necesita una estrategia más amplia contra el terrorismo. No es nada nuevo, ni es un enemigo único. Es un antiguo método de conflicto definido frecuentemente como el ataque deliberado a los inocentes con el objetivo de esparcir el miedo. Los atentados de Nueva York y Washington de 2001 constituyeron una escalada espectacular de un fenómeno de siglos de antigüedad. Sin embargo, el terrorismo en la actualidad es distinto de como era en el pasado. Hoy en día, los instrumentos de destrucción masiva son más pequeños, más baratos, y más fáciles de conseguir. En los atentados de Madrid del pasado marzo se utilizaron teléfonos móviles a modo de cronómetros. Secuestrar un avión es relativamente barato. Por último, la revolución de la información proporciona medios de comunicación y de organización poco costosos, que permiten que grupos que antes estaban restringidos a jurisdicciones policiales nacionales y locales tengan ahora alcance mundial. Se dice que Al Qaeda ha establecido una red en 50 países o más.

También se han producido cambios en la motivación y organización de los grupos terroristas. Los terroristas de mediados del siglo XX solían tener objetivos políticos relativamente bien definidos, que con frecuencia perseguían malamente por medio del asesinato en masa. Los gobiernos apoyaron a muchos de forma encubierta. Hacia finales de siglo aparecieron grupos radicales en los sectores extremistas de varias religiones. Los más numerosos fueron las decenas de miles de jóvenes musulmanes que lucharon contra la ocupación soviética de Afganistán, donde se les entrenó en una gran variedad de técnicas y muchos fueron reclutados por organizaciones con una visión extremista de la obligación religiosa de la yihad. Estas tendencias tecnológicas e ideológicas incrementaron tanto la dificultad para controlar el terrorismo como su capacidad mortífera. Debido a la escala sin precedentes de los atentados de Al Qaeda, la atención se centra oportunamente en los extremistas islámicos. Pero sería una equivocación limitar nuestra inquietud únicamente a los terroristas islámicos, porque supondría pasar por alto la forma en que la tecnología está poniendo en manos de grupos e individuos de tendencias desviadas una capacidad de destrucción que estuvo en otro tiempo limitada principalmente a gobiernos y ejércitos. En todas las sociedades existen grupos e individuos de tendencias desviadas y ahora tienen un poder que en otro tiempo era impensable. Recuerden, por ejemplo, a Timothy McVeigh, que hizo saltar por los aires un edificio federal en Oklahoma City en 1995, o el culto Aum Shinrykio, que ese mismo año soltó gas venenoso en el metro de Tokio.

La capacidad mortífera ha ido aumentando. En los años setenta, el atentado palestino contra los atletas israelíes en las Olimpiadas de Múnich y los atentados de grupos como las Brigadas Rojas atrajeron la atención mundial con un coste de docenas de vidas. En los años ochenta, el peor atentado terrorista mató a 300 personas. Los atentados de septiembre de 2001 en Estados Unidos costaron varios miles de vidas. Esta escalada se produjo sin utilizar armas de destrucción masiva. Pero si imaginamos que un grupo desviacionista de alguna sociedad tuviera acceso a material biológico o nuclear, sería posible que los terroristas pudieran destruir millones de vidas. Para matar a tanta gente en el siglo XX, Hitler o Stalin necesitaron el aparato de un Gobierno totalitario, pero ahora es fácil concebir a grupos e individuos extremistas matando a millones de personas sin ayuda de un Gobierno.

La política ha contaminado los intentos de acordar una definición común del terrorismo en la ONU. Algunos escépticos alegan que lo que unos llaman terrorismo otros lo llaman lucha por la libertad y que, por tanto, considerar la supresión del terrorismo como un bien público mundial no es más que la hipocresía de los poderosos que intentan desarmar a los débiles. Pero no es así necesariamente. No todas las luchas por la liberación nacional optan por el asesinato deliberado de inocentes. La matanza deliberada de no combatientes (haya o no haya guerra) está condenada por la mayoría de las grandes religiones, el islam incluido. Es una conducta inaceptable, tanto si la llevan a cabo los poderosos como los débiles. Aunque cualquier definición de terrorismo tropiece con problemas a la hora de establecer sus límites, el núcleo del terrorismo es lo bastante claro como para permitir los intentos de privarlo de legitimidad. De hecho, son muchos los países integrados en convenios de la ONU que les comprometen a combatir aspectos de la conducta terrorista, a pesar de que la ONU no se haya puesto de acuerdo sobre una única definición formal.

Actualmente, algunos Estados ofrecen asilo a los terroristas para que ataquen a sus enemigos, o porque son demasiado débiles para controlar a los grupos poderosos. Si una campaña para eliminar el terrorismo se basa en coaliciones amplias que se centren en negar la legitimidad de los atentados contra no combatientes inocentes, tiene algunas perspectivas de éxito. De hecho, una de las lecciones de los esfuerzos realizados desde 2001 es que no hay forma de impedir una colaboración amplia. En este sentido, la metáfora de la guerra -que hace hincapié en el poderío militar- puede conducir a engaño. La metáfora de la guerra era comprensible tras los atentados de 2001, pero son tantos los problemas que crea como los que resuelve. ¿Cuánto tiempo va a durar la guerra y cómo afectará a las libertades civiles y las alianzas? Los bombardeos no son una opción para combatir las células terroristas de Hamburgo, Singapur o Detroit. Solamente una estrecha cooperación civil para compartir información, un trabajo policial interfronterizo, el seguimiento de los flujos financieros y el visto bueno previo a las listas de pasajeros y de carga pueden hacer frente a semejante amenaza. Los países cooperan por su propio interés, pero el poder blando o de atracción de un país, no solamente su poderío militar, influyen en el grado de cooperación. Por esta razón, los que se muestran críticos alegan que la política de Bush en Irak fue un error. Dilapidó el poder blando de Estados Unidos, distrajo la atención de Afganistán y Al Qaeda y creó el peligro de que Irak pueda convertirse en una guarida de terroristas. Pero los detractores de Bush, tanto dentro de Estados Unidos como en el extranjero, tienen también que darse cuenta de que, a pesar de los errores del pasado, es esencial la aplicación de una estrategia común, porque el terrorismo está aquí para quedarse.