A qué juega Sánchez

A qué juega Sánchez

Me parece que a buena parte de los políticos y periodistas que se dedican a criticar a Sánchez les está faltando un poco de perspectiva. No me refiero a que los juicios sobre Sánchez no tengan la suficiente dureza porque se vierten contra él gravísimas acusaciones, que están en la mente de todos, y se hace de manera incesante, porque verdad es que la conducta de este presidente que nos ha caído en suerte es más pertinaz que la proverbial sequía.

El fondo de las críticas que se aducen, con toda justicia, sobre Sánchez es de dos tipos, a mi entender; en primer lugar, se subraya que no tiene otra preocupación que su permanencia en el poder, que todo lo demás parece importarle un rábano. El otro motivo de muy general descontento está en lo que él ha llamado su capacidad de cambiar de opinión, es decir lo que la mayoría de las personas conocen como mentir, asunto en el que, sin duda, se está convirtiendo en un titán.

Muchas veces no se repara en que esas dos cualidades suelen estar presentes, de una u otra manera, en la conducta de cualquier político. Es difícil encontrar personajes públicos de los que se pueda decir con certeza que su interés personal les trae al pairo y que no aspiran a otra cosa que a ayudarnos a todos a que las cosas vayan un poco mejor. Alguno habrá, pero admitamos dos obviedades, el altruismo desinteresado no es la más común de las cualidades del personal político, aunque el caso de Sánchez es espectacular por la intensidad y el descaro con el que su carácter despótico se pone de manifiesto. En cuanto a la mentira, qué les voy a decir, no suele ser un vicio inimaginable en un político, aunque, de nuevo, es patente que Sánchez ha roto todos los récords, es un campeonísimo del bulo.

Lo que querría explicar es que juzgar a Sánchez bajo esas dos acusaciones no tiene, en mi opinión, el menor efecto político. Acusarle de que va a lo suyo es una manera miope de perder de vista lo que en realidad está haciendo. Sánchez da la sensación de que improvisa, es verdad que es rápido de reflejos, pero su política es de largo alcance y no tiene otro objetivo que el que ha venido persiguiendo la izquierda desde hace ya bastantes años, en particular tras la victoria electoral por mayoría absoluta de José María Aznar.

Muy poco después del año 2000 empezaron a menudear los análisis socialistas que afirmaban que algo estaba profundamente equivocado en el sistema real de la política española si la derecha podía obtener una mayoría absoluta después de cuatro años de mandato. Pronto se empezó a sugerir que la clave para evitar esa posibilidad tendría que residir en una alianza estable de las izquierdas y los nacionalismos opuestos a la unidad nacional.

Para que ese propósito no resultase escandaloso no tardó en esgrimirse el argumento de que esa alianza evitaría el separatismo y cambiaría de tal manera el modelo político que la derecha acabaría confinada tras un cordón sanitario que evitase cualquier posibilidad de obtener una mayoría electoral.

Hace falta ser muy ciego para no ver que eso es lo que está tratando de llevar a término Sánchez.

Se puede decir que ha aceptado los votos de Junts a cambio de una amnistía que es indistinguible de un estatuto de privilegio, lo que en verdad es muy indigno, pero no se cae en la cuenta de que Sánchez no solo está tratando de salvar una legislatura precaria sino de consolidar un pacto político de largo alcance en el que sea posible durante mucho tiempo que las fuerzas que lo apoyan tengan la mayoría en el Congreso. Se puede decir que la amnistía es inconstitucional, pero todo eso le preocupa bastante poco a Sánchez si, a cambio, se va consolidando una entente capaz de sacar casi dos millones de votos más que los que pueda obtener la derecha incluso en los escenarios más favorables, como lo fue el del pasado mes de julio.

