Cuando comenzó la Guerra Civil, Demetrio Zorita tenía 18 años. Cuando la terminó, apenas era un alférez en el Ejército ganador. Cuando murió, en 1956, estaba pilotando un primitivo caza francés en pruebas que nadie se atrevía a pilotar (mientras trataban de aumentar lo máximo posible el tamaño de sus 'flaps'). A nadie que haya invertido medio minuto en leer su biografía le cabe duda de que las calles dedicadas a él en Madrid, León y Ponferrada -donde nació- nada tienen que ver con posibles méritos militares durante la Guerra Civil (como otros generales recordados en el callejero: Mola, Sanjurjo, etc.), sino con un hecho que introdujo su nombre en las enciclopedias; fue el primer español que atravesó la barrera del sonido manejando un avión: 340 metros por segundo (1.100 kilómetros por hora).
Corría 1954 y en Europa se probaban los primeros reactores. Zorita viajó a la base Aérea de Brétigny (Francia), donde se formaba como piloto de pruebas. La única manera de sobrepasar esa velocidad era tirarse en picado. El parte de vuelo (bastante divertido, cabe decir) registra lo siguiente: “Me pongo en invertido y tiro de la palanca para ponerme a la vertical, en cuyo momento meto los gases a fondo. El avión entra en pérdida pero, después de algunas sacudidas, obedece y me encuentro picando a la vertical con el morro apuntando a unos cuatro kilómetros del campo. El machímetro sigue subiendo; empieza a recoger suavemente para correr el aeródromo. En tierra han oído el bam-bam y me felicitan por radio. Ha resultado más fácil de lo que creía”.
Dos años después el Ejército español (franquista, claro) quería comprar cazas nuevos y se debatía entre dos modelos. Una era la avioneta francesa Dewoitine, que según varios compañeros de Zorita era un peligro. Había que probarla, pero nadie tenía demasiado entusiasmo. El entonces comandante (nombrado en 1949) se empeñó en asumir el riesgo, confió probablemente demasiado en sus 5.000 horas de vuelo y despegó del aeródromo de Torrejón a bordo de la aeronave. De repente, el aparato se precipitó al suelo y el piloto falleció casi instantáneamente. Los mandos habían fallado: el tacón de uno de los zapatos del cadáver se desprendió incluso en el esfuerzo estéril por evitar la muerte. (Y el ejército acabó comprando el otro modelo de avión).
Como recompensa a su historial como aviador (y no a presuntas hazañas bélicas durante la Guerra Civil) le fue concedida la Medalla Aérea y se le ascendió póstumamente a Teniente General diez días después de su fallecimiento, en diciembre de 1956. Cinco años después, la calle donde había comprado una vivienda en una Cooperativa Militar (ubicada en lo que eran antes descampados) fue nombrada en su honor: inicialmente había sido la prolongación de Ponzano.
El Ayuntamiento de Madrid ha intentado varias veces en las últimas décadas cambiar el nombre de la calle. En 1981, el entonces alcalde, Enrique Tierno Galván, rectificó las pretensiones de su Concejal de Cultura y escribió: “Los cambios se refieren a denominaciones directamente ligadas con uno de los bandos de nuestra Guerra Civil, por lo que el Comandante Zorita, militar admirado, no se ha incluido en ningún momento entre las calles sometidas a revisión”.
"Aviador español sublevado"
Este martes, la concejal de Cultura del Ayuntamiento que preside Manuela Carmena, Celia Mayer, afirmó con mucho convencimiento que Zorita fue “un aviador español sublevado contra la República en 1936, que vulneró pues un régimen legítimamente democrático mediante las armas, y que combatió con los nazis en la Segunda Guerra Mundial”. Cuando estalló la guerra, en julio de 1936, Demetrio Zorita Alonso se preparaba para ingresar en la Escuela de Ingenieros de Caminos: al igual que ocurrió para toda una generación de españoles, el conflicto trastornó (o destrozó) la vida del joven leonés. Participó como soldado en la campaña de Aragón y después, como alférez, en la ofensiva hacia el mar. En 1941, ya teniente, se alistó en la Escuadrilla Azul que se fue a combatir a Rusia junto a los soldados alemanes de Adolf Hitler. Es posible que a la concejala de Cultura madrileña le cueste creerlo, pero algunos de aquellos jóvenes pilotos tenían ideales, aunque se juntasen con indeseables, para combatir la lacra del comunismo en un continente incendiado.
Tras abatir cierto número de aparatos enemigos, el Comandante Zorita fue relevado junto al resto de compañeros, siendo derrotados por las tropas de Stalin. Volvió completamente decepcionado de Rusia, recuerdan dos hermanos y una viuda, que aún viven, y su hijo mayor, piloto del Ejército español. “Los alemanes miraban a los españoles por encima del hombro y eran otro peligro para Europa”, solía repetir. Tenía en aquel momento 23 años. Pasó el resto de su vida como profesor de vuelo y piloto de prueba, sin más bombas, y rompió los límites de la velocidad cuando en España estaba prohibido siquiera intentarlo. Dijo que había resultado “más fácil de lo que creía”, a pesar de que las ondas de choque generadas cuando se rompe el régimen sónico generan flujos aerodinámicos que invierten los mandos y problemas estructurales que convierten el avión en una cafetera. Muchos pilotos murieron intentándolo durante esos años.
No debería hacer falta emplear tanto esfuerzo en defender la memoria de un hombre cuyo mayor pecado fue combatir seis meses al Ejército comunista de Stalin (junto a la Alemania nazi) y estar en un bando de la guerra civil con 18 años. Nada tienen que ver esos años con su mérito posterior y las placas que le recuerdan en su país. Las leyes de memoria histórica, se dice, persiguen la reconciliación y la justicia. El mejor servicio a la norma es admitir los errores provocados por la ignorancia o el fanatismo, que en España todavía alcanzan a algunas universidades y ayuntamientos.
Pedro Cifuentes.