Lo que se espera del Papa

Por Francesc Romeu, sacerdote y periodista (EL PERIÓDICO, 08/07/06):

La ciudad de Valencia acoge hoy, por primera vez en España, al papa Benedicto XVI, entre el entusiasmo de la multitud de participantes de todo el mundo en el Quinto Encuentro Mundial de las Familias y el desinterés de los que ya han colgado en sus balcones la consigna del "Jo no t'espere", un signo bien claro de la fractura eclesial, y también social, que se vive en España. Si en mayo del 2003 Madrid se preparó para recibir, por última vez, a Juan Pablo II con las expectativas de lo que pudiera decirle públicamente a José María Aznar por su apoyo a la guerra de Irak --no dijo nada--, ahora se recibe a un nuevo Papa, y con no pocas expectativas. En concreto, tres.
En primer lugar, están las expectativas políticas por el reciente debate episcopal sobre la conveniencia de calificar la unidad de España como un asunto moral. Si el pasado fin de semana, en las iglesias de Madrid y alrededores, se hicieron ya las rogativas subliminales para ir concienciando a la feligresía, ahora nos asusta la posibilidad de que sea el propio Benedicto XVI quien se refiera a ello y sitúe así a la Iglesia española en un lado de la balanza contra un Gobierno que vende el patrimonio nacional a independentistas y terroristas (como dice la caverna conservadora y también nacionalcatólica). Para algunos cristianos, la defensa de las raíces cristianas precisa una defensa nacional, mientras que para muchos otros mezclar los temas políticos con los contenidos morales y religiosos es una auténtica ofensa a la fe.
En segundo lugar, existen expectativas temáticas, dado que el motivo del encuentro es el tema discutido y debatido de la familia. Si Benedicto XVI sigue la táctica de la confrontación que parece que está siguiendo el episcopado español, puede optar más por mostrar una clara oposición contra los nuevos modelos familiares que recientemente se han reconocido legalmente en España, como --por ejemplo-- la unión de las parejas homosexuales; antes que apostar por hacer una propuesta de familia cristiana, clara y decidida, pero que pueda convivir sanamente al lado de una realidad social cada vez más plural y más compleja. Ahora no sé si jugaremos a la propuesta o a la confrontación. Una es estimulante y la otra es claramente decepcionante para muchos cristianos que no solo tienen que luchar con esquemas familiares diferentes fuera de sus familias, sino que ya viven realidades familiares diferentes en el seno de las mismas.

POR LO TANTO, si existe una confrontación política, como hemos señalado antes, también existe una clara confrontación en la sociedad a la hora de definir los esquemas y los modelos familiares. La división es clara: mientras unos esperan un Papa fuerte, que en esto de la familia ponga los puntos sobre las íes, muchos otros también esperarían de Benedicto XVI un pequeño signo de reconciliación y de acercamiento a un mundo que ya no es el nuestro, pero en el que debemos poder seguir conviviendo y dialogando.
En tercer lugar, después de escuchar, hoy y mañana, lo que va a decir Benedicto XVI, sabremos quién es el que en estos momentos informa al Vaticano, es decir, quién tiene la vara alta, dado que, siguiendo la máxima que dice que "de Roma viene lo que a Roma va", tenemos que saber si la fuerza informativa es la de los cardenales Antonio María Rouco Varela, de Madrid, y Antonio Cañizares, de Toledo, con el secretario de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, o bien es la de la minoría encabezada por el presidente de la Conferencia Episcopal Española, el actual arzobispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, que representa una voz dialogante, pero a menudo demasiado débil, del episcopado español. No sé si Benedicto XVI será el Joseph Ratzinger que, desde que es Papa, nos sorprende por su discreción y moderación, o bien se dejará influir por lo que, tendenciosamente, le han hecho llegar desde la España que está en pie de guerra. Muchos cristianos de España --para poder subsistir sin beligerancias políticas-- desearían un tono mucho más contenido e intelectual, al que nos tiene acostumbrados últimamente Benedicto XVI.
Respecto a los gastos del encuentro con el Papa, valorados en estos momentos en alrededor de 30 millones de euros, solo debemos decir que aquí se ha mezclado un estilo grandilocuente de viajar, que es aún el estilo que arrastramos de Juan Pablo II, con el estilo de la Administración pública valenciana, que es la que acoge, también muy presuntuoso, como el del propio arzobispado. Si se ha dicho que la obra valenciana para las celebraciones del Papa puede ser parecida a las construcciones faraónicas, ahora existe el peligro de que nos encontremos sin faraón, dado que Benedicto XVI no es Juan Pablo II y no llena todo el escenario. Por eso ahora sería precisa mucha más sobriedad en la puesta en escena de un Papa, para que pueda sobresalir mucho más el contenido que el soporte mediático.

TANTO ES ASÍ que, bajo la sombra de Benedicto XVI sobre el puente del Turia, quedarán escondidas otras cosas que estos días se han visto en Valencia, desde las carencias de una red de transporte que nos ha dejado las más de 40 víctimas del trágico accidente de metro que sucedió el lunes, hasta las conclusiones del Congreso Internacional Teológico-Pastoral sobre la transmisión de la fe que se ha celebrado estos días allí mismo, desde el martes hasta ayer, y que ha tratado temas interesantísimos como los relativos a la tercera edad o los jóvenes. Pasando por la grata experiencia del intercambio entre los participantes en el encuentro internacional de familias de todo el mundo. Al final, o bien Benedicto XVI lo protagonizará todo o bien será el escenario el que se comerá al propio Papa.