Sánchez es más largo y peligroso de lo que parece, es muy hábil y parece estar siendo capaz de soportar que la oposición le critique con absoluta vehemencia con tal de que se consolide su proyecto político, y personal, por descontado. Vayamos al segundo punto, las incesantes y groseras mentiras de Sánchez. Lo que en verdad ocurre es que a Sánchez le sale rentable mentir, porque al electorado español que se cree de izquierdas o es nacionalista le pasa lo que a los electores de Trump, por poner un ejemplo fácil de entender, que le seguirían votando aunque le viesen pegando tiros al personal en la Quinta Avenida, según ejemplo del propio Trump.

En España hay bastantes millones de personas que creen que todo vale con tal de que la derecha no gobierne o que Madrit pierda poder sobre lo que ocurre en Cataluña, el País Vasco, etc. Sánchez, además, es especialmente hábil, sigue a la letra los sabios principios de un genio llamado Goebbels, y consigue tener bastante contenta a una clientela bien numerosa. Por deseable que sea que esa multitud de votantes se dé cuenta de que el proyecto que Sánchez persigue no les reporta en realidad ningún beneficio en la nueva España que el PSOE está dibujando, eso no sucede ni siquiera en regiones en que, por la razón que sea, la izquierda sigue conservando un voto cautivo.

Una reflexión final me parece evidente. La oposición a Sánchez no acierta a golpearle donde le duele, se limita a criticar sus muchas fechorías, pero no parece capaz de persuadir a nadie, y en especial a quienes siguen cautivos del embrujo, de que encarna una alternativa política perfectamente capaz de proponer algo mucho mejor. Asume, me temo que equivocadamente, que la crítica tiene que bastar, que las enormidades de Sánchez tendrán que ser leídas por esa mítica mayoría natural en la que la derecha sigue creyendo como argumento suficiente para deponerle.

¿Qué ocurre en realidad? Pues que esa mítica mayoría está desmotivada, que incluso en lugares en que gana la derecha, como hace muy poco en Galicia, han crecido mucho más los electores que querrían desalojarla que los que la prefieren a lo que les propone la alianza política que ahora mismo es mayoría a nivel nacional. En Galicia esos votos han sido menos que los que ha obtenido la derecha, pero basta leer los resultados para darse cuenta de que van a más.

Hay dos cuestiones de fondo que explican, al menos en parte, lo que le pasa a la derecha y las causas de su persistente fracaso en la crítica a Sánchez, un dato que no puede desmentirse porque la derecha suba, según se nos dice, en las encuestas. También había subido antes de julio de 2023 pero Sánchez pudo acabar gritando aquello de “somos más”. Lo primero es que abundan los electores que no ven razones de principio para votar a quienes no saben proponer otra cosa que echar a Sánchez, por higiénico que nos pueda parecer a muchos tan bravo propósito: piensan que los que quieren derogar a Sánchez lo que buscan es ponerse ellos y ese programa no entusiasma, sea por lo que fuere. Mientras la derecha no tenga un proyecto político positivo y atractivo lo razonable es suponer que volverá a pasar lo que ya ha pasado más de una vez.

La segunda razón del fracaso electoral de la derecha, de sus insuficientes victorias, es la desastrosa memoria que muchos tienen respecto al último gobierno del PP que no hizo nada distinto a lo que pudiera haber hecho un socialista medianamente sensato, y no quiero insistir en este asunto, obvio, por lo demás. Llevar a Rajoy a mitinear es ganas de no ganar un solo voto adicional, pero se ve que la cultura interna cuenta mucho más que la evidencia empírica. Mientras el PP siga encantado de conocerse y sea incapaz de analizar y corregir las razones de su insuficiente apoyo, Sánchez podrá seguir haciendo lo que se le ocurra porque tendrá suficientes votos para que individuos como Bolaños puedan seguir presumiendo de gloriosas hazañas políticas, legislativas y constitucionales, como lo está haciendo ahora mismo con una ley de amnistía infame… pero que va a obtener los votos de la mayoría.

José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es 'La virtud de la política'.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *