Memoria detenida

Por Bernabé López García, catedrático de Historia del Islam contemporáneo en la Universidad Autónoma de Madrid (EL PAIS, 03/03/04):

Memoria detenida es el título del último filme de Jillali Ferhati, uno de los mejores creadores del cine marroquí, insuficientemente conocido del público español pese a la cercanía de su sensibilidad de hispanófono tangerino y de los temas que trata.

La película contrapone a dos personajes de dos generaciones distintas marcados de diferente forma por la represión política de los años oscuros de su país, los años de plomo como comúnmente se les conoce, dos tipos que salen de la cárcel y deben afrontar juntos la recuperación de una memoria que permaneció largo tiempo suspendida, "en detención". El itinerario físico y emocional que deben recorrer por campos y ciudades hasta recomponer la raíz de su sufrimiento, permite al director y guionista efectuar una radiografía de la difícil transición que vive su país a través de una crónica sentimental, lejana de toda demagogia, reconstruida a través de la búsqueda moral de un "desaparecido" (el personaje que tan magistralmente interpreta el propio Jillali) por parte de una amiga, antigua represaliada y exiliada política, que recorre el itinerario inverso al de los protagonistas hasta el reencuentro final, un reencuentro abierto y ambiguo que recuerda el de Charlot y la florista en Luces de la ciudad. La película resulta así una alegoría de un momento de recuperación de libertad, doloroso por la falta de perspectivas que ofrece a los personajes.

La película va a estrenarse en un momento marcado por las secuelas de la operación "Equidad y reconciliación" que ha permitido el cierre feliz (por ahora) de un affaire que mucho ha costado a la imagen de Marruecos internacionalmente, como ha sido el del periodista Alí Lmrabet, y que ha afectado a otros presos de opinión vinculados a dos dossieres sensibles del Marruecos en trance como son el islamismo y el Sáhara.

Se ha insistido poco en la significación de esta miniamnistía que ha afectado desde a alguno de los pioneros del islamismo radical y violento en Marruecos, como son los dos responsables del asesinato del sindicalista y periodista socialista Omar Benyellún, hace 28 años, hasta jóvenes saharauis independentistas condenados por expresar sus simpatías por el Frente Polisario, sin ahorrar a todos los periodistas encausados o encarcelados por delitos de opinión. Creo que la medida hay que interpretarla desde una lectura amplia, que tenga en cuenta la pugna evidente en el seno del bloque dominante entre aperturistas e inmovilistas (o bunquerianos), de la que es una buena muestra, constituyendo una victoria parcial de los primeros. Lo que permitiría considerar como positiva la labor ejercida por ellos desde adentro del sistema, para acercar la llegada de un pleno Estado de derecho en Marruecos.

En los últimos meses, sobre todo a raíz de los atentados de Casablanca del 16 de mayo pasado, se había observado un deterioro de las libertades públicas, incluida la censura contra cierta prensa y, sobre todo, una represión muy dura y poco escrupulosa con cierto islamismo radical, no siempre llevada a cabo con garantías procesales y jurídicas. En este marco hay que situar la demonización de una fuerza política que había resultado ser la vencedora moral de los comicios legislativos y municipales de 2002 y 2003, el Partido de la Justicia y el Desarrollo, islamista. La injerencia del Ministerio del Interior en la vida política de este partido había llevado hasta vetar el derecho a elegir a su propio portavoz parlamentario, lo que llevó a sus dirigentes, al propio portavoz Mustafa Ramid y al "padrino" del partido, el doctor Jatib, a denunciar las presiones ejercidas por el poder para que aceptasen compromisos para disminuir su victoria, aceptados finalmente en aras de un sentimiento de realpolitik patriótico, evitando un forcejeo con el poder dada la coyuntura internacional y el desequilibrio local de fuerzas.

Estas regresiones en el plano democrático parecían poner en duda las tesis de la posibilidad de transformación del régimen desde adentro, defendidas por los llamados "entristas", aquellos que, formando parte de la oposición más irreductible, se habían dejado seducir por el sistema aceptando puestos de responsabilidad. Muy especialmente de aquéllos en otro tiempo represaliados y radicales en su lucha por la recuperación y rehabilitación de la memoria histórica, como Dris Benzekri, viejo militante de Ila al Amam y fundador del movimiento Verdad y Justicia, nacido para reclamar indemnizaciones para los represaliados y para exigir cuentas a los responsables de la represión de otro tiempo, todavía hoy en activo y en puestos de primer orden en la seguridad del país.

La "recuperación" por el régimen de figuras de todos los campos, sean o no políticos, ha sido una pauta del Majzén desde hace largo tiempo. Hassan II lo practicó en su reinado y a su manera Mohamed VI lo ha incorporado a su estilo de gobierno. Es algo que se ha hecho hasta con los enfermos famosos, a los que Palacio ha llegado a pagar el tratamiento médico, como fue el caso de Nadir Yata y, más recientemente de Mohamed Chukri. Eso otorga derechos a "recuperar" a los muertos, como este último, enterrado con honores de hombre público cuando en vida vivió siempre en los márgenes. Eso no impide que, después de la instrumentalización de la foto, el muerto retorne al olvido en su tumba descuidada y sin nombre en el cementerio del Marchán, como en el caso del escritor de El pan desnudo.

La "recuperación" de Dris Benzekri por Omar Azziman, ex ministro de Justicia y actual presidente del Consejo Consultivo de Derechos Humanos, también otro "recuperado" en el pasado, lo ha llevado a convertirse en secretario general del citado Consejo, lo que ha sido duramente criticado por sus correligionarios y compañeros de lucha. Poco antes de la liberación de Lmrabet y los demás detenidos el 7 de enero pasado, Benzekri fue "portada" en el principal semanario independiente de Marruecos, Le Journal hebdomadaire, con un inmenso titular que se preguntaba bajo su foto: "¿Nos han traicionado?".

Es difícil hacer balance a mitad del camino, como sería injusto contestar de manera frívolamente afirmativa a esta pregunta. Los resultados de una liberación de 33 presos de opinión ligados, como he señalado, a los temas más sensibles, no pueden juzgarse sino como positivos. Pero para afirmar que este gesto constituye un paso definitivo en el avance de Marruecos hacia un Estado de derecho tendremos que comprobar si Lmrabet consigue abrir un nuevo periódico y no encontrar trabas a su expresión, si los saharauis liberados pueden manifestar públicamente sus opiniones sin ser calificados de traidores y condenados de nuevo (es ahí donde reside la piedra de toque del actual rechazo marroquí al Plan Baker para el Sáhara Occidental, en el miedo a la propaganda independentista) y si los islamistas excarcelados, así como los demás miembros de los grupos de esta tendencia que condenan la violencia y aceptan el juego de alternancia, dejan de ser demonizados.

¿Tiene sentido que salgan de prisión unos pero no se anulen las causas todavía abiertas por delitos de opinión contra otros militantes, como es el caso de Nadia Yassin a la que el 5 de mayo próximo espera un proceso? No habrá Cambio, con mayúscula, mientras no se asienten unas bases firmes de libertades sin riesgos de involución. Entre tanto, la libertad, como la memoria, permanecerá "en detención" como en la película de Ferhati. O quedará pendiente, como rezaba aquel viejo Hermano Lobo, "para el año que viene, in cha'a Allah".