¿Quién teme a Monika Hohlmeier?

Algo le quita el sueño a la excelsa gestora de la economía española. Pero, ¿qué inquietud podría albergar la que llegó al Ministerio de Economía como quien cede, como quien desciende, como quien se sumerge, generosa, en las cloacas para arreglar desaguisados que nadie más comprendería ni mucho menos repararía? En un acto de sublime sacrificio, abandonó la atmósfera bruselense, paraíso de cartón. «Esta sí que vale», se rumoreaba en los reservados de provincias. «Es un fenómeno», susurraban con admiración no exenta de envidia las grandes financieras. Por eso nos preguntamos: ¿qué tiene que temer? La princesa está achantada, ¿qué tendrá la princesa? El pavor se le escapa por su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color, y tal.

Lo que le asusta es la visita inquisitiva de Monika Hohlmeier. Monika la temible. Si se llamara Monique, la principal responsable del control presupuestario en el Parlamento Europeo sería más digerible. La suavidad francesa. Pero no. Hohlmeier es alemana y esa ka en su nombre de pila nos escalofría por la espalda y hasta por el perineo. Bueno, a nosotros no, que no tenemos nada que esconder y no tocaremos fondos sino fondo. El escalofrío lo lleva dentro la ministra del áureo currículum, que al final va a ser chapado en oro. Monika la bávara no te va a servir ocho jarras de litro luciendo trenzas rubias y corpiño apretado. Todo lo contrario.

Con el terror de esa ka, Monika viene a refutar el calviñismo, que consiste en pecar fuerte en las cuentas y luego orar más fuerte para que no te pillen. El calviñismo es un saberse a salvo porque todas las muestras exteriores de tu vida lo señalan: prosperidad, cargos, envidias. Calviñismo es predestinación, como demuestra Nadia en su imparable carrera. Y pues somos salvos, mentir no va a alterar lo ya dispuesto. Por eso extraña tanto su alergia a los periodistas, y por eso no faltaba a su fe (la fe en sí misma) cuando soltaba cosillas como el «fuerte crecimiento de la economía española», o que el Gobierno se anticipó a la crisis y de ahí sus éxitos (?), o destacaba el extraordinario comportamiento del empleo, o afirmaba que la deuda pública no es un problema. De todas estas trolas hace poco más de cuatro meses.

Del mismo modo que Calvino tuvo su Castellio, Calviño tiene su Hohlmeier. Con la pequeña diferencia de que aquí el final está invertido, por mucho que nuestro Gobierno de piernas (títeres, personas sin autoridad ni relieve) incurra en el grave error de despreciar a esa alemana que llega con calculadora y con dosieres, preguntando y exigiendo documentos. ¡Pero si solo preside una comisión parlamentaria! –se dicen para animarse entre ellos, cual equipo de fútbol motivándose en el vestuario. Cierto es que Calviño tiene un ascendiente sobre la Comisión, donde fungió de directora general de Presupuestos. Por eso sus compañeros de gabinete desprecian a la cabecilla de una comisión parlamentaria encargada de controlar el mismo ramo. Ahí están, a fin de cuentas (nunca mejor dicho) los 6.000 millones frescos que ayer se aprobaron, elevando el montante de la morterada europea a 37.000 millones. Donde morterada significa fondos de recuperación. La recuperación no la vemos, y los fondos tampoco. La temible Monika solo viene a controlar 9.000 millones, el primer tramo. Por supuesto, el Gobierno venderá como un éxito la flamante aprobación del tercer tramo; como un éxito y como una bendición a su gestión. Si esta no fuera correcta, ¿cómo iban a darnos 6.000 millones más? Hay respuesta, pero no se escuchará, por algo el Gobierno Sánchez es el campeón de la opacidad. No ha habido Ejecutivo menos transparente en toda nuestra historia democrática. La respuesta tiene que ver con los tiempos: el control presupuestario a posteriori va más lento que la aprobación de los tramos, y la misión de Hohlmeier ni siquiera ha pisado España.

Seguramente los sanchistas creen que todos los parlamentos son como el nuestro, con su disciplina de voto, sus diputados obedientes, la imposibilidad de que una comisión investigue nada de verdad. La arquitectura de poder de la Unión Europea es otra. La disciplina de voto está prohibida, el poder legislativo lo ostentan el Consejo y el Parlamento, siendo la iniciativa legislativa competencia de la Comisión. Si un país miembro trata a patadas a una misión parlamentaria, sobre todo cuando lo hace para no aportar informaciones que se le solicitan sobre el uso de fondos europeos, el escaqueo tiene consecuencias. Especialmente si el presidente de la Comisión encargada se lo propone. Por no mencionar que existe un Tribunal de Cuentas, que «examina la legalidad y regularidad de los ingresos y gastos y garantiza una buena gestión financiera, informando, al hacerlo, de cualquier caso de irregularidad». De nuevo, cuando un sanchista piensa en el Tribunal de Cuentas, le viene a la cabeza el de España, recuerda cómo lo torean y se echa a reír.

De momento, la gran Calviño ha hecho todo lo imaginable para obstaculizar el trabajo de Hohlmeier, antes incluso de que llegue. Filtrando cartas para sembrar confusión y echando balones fuera como táctica preventiva: de esas cosas se ocupan las comunidades autónomas. Ya. La contraofensiva de Monika está a la altura de su ka y permite evaluar hasta qué punto la ministra y vicepresidenta está en falso y el miedo que tiene en el cuerpo. Le dice la bávara: «Estoy segura de que no tenía intención de anticipar las conclusiones de la misión antes de que haya comenzado». A la vez, pide un encuentro con la evaporada Rocío Frutos Ibor, responsable de los 9.000 millones que vienen a investigar y dimitida por desacuerdo con la gestión de los fondos realizada por el Gobierno. Calviño no quiere que la vea. Hohlmeier insiste. Estos controles son terriblemente lentos, en especial cuando el auditado se esconde en la opacidad. La diferencia con España es que en el resto del mundo civilizado se concluyen. Pero para entonces estará gobernando Feijóo.

Juan Carlos Girauta

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