Mayo, en pleno otoño

A Joaquim Sabrià, Manuel Vázquez Montalbán y José María Vidal Villa, in memoriam.

Evoco un tiempo en el que para muchos hacer la revolución significaba luchar para disminuir la presencia del Estado hasta su extinción final y para aumentar la capacidad de administrar plenamente la propia vida, lo que puede llamarse propiamente utopía. El franquismo actuaba sin miramientos frente a las amenazas, aunque fueran leves. De modo que enfrentarse con vehemencia era jugarse el tipo y para afrontar ese riesgo era necesario sentir un fuerte anhelo de libertad, reforzado por la creencia en la posibilidad de realizar un sueño utópico.

En la universidad se producían situaciones tragicómicas. Se hizo famoso el dicho de un decano: "Dadme tres votos de un tribunal de oposiciones y hago catedrático a un poste de teléfonos". Lo había hecho en varias ocasiones, entre ellas, en la oposición a la cátedra de Historia Económica, de modo que el profesor Jordi Nadal fue sustituido por el yerno del que había sido presidente de la Diputación de Barcelona, en la que nuestro decano era depositario de Fondos. La gota que colmó el vaso fue la oposición a la cátedra de Estructura Económica, pues José Luis Sampedro y Juan Velarde denunciaron públicamente las maniobras, y el escándalo fue mayúsculo, pero no impidió que Ramón Tamames se quedara sin la cátedra de la Universidad de Barcelona, que fue otorgada a un inspector de Hacienda del clan del decano. No obstante, a diferencia de lo sucedido otras veces, esta vez la acción de los estudiantes fue echar para siempre de la universidad esa pieza del tablero del decano.

¿Qué había cambiado? El Sindicato Democrático, cuya constitución había supuesto un gran éxito frente al régimen, no era el instrumento más adecuado para reaccionar a las continuas fechorías del sistema universitario dictatorial. Se había ido debilitando, demasiado expuesto como estaba a ciertas autoridades académicas y a la policía, que tenía las puertas de la universidad abiertas de par en par y que remataba la labor represiva persiguiendo, deteniendo, torturando y, de la mano del Tribunal de Orden Público, encarcelando a los delegados de los estudiantes, o bien forzándoles a la clandestinidad o al exilio. Esa represión continuada nos había hecho ver que no había más remedio que pasar a utilizar otras formas de organización y acción más ágiles y a la vez más protegidas de la represión, y actuar para objetivos concretos y alcanzables, capaces de movilizar al conjunto de los estudiantes. Con estos propósitos se configuró, en septiembre de 1968, la Unió d'Estudiants Revolucionaris (UER), un grupo de una docena de estudiantes de Económicas con algunos lazos directos con unos pocos estudiantes de otras facultades, y con complicidades con otras fuerzas políticas, algunas leales --como el PSUC--, y otras, no tanto.

La lucha empezó en Económicas y con un objetivo claro: expulsar de las cátedras obtenidas con malas artes a los titulares del clan del decano, incluido este, que se había convertido a nuestros ojos en el símbolo más repugnante de la degeneración del régimen. El éxito de las acciones promovidas por la UER fue espectacular. Una tras otra se consiguieron las expulsiones de esos catedráticos, y en cada expulsión mayor era el número de estudiantes que se sumaban a las luchas para obtener la siguiente, hasta que la movilización fue total. De Económicas, la lucha se fue extendiendo a la universidad entera: los estudiantes se organizaban en comités de acción; la mayor parte de las fuerzas políticas se integraban activamente en esa di- námica; muchos de los mejores intelectuales nos daban su apoyo activo, escribiendo en nuestros papeles y apoyándonos en todo; algunas familias abrieron las puertas de su casa, con el subsiguiente riesgo, para acoger a los estudiantes que ya no podíamos frecuentar a los nuestros o para dejar que instaláramos allí los aparatos de propaganda. Así, desde la universidad, el movimiento se fue ampliando por la ciudad con manifestaciones casi diarias y de breve duración, convocadas medio clandestinamente, de modo que sorprendían siempre a la policía.

Al pensar en esos momentos y en todo lo que sucedió, parece que debería ser difícil ignorarlo o dejarlo en la penumbra del Mayo del 68 francés. Y, no obstante, ha vuelto a ocurrir en este 40 aniversario. Frente a esta situación, he creído que correspondía recordar ese espisodio memorable de la lucha por la libertad y por crear una sociedad que se inscribiera en la tradición de las Luces, y explicarlo a los que no lo conozcan.
He querido hacerlo ahora que toca conmemorar ese momento álgido del movimiento estudiantil y no esperar, siguiendo la catalana tradición de celebrar las derrotas, al aniversario del asalto al Rectorado por un grupo de estudiantes que no eran precisamente los que habían hecho posible los grandes éxitos ni las grandes movilizaciones de otoño. El desgraciado incidente dio la justificación al régimen para acabar con las movilizaciones que tanto le inquietaban, cerrando la universidad, decretando el estado de excepción y poniendo en acción un Tribunal Especial Militar. Parece mucho, por unos hechos que después han merecido tan poca consideración.

LLuís Boada, economista e historiador del arte.